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Volví a ser yo. Por Carluis Medina


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Pelotero frustrado


Desde niño mi sueño fue ser pelotero. A los cuatro años empecé a jugar con un equipo de béisbol menor al que amé con toda mi alma, allí había conocido gente y tenía buenos amigos. Cada juego era una maravilla, pues la pasión que yo sentía al estar en campo hacía que fuese arte lo que yo mostraba. Las posiciones en las que jugué fueron cambiando con el tiempo. Primero fui segunda base, luego fui jardinero y por último pitcher (quería ser como Francisco, el Kid, Gutiérrez).

Yo vivía en un pueblo muy pequeño, Güiria, donde las oportunidades siempre han sido muy pocas. Pero a mis catorce años llegaron algunos dueños de academias caraqueñas a ver jugadores en el equipo al que yo perecía. La emoción me estaba matando, porque si a esas personas les gustaba mi trabajo me podían mandar a un lugar donde era más fácil llegar a ser un pelotero profesional.

Una mañana los señores vieron a todos los jugadores, y si les gustaba el desempeño de alguno, lo enviaban a una academia. Yo quedé seleccionado.

Cuando nací tenía un solo riñón, todavía, pero eso jamás me había impedido practicar ningún deporte. Días antes de venirnos a Caracas, a mi padre se le ocurrió la brillante idea de contarles a estos señores lo de mi riñón, les enseñó exámenes pasados, y esto me impidió ir a la academia. Dijeron que ese era un deporte que exigía mucho esfuerzo físico y que no podían poner en riesgo el único riñón que yo tenía. Mi padre lo hizo sin mala intención, pero, gracias a eso, lo que yo más deseaba en la vida se había arruinado.


Tiempo de rebeldía


A los catorce años, después de sufrir tanto por un sueño roto, entré en una etapa de rebeldía. Me había convertido en un falta de respeto con mis papás, en un muy mal estudiante y en un joven sin ningún tipo de metas en la vida. Me sentía destrozado, ese sueño roto era mi vida y no poder concretarlo me sacó totalmente de mi zona. Toqué fondo: en el liceo, nunca había reparado una materia y en solo un año reparé ocho; a mis padres, les faltaba tanto el respeto, que mi mamá botaba lágrimas cada vez que me pedía algo. Pasé de ser un joven soñador a parecer alguien sin ningún rumbo.

Cuando estaba en quinto año, mi papá tomó la decisión viajar a Caracas para que yo conociera las universidades. Recuerdo que me dijo:

‒Hijo, acompáñame a Caracas, porque te quiero enseñar algo.

‒¡Sí! –Fue mi respuesta, porque quería pasar unos días fuera del pueblo.

Mi papá siempre ha sido un hombre que pone la educación por delante, y de los que hace cualquier cosa para que sus hijos estudien en el mejor lugar. Ya en Caracas, en la casa de un tío, dormimos en una misma cama y al día siguiente salimos (yo no tenía idea de para dónde íbamos, pero lo seguí). Fuimos a tres universidades, la UCV, la USB y la UCAB. Las dos primeras me parecieron muy lindas, pero no hubo un enganche. Sin embargo, con la última fue amor a primera vista. Desde que entré dije:

‒Aquí voy a estar, aquí estudiaré.

En el instante en que dije eso vi cómo mi papá soltó una pequeña sonrisa. El objetivo con el que había planeado el viaje se había cumplido.


A la tercera va la vencida


Mudarse de un pueblo a la ciudad, en principio, es algo abrumador; pero luego que se empieza a conocer cosas nuevas es lo más increíble que le puede pasar a un pueblerino. En el año 2017 ya vivía en Caracas, me había venido con el único objetivo de entrar en la UCAB. La cosa no fue nada fácil, había una prueba de admisión y yo no estaba preparado. En los últimos años en bachillerato obtuve las peores notas del mundo y había muchas lagunas en mi formación académica.

Tuve que presentar tres veces la prueba. Recuerdo que la primera vez fueron pocas las preguntas que respondí. Después de haber fallado esa primera vez, mi papá sabía que yo, académicamente, no estaba preparado para entrar en la universidad, así que me inscribió en un Curso de Iniciación a la Vida Universitaria en la misma UCAB. Allí todo fue un poco más serio y fui nivelando un poco los conocimientos para entrar.

En el momento de presentar la segunda vez no quedé en la carrera que quería, Comunicación Social, pero la nota sí me había dado para estudiar Letras. Me inscribí. Sin embargo, me frustré un poco, sentía que la carrera era muy fuerte. Además, no estaba en el lugar donde quería. Recuerdo que el primer día de clases, cuando entré al salón, no me hallaba. Eso después cambió, pero en un principio fue duro.

El objetivo era estudiar Comunicación Social porque me parecía que en esa carrera podía estar más cerca del béisbol. Cursando el primer semestre de Letras volví a presentar y esa vez sí quedé.

En principio, con solo estar en la universidad ya me había sentido de lo mejor, pero admito que estudiar Comunicación Social lo sentía muy mío. Cuando entré por primera vez al salón, la gente, la vibra, etc., todo fue mágico. Fui tan feliz que olvidé por completo que en algún momento del pasado se me había roto un sueño. VOLVÍ A SER YO, VOLVÍ A SENTIR QUE EN ALGÚN PUNTO DE MI VIDA DISFRUTARÍA DE LO QUE, VINIENDO DE GÜIRIA, SE VE IMPOSIBLE.

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