top of page

El reto de la primera vez. Por Alexandra Villanueva


ree

La primera vez causa muchos nervios y es atropellada; para algunos resulta encantadora, para otros el mismo infierno. Debo admitir que la mía fue una calmada tormenta.

Aún guardo en mi baúl de recuerdos esa primera experiencia: las manos sudando frío, los nervios de punta, el miedo de no saber si iba a hacerlo bien o si reprobaría, y el pequeño demonio en mi mente diciéndome “aún no estas preparada”. Un remolino de emociones y sentimientos que se disiparon, o eso quise creer, al momento de encarar la situación y enfrentar la realidad. Mi acompañante me miró fijamente y solo con eso supe que en todo momento tendría su guía, así que no lo pensé más y nos pusimos en marcha…

Todo empezó bien, mis manos amoldadas a la curvatura, suaves movimientos, leves quejas y una confianza que se desbordaba cuando aceleraba. Aunque por dentro me estaban comiendo los nervios y los malos pensamientos, me relajé y me permití fluir. Pero cuando mi acompañante me pidió que cambiara de orientación, perdí el equilibrio y me volví torpe… Aun así, fue complaciente y giré. Todo ocurrió tan rápido, que solo pude sentir el alarmante y seco golpe en la latonería, y el grito de mi acompañante (mi madre): ¡¡¡freeenaaaaa!!!

Agradecí a Dios por haberme dado unos buenos reflejos y por lograr frenar a tiempo para evitar un daño mayor. Miré hacia el copiloto con cautela y me estrellé con la asustada, y a la vez fulminante, mirada de mi progenitora, que había accedido a enseñarme a manejar… Y parecía estarse arrepintiendo. Carros pitando sus cornetas me devolvieron al presente, y el realmente comprensivo motorizado que había colisionado con mi carro, se encontraba esperando alguna reacción de mi parte. Solo pude decirle –lo siento. Mi madre se encargó de lo demás.

Luego de ese gran susto para ambas, lo más sensato fue regresar al punto de partida: mi hogar. Entramos en el estacionamiento y no pude evitar sentir un gran alivio. Mi profesora de manejo lucía más tranquila y yo tenía miedo de que estuviera decepcionada, pero en el fondo sabía que mi madre jamás lo estaría de mí. Al final, me abrazó como si tuviera miedo de perderme y me susurró: “no tengas miedo de volverlo a intentar, las primeras veces siempre son un reto”. 

Así finalizó nuestra aventura que repetiría, sin duda alguna, solo por la gran compañía.

1 comentario


bottom of page