Dos eventos cambiaron mi perspectiva de la vida. Por Gabriela Sánchez
- ccomuniacionescrit
- 7 feb 2024
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Actualizado: 7 feb 2024

En el lapso de un año y cuatro meses, dos acontecimientos importantes sacudieron mi vida.
Todo comenzó en mayo del 2022. Era una semana normal, en pleno 5to año del colegio. Ese jueves 19 tenía que quedarme hasta tarde porque tenía MUN y al día siguiente había modelo, por lo que me quedé puliendo los discursos respectivos para prepararme y triunfar ese fin de semana. Horas después, llegaron mis padres al colegio en el carro dorado de toda la vida; poco sabía que recordaría ese momento por siempre. Mi papá comenzó a hablar, con un tono de voz más grave que el normal, y soltó las palabras que nadie quiere escuchar: “No quiero que te asustes, pero quería ser yo el que te lo dijera. Hoy tuve un fuerte dolor de pecho; fue el segundo esta semana”. Quedé helada. Sentía la preocupación en mi pecho. Me dijo que los paramédicos habían ido a la casa y que estaba bien; incluso fue él quien bajó a abrirles la puerta. Esa noche dormí con la angustia en mi cabeza, esperando que mi papá se sintiera mejor.
Llegamos al 20 de mayo. Nos levantamos temprano, ya que yo tenía que arreglarme para el modelo de MUN y mi padre, acompañado de mi mamá, iba a hacerse un perfil 20 y a recibir los resultados de unos exámenes que se había hecho el día anterior. Estaba en el baño maquillándome cuando mi papá salió del cuarto con la cara roja, tosiendo muy fuerte y agarrándose el pecho. Estaba pasando otra vez. Ya era el tercer dolor esa semana.
Todo ocurrió muy rápido. Mi mamá lo llevó al Hospital Clínico Universitario y mi tía me llevó al modelo. Ese mismo día, los exámenes confirmaron que mi papá había tenido un infarto desde el lunes, cuando sintió el primer dolor. Los doctores vieron que tenía tres arterias tapadas, una al 90%, por lo que decidieron hacerle un cateterismo y colocarle un stent en esa arteria que estaba obstruida casi por completo. Al mismo tiempo, yo le escribía a mi mamá para saber cómo se sentía mi papá y qué le estaban haciendo. Ese viernes lo hospitalizaron en el Hospital Clínico Universitario.
Una semana pasó en ese lugar. Una semana llena de doctores haciéndole preguntas y exámenes. Una semana en la que mi mamá buscó como loca los insumos que se necesitaban para tratarlo. Una semana en la que todo fluyó de la mejor forma. Le dieron de alta el viernes 27 de mayo.
En agosto de ese mismo año, los médicos pudieron destaparle las otras dos arterias, obstruidas en un 70%. Hoy en día, él se toma la tensión, un coctel de pastillas diario y camina (cuando puede y le provoca); todo esto por indicaciones del doctor para evitar otro evento cardíaco de ese calibre.
El 2022 llegó a su fin y trajo consigo el 2023, nada fácil para la familia Cepeda Pulgar. Para entender qué pasó es necesario retroceder un poco en el tiempo. Hace unos años, a mi mamá le habían detectado un pequeño tumor benigno, llamado meningioma, ubicado en su cerebro. Ella había decidido no operarse, ya que para ese momento el tumor era del tamaño de una metra y, además, no estaba mentalmente preparada para la operación. Tiempo después, cuando revisó a través de exámenes el estado de la masa intrusa, pudo ver, con ayuda de los doctores, cómo ese tumor fue ocupando espacio progresivamente, llegando a medir 4 cm. Ella sabía cuál era el paso siguiente. Ya era hora. La cirugía no podía esperar más. Tuvo varios meses para prepararse ante lo que venía y dejar todo listo en la casa y en el trabajo. Entonces, llegó el día: 13 de septiembre, un día antes del cumpleaños de mi papá. Los tres estábamos desde temprano en el Centro Médico Docente La Trinidad. Mi mamá desde el primer momento tuvo una actitud positiva y valiente, repetía un mantra que le había enseñado el doctor: “El meningioma se va a dejar operar, estoy en buenas manos y no voy a sangrar”. Cuando ella entró al quirófano, en la sala de espera a mi papá y a mí nos acompañaban familiares y amigos cuyo apoyo y compañía significó mucho en aquel momento. Segundos, minutos y horas pasaban mientras esperábamos noticias de cómo iba la operación. Todos bajamos a comer algo para intentar relajarnos un poco, excepto mi papá, quien se quedó todo el tiempo que duró la cirugía en esa sala de espera para estar ahí con ella.
El cielo oscureció y el frío se hizo presente. Ya era de noche. En eso, se abrieron dos puertas grandes de madera y salió el neurocirujano con música para nuestros oídos: “Todo salió bien. Ya la están suturando”. Grandes sonrisas inundaron nuestras caras apenas el médico terminó la oración, y los que quedábamos nos dirigimos minutos después al pasillo por el que la iban a sacar. El momento en que nuestros ojos se posaron sobre la camilla que salió por aquellas puertas de madera no tenía precio: mi mamá estaba despierta. Los abrazos inundaron ese pasillo: la felicidad y el alivio llenaron los corazones de los que estábamos allí. El paso siguiente era terapia intensiva. Mi papá y yo esperamos a que nos llamaran para poder entrar: “Acompañantes de Rosa Pulgar”, llamó una enfermera, indicándonos que podíamos pasar. Nos pusimos la vestimenta apropiada y entramos a saludar a mi mamá, uno por uno. Nunca había estado tan emocionada por hablar con mi mamá, quien estaba conectada a varios cables y hablaba todavía bajo los efectos de la anestesia.
Llegó el 14 de septiembre, cumpleaños de mi papá y día en que subieron a mi mamá a una habitación. Entre cantos de cumpleaños y felicitaciones, las palabras de mi papá fueron sentidas: “El mejor regalo es que Rosi haya salido bien en su cirugía”. Ya para el domingo 17, mi mamá estaba de reposo en casa de mi tía. Pasó una semana muy buena con su tratamiento y sintiéndose muy bien hasta la semana del 25 de septiembre, que la llevamos a emergencias porque tenía fiebre y no se sentía bien. Una infección. Eso era lo que presentaba mi mamá una semana después de operada. Exámenes, tratamientos y el frío de la clínica representaron una semana más en ese trajín; todo eso mientras yo iba y venía de la universidad, pues ya era octubre, y el semestre no esperaría por nadie. El 3 de octubre le dieron de alta a mi mamá, nuevamente, y desde ese entonces no ha vuelto a la clínica. Actualmente, se toma sus pastillas y la cabeza le ha molestado muy poco (esto es un milagro, ya que los dolores previos a la cirugía eran insoportables).
Dos eventos. Dos eventos de salud de las personas que más quiero en el mundo me hicieron darme cuenta de dos cosas: hay personas que no viven para contarlo y hay que aprovechar cada momento que tenemos con nuestros seres queridos. Cuando las personas se nos van, lo único que nos queda son los recuerdos, la huella que dejaron en nosotros. Asumir que las personas que apreciamos siempre van a estar ahí no es una opción, es un error: donde hay vida también hay muerte, y una vez que esta llega no hay vuelta atrás; una etapa llega a su final, pero una nueva comenzará.




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