Diario de un "Manitas". Por Andrea Alarcón
- ccomuniacionescrit
- 27 ene 2024
- 4 Min. de lectura

Y un día abres los ojos y cambia la trama de tu película. O comienza la secuela de la original. Una decisión que venía cosechándose tres años atrás: toda planta florece luego de ser regada diariamente. Tomaste la mano de tu esposa y cruzaste más de 6.500 km, volando sobre el mar y atravesando continentes. Tus hijas esperaron tres meses en casa. Tres meses lejos del amor de papá, pero con el único fin de comenzar a rodar la segunda parte de una historia que queda por contar.
Escena 1, toma 1… ¡Acción! En un pequeño pueblo, terminaba el otoño para dar inicio al invierno, cruzabas la calle para llegar a la estación del tren y ahí seguías una larga ruta para llegar al centro. Sí, al centro de Madrid.
― ¿Aló? Hola, Carol. Ya llegué. ¿Cuál es la dirección del primer cliente agendado?
Carol es mi esposa y yo soy Frank. Y te podría decir que emigramos de Venezuela a España por la inestabilidad política, la hiperinflación y la crisis económica, pero… prefiero decirte que emigramos porque, como familia, estamos grabando nuestra propia historia de vida y esta historia merece una secuela con un punto de giro que nos abra puertas a sinfín de oportunidades unidas a la seguridad y calidad de vida. Emigrar es sinónimo de trabajo duro, sincero y honesto. No diría que emigrar es solo para valientes, porque quien no lo es comienza a serlo a lo largo de las diferentes tomas de su película.
Bastante bajito, calvo y con barba que ya se encuentra de varias tonalidades, de unos 47 años de edad y más criollo que el pabellón, pero decidí adaptar los acentos y pasar por un andaluz que recién llegaba a las afueras de Madrid. Misión fallida. Mi esposa es gallega y yo terminé como un paisano de los canarios.
Nuevo trabajo, primer cliente, y eso de cinta de carrocero en vez de tirro me hacía corto circuito en la cabeza. Trabajo de hormigas. Iba de casa en casa con mis herramientas en mano, reparando lo solicitado por cada uno de los clientes agendados. Qué difícil era cargar con tanto peso encima mientras me movilizaba caminando o haciendo uso del transporte público.
―Toc Toc. Es el señor Franklin.
―No tengo tiempo para charlas, encuestas o promociones. Deje el correo en el buzón.
―Disculpe, señora. Soy el señor Franklin, operario enviado por su seguro de hogar para la instalación de un ventilador.
De ahí en adelante supe que era momento de tragar duro, respirar profundo y mostrar una sonrisa de punta a punta en cada casa a la que iba.
La xenofobia me persiguió como una ligera sombra y el trato cascarrabias del viejo madrileño comenzó a ser motivo de risas con el paso del tiempo. Pero simplemente un día, 8 de la noche, en esa extensa ruta que se había transformado en el comercial de televisión continuo que me llevaba a casa, me di cuenta de que pasaron tres años y me había convertido en el operario más solicitado de la compañía, comencé a sumar trabajos por cuenta propia y a ser costilla de un reconocido grupo multinacional especializado en bricolaje y construcción.
Sin duda alguna, nuestra película comenzó a tener muchas escenas interesantes, ocurrentes y un tanto… extrañas. Podía llegar un día a casa con varios bocatas de jamón serrano que me dejó el cliente que tomó un vuelo y se fue de viaje en medio de la reparación o contar la anécdota de cuando una señora mayor simplemente me quitó el taladro e intercambió papeles pidiéndome que le sujetara la escalera para ella realizar la perforación.
En el aprendizaje está el ensayo y error, porque sí, errores cometí muchos que también tuve la valentía de afrontar. Poco a poco me convertí en ese pilar trabajador y bondadoso que representa a la familia, nunca faltó el amor de papá en casa y las lecciones de vida que los retos nos fueron sembrando. La secuela de mi película original siguió su rodaje con éxito y con infinitos planos que retrataron la esencia de cada emoción.
Cinco años después, es hora de una tercera película, quizá con la misma trama o veremos cuál es el punto de giro en este caso. Pues… sigo siendo "Manitas", sigo siendo un operador del seguro de hogar o un obrero que te ayuda con reparaciones específicas en tu casa si así prefieres llamarlo. Es un oficio que, con el trabajo duro, mi sudor y mis manos, me ha brindado la oportunidad de verme, no solo a mí, sino junto a mi familia, reflejados con una sonrisa en el espejo. Aquí vamos. Tercera parte, escena 1, toma 1... ¡Acción!
―Toc Toc. Es el señor Franklin.
―Sí, claro; pase adelante. ―Me abren la puerta cuatro mujeres jóvenes en lencería.
Pausa. Mejor retomemos la segunda película porque creo que ahora es cuando me quedan anécdotas por contar.
El venezolano bajito, o ahora canario residente en las afueras de Madrid, usa su boina todos los días, su esposa Carol le acomoda la camisa de botones antes de salir de casa y…
―¡Chao, papi! Que te vaya bonito y al volver recuerda llamar a mami a dos estaciones de casa para saber que vienes llegando.




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