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Vivió para contarlo. Por Bricany Makkoukdji


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La familia Rovaina había planificado ir a Caracas el domingo 19 de diciembre para realizar la tradición venezolana de comprar los estrenos y regalos del 24. Juan Rovaina, un hombre trabajador, de oficio tornero fresador, tenía un carácter fuerte; además, era decidido, valiente y arriesgado. Él también quería acompañar a su familia a comprar todas las cosas, pero lo llamaron de su trabajo y le informaron que debía laborar ese domingo 19. Iba a llegar un barco petrolero, “Marachí”, que cargaría quince mil litros de fuel-oil (combustible para activar las plantas) y él debía asistir para colaborar; por eso, la familia decidió que Marina (su esposa) y sus tres hijos harían las compras sin él.


Domingo 19 de diciembre de 1982. 6:00 a.m.

Juan, como de costumbre, salió muy puntual de su casa para ir a trabajar, ya que su trabajo quedaba como a una hora de su hogar. Al llegar a la planta, se percató de que no había llevado su carnet de ingreso. Había un incendio y no le permitieron pasar. Regresó a su casa, se sentó a desayunar y a ver la televisión en su sillón amarillo. En las noticias estaban narrando el incendio y uno de los trabajadores de la planta le hizo un llamado para que se presentara en el lugar y ayudara con el incidente.

Juan tomó sus cosas (incluido el carnet) y se dirigió al sitio donde estaba siendo solicitado. Cuando llegó, le pidieron que fabricara una bomba para que el agua pudiese alcanzar con más facilidad las llamas del tanque N.° 8


12:45 p.m.

Justo al terminar de ensamblar la bomba de agua se va la luz y Juan le ruega a su ayudante que se vaya adelante y lleve la pieza mientras él iba al baño. Segundos después explotó el segundo tanque de combustible y su ayudante murió al instante.

Sin saber qué hacer con las llamas, el petróleo y el humo que iban tras él, Juan no tuvo más alternativa que quitarse las botas y lanzarse al mar para escapar. Nadó y nadó y nadó más rápido que un pez y logró llegar a otra playa llamada “Wenke”. Fue rescatado por una lanchita, en la que se encontraba una periodista que estaba quemada. Con todo el susto y la adrenalina activada por el deseo de salvar su vida, Juan, al entrar a la playa, cayó en un charco de petróleo, lo que le ocasionó fuertes quemaduras en sus dos pies. Un grupo de rescatistas lo montó en un carro y lo llevó al Seguro Social de La Guaira para atenderlo.


3:45 p.m.

Las noticias no dejaban de hablar acerca de una de las mayores tragedias que había vivido Venezuela, la gran explosión de la planta de Tacoa. Al estallar el segundo tanque hubo un feroz recrudecimiento del humo y las llamas. Mientras tanto, por las noticias reportaban que el señor Juan Rovaina había muerto, junto con su ayudante, en la explosión generada a las 12:45 p.m. al tratar de colocar una bomba de agua para calmar el fuego. Las personas cuyos cuerpos no lograban conseguir eran reportadas como fallecidos, ya que el petróleo era como el caramelo del quesillo que cuando se quemaba se volvía muy pegostoso y espeso, lo que cubría en su totalidad los cuerpos de las víctimas.


5:00 p.m.

Al llegar a casa Marina y sus tres hijos, después de un día entero en Caracas lleno de compras navideñas, se encontraron con que no había luz en todo el sector. Se percataron de que había ambulancias que iban y venían en todas las calles, hasta que lograron confirmar que se trataba de algo más que la ausencia de luz. A los minutos llegó el hermano de Marina en estado de shock, le contó acerca del accidente ocurrido ese día en la planta de Tacoa y le notificó que, a través de las noticias, informaron que Juan Rovaina, su esposo, había muerto en la explosión. Miles de preguntas, sin respuesta, pasaban por su cabeza en ese instante: ¿tuvo que morir de esa forma tan trágica?, ¿por qué no se quedó en casa o fue a Caracas?, ¿y si hubiese escapado? Pero ya todo era inútil, ya habían confirmado su muerte.


6:00 p.m.

Un carro azul, nunca antes visto en la calle donde vive Marina, se estaciona a gran velocidad en el portón de la casa. Abrieron la puerta del piloto, se bajó un hombre desconocido con traje de paramédico. Abrieron la puerta de atrás del piloto, unos pies cubiertos por kilos de venda blanca tocan el frío asfalto de una casa sumida en la tristeza por la pérdida de un ser querido. Una mano que le resulta familiar a la supuesta viuda se apoyó en la puerta del carro para tomar impulso y elevarse. Marina hizo contacto visual con su esposo ¡no estaba muerto! Sobrevivió y se encontraba sano, a pesar de las quemaduras en sus pies, el dolor que sentía por la pérdida de personas trabajadoras que solo hacían su deber y los años de vida invertidos en la planta. Pero lo importante fue que pudo volver y que vivió para contarlo.

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