Vencí el miedo. Por Marta Fragozo
- ccomuniacionescrit
- 22 feb 2021
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 29 jun 2022

La noche antes no logré dormir nada, es algo que usualmente me pasa cuando estoy nerviosa por lo que sucederá al día siguiente y sin duda enfrentarte a un día así, sin haber dormido, solo empeoraba la situación. La universidad era imponente, eso lo supe desde que pisé el lugar por primera vez, pero el primer día de clases, me hacía sentir aún más pequeña, como una hormiga.
Mi corazón latía muy rápido, estaba sudando frío, mis manos temblaban y no podía mirar a nadie a la cara, ni siquiera a los profesores. Estaba fuera de mí, me sentía mal tanto física como mentalmente y a pesar de estar rodeada de personas, me sentía más sola que nunca.
Pedía al universo que el día acabara rápido, quería estar en mi casa, un lugar en el que me sintiera segura y cuando finalmente lo conseguí: todo fue mucho peor; en mi cabeza estaba presente que al día siguiente tendría que vivir el mismo infierno.
Era difícil para mí verme tan vulnerable en una situación que para los demás era normal e incluso divertida. Y entonces hice lo que pude para protegerme: Nunca hablaba con mis compañeros de clase, pasé mucho tiempo ese semestre en la biblioteca, fingiendo hacer tarea que no tenía, huyendo (tanto como pude) del sentimiento de angustia que me causaba la universidad. En ese momento me sentía estúpida, evitaba hablar con mis amigos cercanos de mi vida allí, porque sabía que nadie lo entendería.
Cuando miraba a mi alrededor me sentía como un “bicho raro”, porque todo el mundo parecía disfrutar la experiencia, y yo solo estaba deseando que terminara. Una amiga con la que he estudiado desde que tengo memoria, también entró ese año a la universidad, pero nunca coincidíamos, cuando nos encontrábamos estaba rodeada de sus nuevas amigas y yo no pintaba nada allí. Eso me hacía sentir más insegura, porque no era capaz de hacer algo tan sencillo como socializar.
Entonces llegó el segundo semestre, pero ya estaba tan entumecida emocionalmente, que empecé a hacer lo mismo, huir. Con este nuevo comienzo llegó una nueva amiga, y éramos tan unidas fuera de la universidad, que esperaba que fuese igual allí dentro. La veía como una luz de esperanza. Tan deslumbrante resultó, que empezó a hacer amigos, muchos amigos, y yo solo la observaba, Intimidada por ver que todos parecían avanzar sin mí.
Hay una frase que dice “El que sobrevive no es el más fuerte, sino el que adapta”, y yo no pude adaptarme, así que empezamos a alejarnos. Nunca sentí que mis amigas tuviesen la culpa de esa distancia que se formaba entre nosotros, de hecho me parecía que era lo más lógico, porque llevaban un ritmo que yo no podía seguir.
Y aunque ya estaba acostumbrada a lo que vivía, hay un momento en el que necesitamos soltar todo eso que hemos reprimido. Entonces decidí hablarlo con las personas más cercanas a mí, y todos pensaban que la solución era muy fácil: “Solo necesitas relajarte” “Eres muy rígida”. Notaba que empezaban a presionarme con el tema, ya no era un problema, ahora se había convertido en una forma de burlarse de mí (cosa que hasta yo misma hacía). Con eso llegó la frustración. Buscaba apoyo porque en ese momento no entendía que la única persona que podía ayudarme era yo misma.
Llegué al cuarto semestre. El infierno solo se hacía más grande, incluso pensaba seriamente en dejar la carrera, porque aunque amaba lo que estaba estudiando, y sabía decepcionaría a muchas personas, no me hacía feliz, no me sentía cómoda, tenía que luchar cada mañana para levantarme de la cama y enfrentar una realidad que odiaba, pasé dos años sintiéndome miserable, durante lo que, según todo el mundo, es “La mejor etapa de la vida”.
Entonces llegó una pandemia mundial que nos obligó a mantener la distancia social y aunque ya no tenía que enfrentarme al día a día de ir a clases, yo no podía dejar de pensar en que tarde o temprano tendría que volver a lo mismo, a reencontrarme con eso que me hacía tan vulnerable, y me di cuenta de que era un problema real y de todo el daño que me había hecho.
Y tomé la decisión más valiente de mi vida: Ir a terapia. Creo que muchas personas tienen la extraña idea de que ir al psicólogo es sencillo, porque él te va a ayudar a resolver todos tus problemas mágicamente, pero nunca han estado más equivocados. En mi paso por la terapia he entendido que solo yo soy la solución a mis problemas, y que si realmente quiero resolverlos debo trabajar por ello. Es un camino agridulce y no es sencillo. Te sientas allí durante una hora, frente a un desconocido a admitir todo lo que nunca te has atrevido a decirte a ti mismo, incluso te sientas allí a permitirte por primera vez sentir, sentir sin culpa y sin miedo. El miedo no era solo por hablar con los demás o conocer personas nuevas, en el fondo también era por la incertidumbre del futuro, de lo que representa ser una adulta.
Aprendí a no minimizar mis problemas. Aprendí que muchas veces las personas no entenderán cómo me siento, pero no por ello dejará de ser importante
Y ahora estoy en mi quinto semestre, aun la pandemia nos azota y nos distancia de nuestra vida normal, pero ya no me preocupo más por como será ese reencuentro. Ahora lo veo como un reto, el reto de demostrarme que he sanado, que he avanzado, que soy más fuerte y que, a pesar de todo, vencí el miedo.




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