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Una vida a prueba de pruebas. Por Ashley Gómez


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I

Normalmente, cuando hablamos de pruebas siempre pensamos en un obstáculo, en un abismo que atravesar, lo que sea... pero nunca en algo positivo.


En este caso, ese nunca positivo es lo único que deberíamos desear.


Todo comenzó con un viaje soñado. Vivir en un país de caos y salir de él es toda una maravilla, cualquier cosa que ves fuera de él te resulta increíble y te sientes en el paraíso.

La primera vez que salí de mi país tenía 18 años, bastante edad para ser mi primera vez en un avión cruzando fronteras venezolanas, pero en ese momento representaba una magia enorme. Una semana pasó en un abrir y cerrar de ojos y el sueño llegaba a su fin. Regresé a Venezuela y solo pensaba en que la realidad me dio un golpe abrupto.

Para aquel entonces los vuelos nacionales resultaban problemáticos, conseguir boletos sin “palanca” era casi imposible y debíamos enviar a una familiar de urgencia a la Isla de Margarita. Días pasaron y no conseguíamos una solución, por lo que decidimos desplazarnos hasta el estado Anzoátegui e intentar que viajara por vía marítima. Parecía ilógico pero sí, también había problemas para conseguir boletos allí. Pasamos dos días y una noche en aquel infernal calor y clima pegajoso, en una fila que parecía interminable… pero llegó una luz a nuestras vidas y aquel calvario terminó.

De vuelta a la normalidad. Ya no me encontraba bronceándome bajo el sol de las playas dominicanas, pero tampoco estaba asándome como un pez bajo el sol de Oriente haciendo una cola, así que relativamente estaba bien. Hasta que llego el verdadero problema.

Una noche comencé a sentirme mal, quizás estaba resfriada por tantos días de playa, quizás simplemente era cansancio, por lo que no me preocupé. Pasaron días y aquel malestar empeoraba, cada noche mi temperatura corporal era aún más alta y no podía controlar mi cuerpo de los temblores, tenía una migraña infinita y los mareos eran constantes; todo lo que ingería de inmediato lo devolvía. Ya nada era normal, nada estaba bien.

Luego de varios días sin mejoría, decidieron llevarme al médico; aseguraron que tenía algo en los pulmones y, aunque ni mi mamá ni yo éramos médicos, sabíamos que algo andaba mal con ese diagnóstico. Todo se derrumbó cuando el doctor aseguró que mi sangre se autodestruía y que lo más probable era que mi “simple problema” fuera una anemia o, aún peor, cáncer en la sangre. Fueron horas de lágrimas interminables, dolor, estrés, ansiedad y desesperación por no saber cuál era la realidad que me deparaba el futuro cuando tan sólo un mes me separaba de, por fin, comenzar mi soñada carrera universitaria.

Decidimos cambiar de doctor, ya que cada vez que me tomaban muestras de sangre mi hemoglobina estaba más baja, al punto de necesitar transfusiones. Veinte días a ciegas, sin saber la verdad... hasta que, como dicen en mi pueblo, por obra y gracia del Espíritu Santo una luz llegó a nuestras vidas y nos recomendaron hacerme una prueba de malaria. Dos horas después tenía en mis manos aquel papel con la palabra positivo en letras negras y cursivas. No sentía alivio, pero sí tuve al menos un respiro.

Tres meses pasaron para sanar del todo, pero aquel positivo se convirtió en mi pesadilla más grande. Sentir el filo de la muerte respirando a mi lado me demostró que vivimos una prueba a prueba de pruebas.


II

Nadie jamás se imaginaba que una pandemia iba a llegar en pleno 2020, pero así fue. El pánico se apoderó de todo el mundo, aunque sigue existiendo uno que otro incrédulo. Después de haber saboreado el sabor de la muerte, el miedo es latente, siempre tratas de ser lo más cuidadoso posible, o al menos así debería ser…


Al principio todo es cuidados, restricciones, ¿una salida? Jamás. Lavarse las manos mil veces al día, cambiar de mascarilla regularmente, lavar la ropa al llegar a casa, mantener distancia. Parecen reglas infinitas y para un joven resultan aburridas, demasiado aburridas.

Un año en confinamiento parece suficiente, además de que las responsabilidades llaman y quedarse en casa por 365 días o más no resulta una buena opción, por lo que toca acostumbrarse y aprender a sobrevivir al virus.


En medio de la pandemia los emprendimientos se multiplicaron y mi caso no fue la excepción, decidí aprovechar las dificultades de la vida y convertirlas en oportunidades. Tener a un ser querido lejos es doloroso pero también puede resultar de provecho, por lo que comencé a traer maquillaje de Estados Unidos e inicié mi propia tienda virtual.

Parecía una locura el éxito que estaba teniendo, era irreal. No podía estar más feliz y orgullosa de mí misma.


Hasta que un día normal, siguiendo una vida normal decidí hacer un viaje ‘’porque me lo merecía’’ y fui feliz en la playa… mientras duró.

Al cabo de algunos días sentí sensaciones que anteriormente había experimentado. ¿Qué podía ser lo peor? Definitivamente otro positivo en letras negritas y cursivas en un examen médico. Lo peor había pasado…


POSITIVO, otra vez. Esta vez no me había picado un mosquito, esta vez la pandemia me dio una lección y me postró en la cama por un par de semanas. Cada síntoma era peor que otro y aprendí que la diversión podía haber esperado: la puerta de lo peor pudo haberse quedado abierta para mí. Por suerte aún no era mi hora y puedo escribir estas líneas, pero me sigo repitiendo: vivimos una vida a prueba de todo tipo de pruebas.

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