Una Venezuela extraordinaria. Por Christian Lazo
- ccomuniacionescrit
- 8 feb 2022
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 29 jun 2022

Historias que unos cuantos venezolanos reconocerán
EL ARRANCÓN
Valencia, 2 de enero de 2022:
Bajo la luz roja de un semáforo se reunieron cinco automóviles. En el semáforo del otro lado no había carros, tampoco en los costados. ¿Qué significa esto? Condicionados y aferrados al instinto venezolano, todos y cada uno de los pilotos pusieron su pie sobre el acelerador. Con firmeza y sin una pizca de duda, estos transeúntes arrancaron al mismo tiempo; si los estuvieran cronometrando, la diferencia sería cuestión de milésimas de segundos. El venezolano es víctima y perpetrador de todos sus crímenes.
ASESINATO EN CELEBRACIÓN
En una fiesta caraqueña:
La celebración o la ocasión no importaban, porque el venezolano siempre hallará la manera de cometer esta atrocidad. Un par de vasos vacíos, ron en mano y lo esencial: una enorme bolsa rellena de cristales congelados. El hombre parece estar jalando de un mechón a la bolsa, y agresivamente la eleva. Mirándolo con seriedad, una sensación amenazante se siente en el aire. A toda velocidad cae la pobre bolsa, un movimiento que recuerda las degollaciones en tiempos medievales. Golpea el suelo y los cristales comienzan a separarse. ¿Qué hizo la bolsa para merecer esto? El hombre barbudo y sediento decidió que con un golpe no era suficiente castigo. La bolsa asciende lentamente por segunda vez. Esta vez el barbudo cambia su expresión, siente que ya está cerca. Sus ojos gritan locura y ansía un tormento para su hígado. A nadie en la fiesta parecía importarle semejante maltrato, todo lo contrario, parecían a la expectativa de la tragedia. Sin ningún remordimiento, el hombre con todo ímpetu golpeó la bolsa contra el suelo y terminó su labor. Es así, en Venezuela el asesinato es cosa de celebración.
CLAVE
Luego de siete años en el extranjero:
No tenía idea de que en Venezuela ya no se podían guardar secretos. En la caja, ya a punto de pagar, frente a la multitud me hicieron una pregunta que me incomodó.
—¿Clave? —dijo la cajera con expresión somnolienta.
Pensé que me estaba extorsionando de alguna manera, pero su cara no indicaba un deseo maligno, sino impaciencia cotidiana. Haber estado tanto tiempo fuera del país me dejó fuera de la nueva onda de pago. Cedí y en voz baja dije los cuatro dígitos que permiten la transferencia de dinero.
—¿Listo? —pregunté con incomodidad.
—Sí, papito. Toma la factura. —La cajera continuó atendiendo a la siguiente persona.
Me sentí asaltado, pero más que todo perdido por la nueva realidad que se posó ante mí.




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