Una odisea caraqueña. Gabriel Peraza.
- ccomuniacionescrit
- 13 nov 2020
- 3 Min. de lectura

Domingo en la mañana. Un clima frío y nublado, muy característico de los inicios de octubre, levanta a dos jóvenes que solo han conciliado tres horas de sueño. Ambos despiertan junto a la misma mujer, la resaca. Aquella dama misteriosa que, escondida en los placeres de todas las fiestas, afecta a todo el que sucumbe ante ellos.
–¿Qué hora es Hernán? –preguntó Gustavo con su voz ronca.
–Son las siete, levántate rápido y vámonos, esto fue aburridísimo.
Con prisa y sonrisas falsas se despidieron de Manuela, la amiga de Hernán que los había invitado, y emprendieron su rumbo hacia Los Próceres. Allí se encontrarían con Saúl, el padre de Hernán, quien los llevaría a su casa en Alto Prado. Todo parecía bien calculado, pero Caracas iba a sorprender a estos dos muchachos.
Mientras paseaban por los alrededores del IPSFA, el teléfono de Hernán comenzó a vibrar y este atendió a la llamada.
–Aló papá, ¿ya llegaste? –preguntó ilusionado.
–¡No hijo, ni cerca! Estoy atrapado en una cola por Las Mercedes.
–Está bien, nosotros veremos cómo nos las arreglamos. –Colgó, completamente decepcionado. Gustavo sabía que no venían buenas noticias.
–¿Qué te dijo tu papá? –preguntó angustiado.
–No podrá buscarnos, trancaron varias vías de la ciudad por la maratón de Gatorade –explicó con mucha molestia. Ambos se encontraban en un panorama complicado. Con poco dinero y aún aturdidos por la resaca, no sabían cómo iban a llegar a su destino.
Tanto Hernán como Gustavo decidieron caminar hasta una panadería para desayunar. Allí gastaron lo que tenían y cargaron sus energías porque ya habían decidido lo que iban a hacer. Luego de terminar sus empanadas, se levantaron y caminaron hasta la subida de Cumbres de Curumo, donde esperaban encontrar una cola. Pasó media hora y, entre conversaciones sobre lo aburrido de la fiesta y las expectativas que se habían creado, llegó un ángel en una camioneta pickup y se ofreció a ayudarlos.
–¡Háblenme, panas! ¿Necesitan la cola? –preguntó el conductor. Ambos asintieron y se subieron a la parte trasera del vehículo. Al fin parecía que el día les estaba sonriendo, luego de tantas frustraciones.
Llegaron hasta la plaza principal de Cumbres, se despidieron del conductor y a partir de ahí comenzaron a caminar por un largo rato. Mientras acumulaban metros veían cómo pasaban los carros. Las personas los observaban bien vestidos, con camisas manga larga, pantalones de vestir y zapatos elegantes. Pero esa apariencia atractiva que causaba el físico y la ropa de ambos era opacada por sus caras de cansancio, llenas de sudor y marcadas por el Sol que cubría toda la ciudad y había desplazado a las nubes tempraneras de ese día. Era un contexto adecuado para que entre ellos hubiese una discusión y uno le echara la culpa al otro por ponerlos en esa situación, pero no. La amistad pudo más que los temperamentos y la personalidad de cada uno, así que siguieron firmes en su travesía.
Tras caminar un par de horas por Los Campitos consiguieron llegar hasta Prados del Este. Ellos, a pesar del dolor de sus piernas y las bocas secas por la sed, veían su objetivo cada vez más cerca. Pero precisamente por estar tan exhaustos decidieron subirse a un autobús que los llevaría hasta la entrada del conjunto.
Todo el que esté leyendo estas líneas pensará, “¿pero ellos no se habían quedado sin dinero?”. Precisamente en esta parte de la historia se presenta una disyuntiva ética y moral por la decisión de Hernán y Gustavo. ¿Estuvo bien o no lo que harán a continuación? Era lo necesario en ese momento, debido a las circunstancias, pero eso no justifica la viveza y el mal obrar de nuestros protagonistas.
Sentados en los dos asientos más cercanos a la puerta, tanto Hernán como Gustavo descansaron y recargaron sus energías hasta que llegó el momento de actuar. Cuando el autobús se detuvo en la parada, que estaba a unos metros del conjunto residencial, ambos salieron despegados de sus asientos y corrieron hasta la garita de seguridad. Para su suerte, no había ningún vigilante, así que saltaron la barra y se alejaron rápidamente del autobús. A lo lejos, se escuchó claramente cómo el conductor les mentaba la madre a los dos jóvenes que huían con una sonrisa en el rostro. Finalmente, a pesar de las dificultades, llegaron a la casa de Hernán y pudieron vivir para contar una historia que parece ficción, pero es anécdota.




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