Una historia para no olvidar… Por Sabrina Fereres
- ccomuniacionescrit
- 3 sept 2020
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 29 jun 2022
Miles de fotografías, esperanzas de vivir y ganas de luchar en contra de la marea para contar historias que se inscriben en la historia de la humanidad; caminos largos recorridos en búsqueda de nuevas oportunidades; familias separadas sin conocer el paradero de los que tuvieron que esconderse por ser perseguidos políticos; un bolso con comida, ropa y pertenencias pequeñas que recorrieron ciudades y pueblos sin saber qué más les tocaría vivir. Solo se vivía el hoy sin saber del mañana, solo se vivía por vivir y solo los más fuertes y acompañados por Dios sobrevivieron una guerra que acabó con la vida de millones de personas alrededor del mundo.
Me gusta sentarme a mirar imágenes y objetos que van por los ochenta y tantos de años, me gusta escuchar esas historias con una libreta en mano para recordar de dónde vengo; me encanta mirar desde otro punto de vista la crianza de mi mamá, además de darle calidad de vida a mi abuela por tantos traumas que vivió en su niñez.

Mi abuela es mi historiadora favorita, siempre me cuenta anécdotas y vivencias fuertes de su niñez. Nació en un campo de concentración en España. Tiene un carácter muy recio, una personalidad un poco alocada y una manera de vestirse fuera de lo común. Le encantan los colores fuertes, y pintarse el cabello de morado, rojo, azul y gris es un hobby mensual. Cuando comienzo a agrupar todo lo que ella me cuenta, le encuentro explicación a su manera de ser, de expresarse y de convivir con el mundo. No tuvo una vida fácil y su niñez fue distinta e igual a la de muchas personas que también vivieron esos momentos que más tarde se convirtieron en historia para la humanidad, y que nos hacen reflexionar y agradecer haber nacido en tiempos distintos; tiempos con problemas, pero no como los que ellos padecieron en esa época.
A continuación, les contaré parte de la historia de mis bisabuelos, es decir, los padres de mi abuela.
Primera parte
La Vega, mejor conocida como la Lela, era una española de una provincia llamada La Rioja, ubicada al norte de España. Se crió rodeada de vinos, uvas y de grandes viñedos que eran cosechados por sus padres y familiares en un pueblito llamado Sajazarra. A sus 18 años se fue de la casa y llegó a San Sebastián, lugar donde conoció a Eugenio, a quien le llamaban Tito, un español muy refinado y adinerado, que más tarde se convirtió en su esposo.
La Lela y Tito eran dos jóvenes muy dedicados al trabajo. Él era especialista en talabartería y había aprendido este oficio en la hacienda de sus padres, la Lela lo ayudaba en atender a la clientela, cosa que le encantaba porque le hacía recordar su niñez vendiendo los vinos de la familia. Tuvieron su primer hijo en el año 1934, Manolo, mejor conocido como Manolito, el niño más consentido de la familia. Sin embargo, al tiempo todo su panorama de felicidad cambió por la guerra que hubo en España en la época de Franco. Tito era perseguido político por lo que no tuvo otra opción que escapar de España.
Segunda parte
Tito tomó la decisión de irse solo, caminando por la frontera costera de España a Francia. Dejó a la Lela y a Manolito en España. Iba escondiéndose de los francotiradores hasta que llegó a un pueblito llamado Irún; de Irún brincó a Francia, lugar donde fue atrapado por los franceses nazistas, quienes lo pusieron a trabajar para ellos haciéndoles las botas, las cartucheras (bolsos donde guardaban los armamentos) y las correas que llevaban en sus uniformes. Mientras tanto, la Lela muy preocupada en España, sin saber de él, decide irse caminando a buscarlo preguntando de pueblo en pueblo si alguien sabía de un español (Tito) de apellido Muñoz.
Así fue por toda la costa con su niño, escondiéndose de los franquistas para no ser atrapada. Cuenta mi abuela que la Lela, al cruzar a Francia, se encontró con la Segunda Guerra Mundial. Varias veces le tocó esconder a Manolito debajo de su falda para protegerlo mientras pasaban y caían las bombas. Durante el éxodo, se escondía en las haciendas que había en los pueblitos y comía papas y zanahorias que arrancaba de la tierra, además de lo que los campesinos les regalaban, porque ella no era la única que estaba en esa posición: realizó esa caminata con cientos de españoles que huían de la guerra civil. Su objetivo era conseguir a su esposo Eugenio.
Al llegar a Francia, los nazis le preguntaron si sabía hacer algo. La Lela sabía cocinar muy bien, así que le asignaron trabajo en una cocina, lugar donde tenía escondido a su hijo, que era muy consentido por las otras españolas que trabajan ahí. Hay que destacar que la Lela se robaba los panes para regalárselos a los judíos que veía sufrir día tras día, además de que le tocó presenciar las formas en las que eran maltratados y asesinados. Mi abuela recuerda que la Lela, en vida, decía que no olvidaba el olor de las chimeneas cuando quemaban los cuerpos para desaparecer evidencias de lo hecho. A las semanas de estar en Francia, se enteró de que Tito estaba trabajando como talabartero para los nazis en un campo de concentración muy cercano, así que retomó nuevamente su idea de buscarlo. Como ya había pasado por mucho, podía seguir resistiendo. Al final del día, todos vivían por vivir sin saber del mañana.
Tercera parte
La Lela consiguió a Eugenio gracias a los españoles; el fulano Tito, Eugenio Muñoz, trabajaba para los alemanes. Tito, al verla, habló con su jefe, un nazi de alto rango militar, y, con mucho miedo, le explicó su posición. El jefe fue comprensivo, debido a que era el único talabartero que tenían en ese campo de concentración, el único que les hacía las botas y los elementos que necesitaban en cuero. Así, el militar le expropió un castillo a una vizcondesa que era conocida como ¨La pava¨, la obligaron a irse a vivir al tercer piso de su castillo, dejándole el espacio extra a Tito y a la Lela con Manolito.
Para esa época nació mi abuela, exactamente en el año 1943 en Rennes, provincia de Bretaña, dentro del castillo. El parto fue atendido por dos amigas de su madre, debido a que los hospitales estaban ocupados por los alemanes. El sótano del castillo estaba lleno de españoles escondidos que Tito resguardaba y alimentaba. Para poder alimentarse y para alimentar a los escondidos, la Lela cambiaba por leche, carne, pollo, mantequilla, huevos y queso los artículos de los franceses hechos por Tito.
Hasta el final de la guerra la Lela y Tito estuvieron en ese lugar. Manolito salía en las tardes a agarrar manzanas en el campo de los alrededores del castillo y sacaba a pasear a mi abuela. Todos los españoles que estaban escondidos en el castillo sobrevivieron, incluyendo a la propietaria; los nazis huyeron como nunca, dejando la ciudad sola y abandonada después de todo el daño que habían hecho, pero el destino de esos españoles no quedó ahí.
Cuarta parte
Se rumoreaba que Venezuela era un país que recibía a los extranjeros. Los venezolanos no eran muy receptivos en ese entonces, pero sí había posibilidades de lograr grandes cosas. Tomando en cuenta que los españoles debían salir de Francia con urgencia y que España no era una opción, decidieron tomar uno de los últimos barcos con destino a Venezuela, el país donde todo estaba por hacerse. Así llegan Tito, la Lela, Manolito y Aracelis a Caracas, una ciudad bellísima, llena de distintas culturas y una población muy reducida.
Tito comienza a trabajar en lo que se especializaba, la talabartería, y se hace famoso en el centro por su trabajo tan delicado. Es contratado como diseñador de carteras de una tienda llamada Tropicana; además de ser el talabartero exclusivo de los maletines de Carlos Andrés Pérez y de las carteras de pieles de animales como tortuga, cocodrilo y conejo de su esposa Blanca Rodríguez.
Por ironías de la vida, una de las hijas de mi abuela (mi mamá) se casó con un judío (mi papá), lo que me hace reflexionar y darme cuenta de que la vida volvió a involucrar a los judíos en la familia; pero esta vez de una manera más alegre, ya no fue a propósito de una guerra. Quizás ese sea el agradecimiento del destino por haberlos ayudado en un momento tan difícil como el de la Segunda Guerra Mundial.




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