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Una historia incontable. Por Manuel Fernández.


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Recuerdo esa noche. Tan tenebrosa como cuando estaba en el teleférico a las diez de la noche contando historias de terror con mis amigos. Sin embargo, esta vez estaba solo…

Llegué a Pensilvania por una supuesta llamada de negocios. Dijeron que estaban interesados en nuestro servicio de caza fantasmas. Iba tan concentrado en lo que diría que no me percaté de que estaba en un pueblo enmohecido y viejo; en las fotos que me enviaron no se veía así.

Como de costumbre pagué mi estadía con Airbnb. Y ahí estaba yo, junto a la hermosa casa que me habían prometido (aunque, a causa de la neblina, la verdad es que no se apreciaba nada). Ya era media noche. Me imaginé que todos estaban dormidos, por lo que entré en silencio. Luego de estar dentro de la casa, fue cuando consideré que podían confundirme con un ladrón, pero me sentía tan agotado que no me importaba nada.

Mientras caminaba silenciosamente hacia lo que yo pensaba que era un cuarto de visitas, me di cuenta de que todos los muebles estaban tapados por sabanas. Sentí que algo raro ocurría, pero las ganas de acostarme, después de un viaje de dieciocho horas, eran como un tesoro para un pirata.

Encontré un cuarto lleno de polvo con una cama perfecta para dormir. A su lado había un cuadro un poco extraño… Era un hombre con traje y sombrero y algo raro en la cara: estaba tapada con una manzana verde, tan verde que parecía fluorescente entre tanta oscuridad.

No aguantaba más el sueño, me acosté y me dormí enseguida. Horas después escuché voces fuera de la habitación, salí a ver si eran los dueños de la casa. No había nadie. Producto de mi imaginación, pensé. Volví al cuarto y me acosté mirando el cuadro. En ese momento, una voz me susurro al oído: “Aquí estoy…”.

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