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Una caótica semana. Por Génesis Dugarte.

En 2017 Venezuela vivió una época compleja. Entre los meses de marzo y agosto hubo protestas a nivel nacional e internacional contra el presidente Nicolás Maduro, porque la población no estaba de acuerdo con las decisiones políticas que él estaba tomando.

La última semana de abril, en particular, fue desastrosa para mí por la cantidad de marchas que salían de la plaza del estudiante y alrededores de la Universidad Central de Venezuela; en verdad el país estaba pasando por un momento difícil y era complicado prever lo que iba a ocurrir al día siguiente; cada hora salía un motón de noticias, tantas que no alcanzaba la vida para leerlas.

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Un día, a finales de agosto de ese mismo año, cuando ya no había más indicios de protestas, me fui a acostar y, por alguna razón, antes de quedarme dormida repasé aquella caótica semana de abril.


Lunes

Me levanté más temprano de lo habitual. Antes de ir a clase quería pasar por Farmatodo y comprar insumos para colaborar con los estudiantes que iban continuamente a las protestas. Prefería ayudar de esa forma, porque quedé traumada luego de participar en la marcha del 19 de abril. Hechas las compras, a unos metros de la universidad noté la cantidad absurda de policías del SEBIN. Tanto fue mi susto que caminé veloz hasta la entrada de la Facultad de Ciencias.

En la plaza La Langosta, lugar donde fui a entregar lo que traía de la farmacia, el chico que me lo recibió me advirtió que si tenía tapabocas o bicarbonato para uso personal durante las protestas lo escondiera bien porque me podía meter en problemas con la policía. Sin dejar de escucharlo me preguntaba ¿cuánto durará esto?, ¿en verdad el país cambiará luego de tanto marchar? Con esas interrogantes rondando en mi cabeza me dirigí a mi salón de clases.

Miércoles

Me desperté sin ánimos de ir a clases, la situación país me tenía agotada; pero debía ir a la universidad, puesto que tenía que presentar un quiz. Al llegar noté que no había ni un alma en el salón, lo cual me extrañó. Entonces decidí ir a comprar mi desayuno. En el cafetín se encontraban cuatro compañeros jugando dominó y les pregunté por qué no había nadie en el aula. Ellos me explicaron que varias vías estaban trancadas y muchos no pudieron llegar a la universidad. Apenas escuché, decidí irme rápidamente a casa para evitar problemas; sin embargo, la suerte no estaba de mi parte: había una confrontación en la puerta principal de la Universidad y no tenía otra opción que esperar hasta que terminara. Eso fue alrededor de las cuatro de la tarde.

Viernes

Fue el día más tranquilo de mi caótica semana, aunque otro suceso me permitió ratificar cómo el país se hundía. Todo ocurrió así: a la hora de partir a casa decidí tomar una ruta diferente e ir con un grupo de compañeros a la estación del Metro. Cuando esperábamos el cambio del semáforo para cruzar, un señor le pidió la hora a una de mis compañeras. Ella sacó su teléfono y le dijo, educadamente, que eran las dos de la tarde. Por un descuido, se quedó con el celular en la mano mientras terminaba de contarnos cómo le había ido en la marcha de esa mañana. Sin que nos diéramos cuenta, el señor que le había pedido la hora le arrancó el celular, se montó inmediatamente en una mototaxi y huyó. Todos nos quedamos sin reacción, asombrados por la velocidad de lo sucedido.

Me costó conciliar el sueño por la desesperanza que sentí cuando pensé que todas esas semanas de protestas, llenas de incertidumbre, pero con la esperanza de que algo iba a cambiar, dejaron solo un gran vacío.

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