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Un trago que nos salvó la vida. Por Daniela Michieli


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Daniela: recuerdo perfectamente el día que llegué a Lyon (Francia). El bus llegó antes de lo anticipado, exactamente a las diez de la mañana, por eso todavía no había llegado mi amigo a recogerme. Todas las personas en la parada me hacían preguntas en francés, pero me causaba gracia porque no entendía nada. En fin, tardé aproximadamente como dos horas en la parada del bus, hasta que finalmente llegó mi amigo y me llevó al hotel en donde pasaría la noche con mis amigas. Ese mismo día decidí no salir porque estaba agotada del viaje. A la mañana siguiente, a eso de las cuatro de la tarde, salí a recorrer el centro de la ciudad para comprar un regalo de cumpleaños, para un compañero de clase. Me encontraba felizmente paseando con Sofía y Verónica (mis dos mejores amigas), precisamente por una concurrida calle, considerada “el corazón de la ciudad”. De un segundo a otro, pasó por mi lado un hombre que paseaba en su bicicleta quien dejó un paquete en el piso. Me pareció extraño porque tenía su rostro cubierto con un pasamontañas. No le di importancia, por lo tanto, seguí conversando con mis amigas. Repentinamente, me llamó por teléfono un viejo amigo, para que fuera a un bar con mis dos amigas. Justo en el momento en que comencé a dirigirme hacia el bar, se escuchó un gran estruendo que alarmó a todos, oí una detonación muy fuerte cerca de nosotras, y por instinto me tiré al suelo. Luego de dos largos minutos, me levanté del suelo, no vi hacia atrás y corrí velozmente en línea recta, sin que nadie se atreviera a detenerme. Me tapaba los oídos con los dedos, pero en el fondo podía presenciar el caos, los gritos, miles de ambulancias y el sonido de sirenas. Estaba asustada, pero sobre todo impactada por lo que había sucedido de un segundo a otro. Redoblé la velocidad. Vi como Sofía cayó al suelo. Se raspó todas las rodillas. No paraba de llorar. Logré refugiarme en un bar que parecía ser una amplia caverna rodeada por la multitud. Permanecí unos minutos sentada en silencio en donde tuve tiempo de recuperar el aliento. Observaba lo pálida que estaba Verónica. Sofía la mandó a callar como treinta veces. Todo era un caos total. Tenía que mantener la calma. Con un nudo en la garganta pregunté “Chicas… ¿qué acaba de ocurrir?”. Afortunadamente, un muchacho logró poner las noticias. Un portavoz de la delegación de Gobierno declaró "la situación se encuentra bajo control". Por esta razón logré salir un poco más calmada del “refugio” y me dirigí directo al hotel. Es increíble cómo la llamada de mi querido amigo salvó la vida de mis amigas y la mía. Es cierto cuando dicen que “las cosas se pueden torcer en el momento más inesperado”.


Verónica: desde pequeña he sufrido de ansiedad. Empecé a experimentar ataques de pánico en el día a día. Tomo mi medicamento por la mañana con el desayuno, y realmente no me lo puedo saltar ni un día. No soy mucho de hablar con la gente hasta que me siento lo suficientemente cómoda. Afortunadamente, Dani y Sofi me han entendido y ayudado muchísimo. Sin embargo, ese viaje a Lyon fue un reto para mí. Tenía la certeza de que la iba a pasar increíble, pero no fue exactamente así. Sentía que el bus volaba de lo rápido que iba. Cuando llegué, estaba en la estación un tanto nerviosa. No le quería decir nada a Dani, ni mucho menos a Sofi, porque no me gusta molestarlas con mis estupideces. El amigo de Daniela tardó como diez horas en llegar (tardó como dos, pero las horas se me hicieron eternas) y mis nervios estaban por explotar. Hasta que nos buscó y fuimos al hotel. Necesitaba salir a agarrar un poco de aire. Voy a todos lados caminando, lo que me ayuda con mi ansiedad en general, por eso fui a visitar el centro por mi cuenta, mientras las demás descansaban. El día después (el viernes), me levanté tarde y se me pasó la hora del desayuno, por lo tanto, se me olvidó tomar mi medicamento. Siendo sincera no le di mucha importancia, así que decidí salir a acompañar a las chicas a hacer unas compras. Como a eso de las cinco y pico de la tarde me estaba comiendo un helado. De repente volteé y un hombre con la cara completamente cubierta, y lentes de sol, colocó una bolsa en el piso y se largó en un abrir y cerrar de ojos. Escuché a una señora muy alarmada gritar “¡COUREZ COUREZ!” (qué significa CORRAN en francés), pero creí que solo era una broma pesada. Seguidamente, en cuestión de segundos, Daniela me dijo “Muévete, vamos a un bar”. En lo que comencé a caminar, escuché una gran detonación detrás de mí. Caí al suelo de la impresión. Cuando levanté la mirada, la primera imagen que vi fue la de una niña herida en la pierna. Sin pensarlo dos veces, me levanté y empecé a correr. Nunca en mi vida había “huido” tan rápido. Me separé de mis amigas, y fue en ese momento cuando realmente perdí el control. Estaba desesperada, sentía que el corazón se me salía por la garganta. Comencé a ver todo negro y caí. Me desmayé. Por suerte unos chicos me vieron, y me alzaron. Desperté en un bar, donde había muchísima gente refugiada. Me dieron agua, y me ayudaron a mantener la calma. Minutos después llegaron Dani y Sofi. Nunca me había sentido tan aliviada en la vida. Los gritos en el refugio se hacían cada vez más fuertes, y yo gritaba de vuelta. A cada minuto Sofía me mandaba a callar. No entendía nada. Tenía el corazón acelerado y con los pelos de punta. Había ocurrido una explosión justo en donde estábamos hace unos minutos. Finalmente, me calmé cuando dijeron en las noticias que “todo estaba bajo control”, y fui yo quien decidió salir porque necesitaba aire. Llegué al hotel a llorar por horas. Ese día, perdí el control solamente por saltarme un día de mis medicamentos. Desde entonces los tomo cada mañana sin falta. Hasta el sol de hoy tengo pesadillas sobre aquella inolvidable tarde.


Sofía: Tuve una gran pelea con mis padres y decidí planear un viaje a escondidas a una de mis ciudades favoritas de Francia. Organicé toda mi ropa, compré los boletos y les mandé los detalles a mis amigas. Me escapé de mi casa un miércoles por la noche. En el bus, vía a la ciudad, tuve que apagar mi celular porque mis padres me llamaban a cada segundo. Mientras mis amigas dormían, yo solo lloraba porque no podía creer que me había escapado de mi casa, pero era lo único que me parecía conveniente en ese momento. Ni Vero, ni Dani sabían qué era lo que ocurría conmigo, y obviamente no quería que supieran nada porque me hubiesen rechazado la invitación. Solo necesitaba irme de casa sin decirle nada a nadie. Llegué a la ciudad feliz de la vida. No estaba apurada ni molesta como mis amigas por esperar tanto en la parada del bus. Solo quería paz y tranquilidad. Llegué al hotel y al prender mi celular, tenía más de cincuenta llamadas perdidas de mamá. Decidí no contestarle porque me podía arrepentir de la decisión que había tomado. Me acosté a dormir, y, a la mañana siguiente, mi mamá me escribió un mensaje que decía “ya sé que estás en Lyon, por favor, vuelve a casa” (aún ni sé cómo lo averiguó). Salí sola a realizar unas compras por la mañana. Yo solo pensaba en qué les iba a decir a las chicas cuando tuviéramos que volver a casa. Cuando llegué de vuelta al hotel, Daniela me contó su plan de salir a comprar un regalo y unas cosas para un cumpleaños. Entonces fuimos al centro, estaba felizmente tomando fotos, y conversando con mis amigas de lo hermosa que era la ciudad. De la nada, un hombre, que iba en bicicleta, casi me lleva por el medio. Solo me reí y seguí. Me volteé y observé cómo dejó una especie de bolsa en el piso, justo al frente de una panadería reconocida. Se quitó los lentes de sol que llevaba, e hicimos contacto visual durante diez segundos seguidos, pero, por su pasamontañas, no podía verle la cara. Luego se fue muy rápido. Todo fue tan extraño. De repente escuché el celular sonar y juré que era mi mamá de nuevo. Pero era el celular de Dani.

Cambio de planes, vamos a un bar —dijo Dani.

Justo en el momento en que comenzamos a dirigirnos hacia el bar, se escuchó un gran estruendo que me alarmó. Todos los que estábamos ahí, caímos al suelo. Verónica se había perdido de mi vista. Dos largos minutos pasados, me levanté y corrí para alcanzarla. Iba volando. Desafortunadamente, me caí y me raspé ambas rodillas. Lo peor fue que cuando me caí, perdí mi celular. No lo encontré por ninguna parte, pero no podía quedarme ahí. Seguí corriendo. Intenté hacerme “la fuerte”, pero sentía que había arruinado todo. Entre los nervios y el miedo que sentía por dentro, mis ojos se llenaron de lágrimas. Solo pensaba en mis papás preocupados por mí. Entré a un bar con Daniela y nos encontramos a Verónica, estaba toda pálida. Nos abrazamos e intentamos recuperar el aliento. Poco a poco el caos se fue haciendo más débil en la distancia, hasta que por fin desapareció totalmente. Verónica, aún con los nervios de punta, pegaba gritos a cada segundo. Le grité ¡Cállate y cálmate! Minutos pasados, colocaron las noticias. Resulta y acontece que ese viernes 24 de mayo, había ocurrido una explosión que dejó trece heridos en pleno centro de la ciudad de Lyon. La causa fue una bolsa que dejó un hombre con pasamontañas puesto. Ese hombre que vi fue la causa de nuestra desgracia. Estoy segura de que cuando mis padres leyeron la noticia se derrumbaron. Yo, su única hija, nunca llegué a contestarles los mensajes. Me hice la que no me importaba, “la sabia”, la niña grande y lastimosamente ocurrió todo ese caos y ellos sin poder hacer nada. Mil cosas pasaron por mi cabeza y aún no podía comunicarme con ellos para disculparme y decirles que estaba bien. Después de un largo rato, fue cuando pude ser sincera con mis amigas y les conté toda la verdad. Al segundo que la policía afirmó que todo estaba bajo control, logré salir un poco más calmada del “refugio”, y me dirigí al hotel, alerta ante cualquier amenaza. Me prestaron un teléfono y afortunadamente pude darles señales de vida a mis papás. Prácticamente por cuestión de dos minutos la llamada que le hicieron a Daniela salvó nuestras vidas. Si no hubiese sido por la llamada, no hubiese vuelto a casa sana y salva. Después de todo este suceso me he centrado en un pequeño reto: agradecerles a mi mamá y a mi papá por la vida que me han dado, por no abandonarme jamás, y por siempre intentar protegerme. Este caos me hizo entender que la vida da muchas vueltas, por esa razón hay que ser agradecidos y disfrutar de las personas y momentos al máximo porque ¿quién sabe? Hoy estamos, pero capaz mañana no.

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