Un sifrino perdido en el Metro. Por Manuel Fernández.
- ccomuniacionescrit
 - 9 oct 2020
 - 2 Min. de lectura
 

Catire, ojos claros, nariz perfilada y con su típico mandibuleo. Después de tener un accidente automovilístico, por estar revisando el teléfono mientras manejaba, le tocó agarrar el Metro para ver a su novia. Se puso unos pantalones viejos y rotos, una camisa negra con manchas blancas bajo las axilas y, por último, unos zapatos deportivos por si debía correr.
Se aprendió la ruta en su mente -su gran error fue aprendérsela por cantidad de estaciones y no por los nombres de las mismas. Al llegar al Metro se dio cuenta de que todos tenían un estilo típico al caminar, por lo que empezó a cambiar su forma de hacerlo, parecía que le hubiesen metido un tiro en la rodilla. Logró entrar en uno de los vagones después de haber esperado (de pie) durante una hora. Había tan poco espacio que estuvo a nada de darle un beso a una señora que tenía al frente. Sin embargo, lo que más le impacto del viaje era una mujer trabajadora, bajita y con un bolso tricolor, que se encargaba de vender chocolates. Se impresionó por la forma en que se movía por el vagón, por la manera tan hábil que tenía de mantenerse de pie sin agarrarse de ninguna pared, pero sobre todo por la velocidad con la que hablaba y lo poco que se entendían sus palabras.
Después de haber contado sus ocho estaciones le tocó hacer una transferencia. Bajó las escaleras que, supuestamente, lo llevaban a su destino; sentía que descendía hacia el infierno. Después de entrar en su segundo vagón del día y de contar sus cuatro estaciones (sudado, con dolor en los pies y un “tufo” de alguien que le montó el brazo encima) había llegado a Chacaíto. Salió de la estación, solo que esta vez Chacaíto lucía un poco distinto. Pero él, convencido de que había contado perfectamente la cantidad de estaciones por las que pasó, siguió caminando. A medida que caminaba veía que esa no era la zona, hasta que por miedo a perderse le preguntó a un señor que alquilaba teléfonos por cien mil bolívares. -Señor, ¿qué zona es esta? Y el señor respondió -Esto es El Valle, mijo…




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