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Un recuerdo borrado con licor. Por Samantha Perdomo


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I


Pasaba los canales de la tele con rapidez, pero no había nada que me hiciera pensar en otra cosa. Revisé mi teléfono: 11:32 p.m. y sin mensajes que me informaran si todo estaba en orden o si ya venía de vuelta. Salí del cuarto buscando algo de beber o comer, pero, aunque había galletas y refresco en la cocina, no me lograba tranquilizar. Al final, sin darme cuenta, estaba amarrando mis trenzas para salir de la casa y caminar dos cuadras hacia un bar, al tiempo que recordaba las palabras de mi papá cinco horas antes: "No te preocupes, solo voy a sellar un parley, y volveré rápido para pasar tiempo juntos".


II


Asomé mi cabeza en la puerta del bar y vi a Jorge, el portero del lugar, un gordo panzón con una franelilla amarillenta, cabello canoso al igual que su barba y sus mejillas rosadas. Me saludó como de costumbre: "Hola, Orlandita", saludé con un ademán y pregunté por mi papá. Sutilmente me señaló la mesa de dominó y me advirtió que tuviera cuidado, ya que 9 años no era edad para estar en un lugar como ese; mucho menos si solo había hombres. Volteé para fijar la mirada en la mesa 5: lo vi con unas tres fichas en la mano derecha, una cerveza en el piso, a un costado de él, y sonriendo con maldad; agradecí y me acerqué. Le toqué el hombro y al voltear se sorprendió, le pedí que nos fuéramos y me dijo: "Una ronda más, solo una y ya. Ve a la barra y dile a William que te dé un refresco y me esperas allí". Obedecí a sus palabras y eso mismo hice, al cabo de un rato mi vejiga no aguantaba. Así que me fui al baño...


III


Me levanté del retrete y subí mi ropa interior, salí y me lavé las manos con un jabón raro que estaba allí. Escuché el sonido de la puerta del baño. Entró un hombre muy alto con los ojos rojos y algo distraído, era torpe al caminar, no tenía camisa y su pecho dejaba ver cicatrices. No quise verlo fijamente por mucho tiempo, pero la mirada de él se posó en mí mientras se acercaba lentamente. Me preguntó: "¿Estás tú sola aquí?". Ingenuamente respondí: "Mi papá está afuera". Puso su mano en mi cabello y le dio vueltas con un dedo, yo ya me estaba secando las manos; se agachó a mi altura y puso su otra mano en mi mejilla. Quise irme en ese instante, pero su mano ya no rozaba mi cara, ahora estaba presionando mi cuello, se levantó y me levantó con una sola mano, la otra, ya libre de mi cabello, tocó mis piernas y subió por debajo de mi vestido. Cerré mis ojos y grité lo más fuerte que mi garganta pudo…


IV


Abrí los ojos y allí estaba mi papá, con la mano llena de sangre; el hombre se hallaba en el suelo, inconsciente; otros más estaban en la puerta del baño viendo todo. Mi papá me preguntó, desenfrenado: ¿Estás bien? Comencé a llorar y solté un grito desgarrador. Al cabo de unas horas, yacía en mi cama recién despierta con la misma ropa mojada y totalmente sucia. Al parecer, ya había amanecido; escuché en el pasillo la voz de mi papá. Me cambié de ropa y salí, lo vi y él me devolvió la mirada: ¿Qué tal dormiste, Sara? Allí supe que no recordaba nada...

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