Un niño con buenas ideas. Por Daniel Corobos.
- ccomuniacionescrit
- 26 oct 2020
- 2 Min. de lectura

Cuando se es niño, cualquier cosa parece buena idea. Todo parece posible y se piensa que nada debería salir mal. Casi siempre, para no decir todo el tiempo, las buenas ideas de los niños terminan en un mal recuerdo y una probable cicatriz en alguna parte del cuerpo.
Tomás, un niño de ocho años, hiperactivo, volvía de un emocionante día de piscina. Cuando se creía que no le quedaban más energías para seguir haciendo cosas, se le ocurrió una maravillosa idea. Con su actitud de invencibilidad, super fuerza y capacidad de volar, era el Superman de su pueblo. Ese día, mientras caminaba hacia su casa, vio en el otro lado de la calle un perro. A Tomás no se le ocurrió mejor idea que tomar una piedra de la calle y lanzarla con dirección al perro.
–Guau guau –ladró el perro, furioso.
Tomás no sabía qué hacer, pensó que solo se molestaría y se iría. De pronto, amigos del perro salen detrás de un muro: tres, cuatro, cinco perros… Para Tomás era una manada entera de lobos hambrientos. El pequeño Tomás salió corriendo, temeroso por su vida. Superman se había ido a dormir, ahora solo tenía ocho años. Los perros corrían detrás de él como policías detrás de un ladrón. Hacían un ruido ensordecedor. Ladridos por todos lados y Tomás, entre lágrimas, corría sin mirar atrás.
–¡¡¡Ayudaaaaaa!!! –gritaba desesperado por todo el vecindario.
Ya casi estaba cerca de su casa. Para llegar a la puerta debía bajar unos escalones muy largos y muy anchos. “Es mi fin”, pensó Tomás. Así que tomó una decisión arriesgada. Superman había vuelto, era su última oportunidad de salir con vida. Las escaleras tenían unos quince escalones y Tomás, desde el séptimo escalón, dio un salto de fe. Voló por los aires con los ojos cerrados. ¡Escena digna para ser musicalizada con “I belive I can fly” de R. Kelly! Tomás tocó el suelo en el último escalón, ya casi en la puerta de su casa, pero los perros fueron bastante rápidos…




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