top of page

Un concierto inolvidable. Por Mariano González


ree

La música mueve mi vida desde que tengo memoria; puede parecer exagerado, pero es la verdad. No sé de dónde salió mi obsesión con la música, tiene que haber venido de algún lado. Quizás fue algún artista, alguna canción, tal vez un álbum, alguna película o el hecho de que en mi casa había una radio prendida las veinticuatro horas del día. Realmente no estoy seguro.

De lo que sí estoy seguro es del evento que terminó de reventar mi fijación con la música, evento que terminaría creando lo que tarde o temprano se convertiría en el Mariano que está escribiendo este texto, evento que vino acompañado de lo que para mi yo de diez años sería una tragedia de magnitudes inimaginables. Luego de conocerlo, pueden llamarme exagerado.


El concierto


Hace casi una década que ocurrió la segunda edición del Rock and MAU, un proyecto que logró combinar el rock que se estaba haciendo para entonces con la música que se venía haciendo desde siempre, y logró que esta fusión realmente funcionara. Para un niño de diez años que creció escuchando a la generación VRock de bandas de rock nacional por un lado y artistas de folklore venezolano por otro, asistir a un concierto como este era un sueño que estaba por cumplirse.

El día del show a mi mamá le llegó una llamada de mi tía. Yo, como de costumbre, tenía la cabeza metida en la computadora descubriendo el YouTube de la primera mitad de la década de 2010. En ese momento, mi mamá se acercó a mí con el teléfono en la mano.

—Gordo, tu tía pregunta que si quieres ir a un concierto de…

No esperé saber ni de qué era el concierto para decirle que sí. Rápidamente me quité los audífonos, salí corriendo a bañarme y me senté en la sala hasta que me vinieron a buscar. Aunque no era mi primer concierto igual estaba bastante emocionado; era un concierto, después de todo, y uno en donde se presentarían muchos de los artistas con los que estaba fascinado en ese tiempo.

Al rato volvió a sonar el teléfono, ya mis tíos estaban abajo. Corrí a buscar un suéter y bajé con mi mamá. Antes de que ella pudiera saludar a mi tía ya yo me había acomodado en el asiento de atrás del carro, y después de que mi mamá se despidiera con un “Te portas bien”, arrancamos para la Universidad Central de Venezuela.

El show era en el Aula Magna de la UCV y desde que me monté en el carro ese fue uno de los principales temas de conversación. Realmente no entendía mucho cuál era la importancia de ver un concierto en el Aula Magna, pero como mi tía estaba emocionada yo estaba emocionado. Cuando llegamos a la Universidad aún no habían permitido la entrada del público a la sala. Tuvimos que esperar lo que parecía una eternidad, los minutos pasaban y las afueras del Aula Magna se llenaban de la fauna alternativa caraqueña de 2014. Apenas abrieron las puertas, salí corriendo, mientras arrastraba a mis tíos a nuestros asientos.

Esperábamos que se llenara la sala y que comenzara el concierto cuando mi tío se levantó de su asiento y nos dijo que iba al baño. El tiempo pasaba y mi tío seguía sin aparecer, yo ya estaba comenzando a preocuparme, pero esa preocupación se triplicó cuando las luces se apagaron y solo dejaron el escenario iluminado. Yo no podía creer que mi tío se fuese a perder el comienzo del show. ¿Y si después no lo dejan entrar? ¿Y si abre su banda favorita y se la pierde? Eso era lo que me inquietaba hasta que de repente escucho…

—Agarra ahí.

Cuando volteé, ahí estaba mi tío, había llegado del baño justo a tiempo para el espectáculo y, de paso, me había comprado el CD del concierto. Todo pintaba que ese día iba a ser inolvidable, así que me recosté del espaldar de la butaca y me puse mi cinturón, porque la noche no se podía poner mejor.


La tragedia


Hasta ese momento el concierto había sido alucinante. La música, el sonido, la organización, los músicos, el público, todo se había sincronizado de manera precisa para que esa fuera una noche inolvidable, y, efectivamente, inolvidable sería.

Con una alabanza del público le dieron la bienvenida y con su cabeza llena de rulos dignos de un tío Cosa caribeño, Beto Montenegro se montó en el escenario para tocar una versión de “Falta poco” que había arreglado para la edición anterior del Rock and MAU. Hasta ahí todo parecía normal, Beto terminó de cantar y el público aplaudió, nada que no hubiese pasado ya con Horacio Blanco, con Luis Jiménez o con Rodrigo Gonsalves. Lo que yo no me esperaba era que Beto empezara a cantar mi canción favorita de Rawayana, “Gatos oliva”, y lo que menos me esperaba era que como a mitad de canción se bajara del escenario y comenzara a caminar por el pasillo donde yo estaba sentado.

El público gritaba mientras Beto iba caminando. La gente sacaba sus teléfonos para grabar. “Queremos vientos de paz”. —Le estiraban la mano. Beto les chocaba los cinco—. “No más gatos oliva”. —Yo estaba emocionado. Beto seguía subiendo—. “Y toda mi sociedad va pa’ arriba pa’ arriba”. —Alguien más le estira la mano. Beto la choca. Yo me acerco al borde de la fila—. “Queremos vientos de paz”. —La emoción sigue creciendo—. “No más gatos oliva”. —Beto se acerca. Le estiro la mano para que me choque los cinco—. “Y toda mi socie…”. —¡No, no! Beto siguió de largo. Y yo me quede ahí, con mi mano en el aire, inmóvil.

Comentarios


bottom of page