top of page

Un año, cuatro estaciones y la Venezuela inolvidable. Por David Simoes.


ree

Escribo estas líneas hoy en conmemoración de mi primer año en España. Nunca había vivido en un lugar con las cuatro estaciones. Esta era una experiencia que quería conocer; quería entender por qué la gente se tenía que cambiar de vestimenta cada tres meses, por qué la comida era diferente y por qué son tan famosas estas cuatro versiones de la vida en todo el mundo. Sin duda esto fue algo que pude comprender durante este año. Como recompensa adicional obtuve otros aprendizajes. Este año también cumpliré tres de no pisar tierra criolla y mis sentimientos se mezclan como en una coctelera; mi vida se convierte en un trago a veces amargo y otras veces dulce, pero que siempre deja una sensación rara en la garganta. La misma sensación que expresa la famosa gaita: “Cuando voy a Maracaibo y empiezo a pasar el puente, siento una emoción tan grande que se me nubla la mente; siento un nudo en la garganta y el corazón se me salta…”. Es imposible oír y cantar esta canción sin sentir que el mundo se derrumba; es lo que siento yo cuando pienso en mi vida en Venezuela.

Verano

Pasar la inmigración sin ningún problema fue un gran alivio. Comenzar a explorar una nueva gran ciudad a menudo me dejaba sin aliento. El sentimiento de no saber qué sigue me inundaba (había planificado mi vida para llegar a España, después de eso ya no sabía qué hacer). Un calor duro, inclemente y, sobre todo, pegajoso era el pan de cada día.

Siempre que llego a una ciudad nueva me doy a la tarea de explorar, de caminar y caminar. Es la única forma de aprender a manejarse dentro de un entorno nuevo. Pasé días enteros con los pies en la vía. En las noches veía ampollas en mis muy hinchados pies. Pero al mismo tiempo era feliz. Aunque llegué a Barcelona para vivir, me sentía de vacaciones. Y es que en verano se respira un aire de despreocupación, de playa y de sol.

Un día caminando a través de las turísticas calles de Barcelona escuché salir de un grupo de personas unas palabras conocidas, como las notas de cualquier canción que tienes bien aprendida: “marico”, “coño”, “cónchale”, “naguará”… En ese mismo momento volteé a ver a mi acompañante, paisano, y los dos dijimos al mismo tiempo, como si lo hubiésemos, “venezolanos”.

Debo resaltar que esta no es una situación extraña en España, al revés, es muy común. Pero guardo este recuerdo como la primera vez que me pasó. Cuando viajé a Orlando en el 2012, aunque fue diferente. En ese entonces cada vez que nos cruzábamos con algún venezolano todos nos deteníamos a saludarnos y a preguntarnos de qué parte de Venezuela éramos. Creo que el venezolano común es muy nacionalista y en muchas ocasiones le cuesta salir de su país (en tiempos anteriores a la actual crisis migratoria). Entonces estar de viaje y reconocer a un compatriota nos hacía rebosar de camaradería. Creo que ya no es así. Somos un grupo de gente que está acostumbrada a estar en el extranjero. Ahora cuando ves a un venezolano en la calle te da igual; no será un acontecimiento importante, ni mucho menos será extraordinario. Esta es la nueva realidad y nos adherimos muy fácilmente a ella.

Es un poco triste decir esto, pero ahora cuando hago mis rutas de exploración urbana y escucho esas palabras tan conocidas ya no siento nada, solo me roza la nostalgia.

Otoño

Para otoño ya había empezado a trabajar. Ya tenía los papeles al día y solo me quedaba encontrar alguna rutina a la que guindarme para poder echar raíces. Todos los días de camino a mi trabajo en un supermercado veía caer las hojas de varias tonalidades de marrón y rojo. Algunos días me provocaba llevar chaqueta y otros pantalones cortos. De esta estación, más que clichés de temporadas, me llevo un sentimiento de melancolía: mi vida que empieza a tomar un rumbo y unas vacaciones que dejé a atrás. Es hora de asumir responsabilidades.

En este nuevo trabajo había mucha diversidad de razas, pero por alguna extraña razón me sentía mejor estando con los otros latinos. Será por buscar lo conocido. Me hice muy amigo de una chica salvadoreña. Un día, entre la faena habitual del supermercado que era pequeño pero concurrido, ella me dijo algo que me hizo sentir tanto identificado como preocupado. Una de esas cosas que te cuentan y que describen una parte de tu vida, pero que tú nunca te habías parado a analizar. Andrea, con un cantadito típico de Centroamérica, me dijo que estaba preocupada porque no sabía si iba a poder enviar la remesa mensual a su familia. Había gastado de más en los regalos que les había enviado a sus hermanos por sus cumpleaños (toda su familia está en El Salvador).

Esta conversación fue algo impactante para mí. Me hice un autoexamen para reflexionar sobre mi contribución a mi familia en Venezuela. Desde que estaba en el extranjero solo había enviado dinero un par de veces. El resto del tiempo mi situación económica fue un tira y encoge, y luego una austeridad extrema para poder costearme mi viaje a España. Ya había logrado mi cometido de llegar a tierras europeas, ya tenía mi situación legal y laboral estable. ¿Era el momento de empezar a pensar menos en mí y más en mi familia? Esta es una preocupación muy grande que tenemos las personas en el extranjero, soportar el bienestar de nuestras familias que permanecen en el Averno.

Esa misma noche llegué muy afectado a casa y me dispuse a llamar a mi mamá; como para cualquier niño pequeño, para mí sus palabras son muy tranquilizadoras. Aun estando en otro continente sigue siendo mi fiel faro. Esa misma noche ella me hizo comprender que mi familia no necesitaba mi ayuda monetaria, que todos estaban bien; con problemas, pero manteniéndose a flote. Sin embargo, me quedé con un compromiso. Con palabras suaves me dijo “lo único que queremos es sentir tu amor en la distancia”. Así fue como decidí dedicarme más al bienestar no monetario, sino emocional, de mi familia. Desde entonces cuento los días para que me visiten.

Invierno

Llegaron la gélida brisa, los abrigos abultados y los chocolates calientes. El invierno fue una sorpresa encantadora. Es una época mágica. Y el frío que temía, al final no era fuerte sino satisfactorio. Puedo entender por qué muchas ciudades frías son capitales intelectuales. El clima helado te permite concentrarte en tu persona, te abre la puerta a la reflexión y los pensamientos se aclaran. Esto me hizo darme cuenta de lo presente que está la cultura venezolana en el mundo, o por lo menos en el cachito de España donde yo vivo. Aquí puedes conseguir arepas, maltas, empanadas, y hasta hallacas, maracas, alpargatas y tostiarepas. Es impresionante la cantidad de restaurantes venezolanos que hay en Barcelona y también el número de tiendas de productos de nuestra tierra que hay en línea. Gracias a esto entendí que los que salimos del país llevamos nuestra cultura a todas partes. No hablo solo de la parte comercial o de dar a conocer nuestros productos en el extranjero; hablo de un pequeño efecto de implantación cultural que nosotros provocamos.

Para esta época había cambiado de trabajo. Ahora trabajaba en un restaurante pequeño, atendido por sus propios dueños, una pareja de franceses. Para mí fue muy cómico escuchar a mi jefe un día enunciar la lista de compra en un español afrancesado y decir que necesitábamos comprar cambur y caraotas.

Su carta también cambió. En este restaurante vegano de la India ahora se ofrecían arepas, guarapitas, chichas y tortas de piña. El intercambio cultural es tan inevitable como gratificante. Uno se llena de orgullo cuando cualquier europeo prueba una arepa y dice que le encanta.

Pero este intercambio no va en una sola vía. El “vale” se ha convertido en mi respuesta favorita y muchas mañanas me despierto antojado de tostadas de pan con ajo y tomate. También he aprendido a valorar la comida de la India, que hasta ese entonces había sido totalmente desconocida para mí.

De esta manera, el invierno me mostró claramente el “toma y dame” de la globalización, y ahora puedo decir orgullosamente que soy un poco más de mundo sin desconocer de ninguna forma mis raíces venezolanas.

Primavera

En verdad, la primavera fue la única estación que no pude experimentar al máximo. Para esta época ya el mundo estaba sumido en la pandemia y yo me vi obligado a pasar el 90% de mi tiempo enclaustrado en mi casa. Hoy siento nostalgia por esa primavera que aún no conozco pero que sin duda alguna conoceré.

Uno de los miedos más grandes que sentía antes de venir a Europa era esa percepción del latino de que todos los oriundos de aquí te van a discriminar. Pero mis jefes, franceses, como dije anteriormente, cambiaron esa idea en medio de la situación que paralizó al mundo entero.

El día que me enteré de que no podía volver a trabajar porque todo iba a cerrar fue muy estresante para mí. Mi cabeza quedó nublada con mi “¿y ahora qué voy a hacer?”, que golpeaba mi pensar con una intensidad casi dolorosa. Sin embargo, mis jefes me extendieron sus manos en apoyo; me aseguraron por lo menos la mitad de mi paga para subsistir, me dejaron muy claro que si necesitaba alguna ayuda no dudara en decirles y llegué ese mismo día a mi casa con comida para llenar mi nevera, de cortesía del restaurante, y un puñado de libros y un rompecabezas para entretenerme durante esos largos días encerrado, esto último cortesía de mi jefa.

Nunca esperas que alguien tan ajeno a ti pueda ayudarte de esa forma y hasta considerarte tu familia. El tiempo de pandemia me hizo comprender que mis raíces ya estaban comenzando a florecer y que lo hacían en el ambiente perfecto. Y también aprendí que ese gran monstruo de la xenofobia, aunque sea imperecedero, no gobierna a todas las personas.

Este año, estas cuatro estaciones, son un motivo para celebrar. Para celebrar que mi vida está cogiendo un rumbo, que los venezolanos podemos prosperar fuera de nuestra burbuja, que lejos de casa hay todo un mundo por descubrir y que podemos unirnos más y más. Esto último sin importar la distancia, ni la procedencia, ni la cultura. He encontrado a Venezuela en el extranjero, pero una Venezuela diferente, una llena de esperanzas.

Ahora cuando escucho aquella famosa gaita zuliana me sigo derrumbando por dentro, pero este año he entendido que el futuro siempre es hacia adelante y que el pasado solo te convierte en la persona que eres hoy.

Comentarios


bottom of page