Un alma entre cuatro paredes. Por Camila Lozada
- ccomuniacionescrit
- 15 feb 2022
- 3 Min. de lectura

Había una vez... Es como suelen empezar muchas historias. Advierto, sin ánimos de ser irreverente, que no encontrarás nada de eso aquí. Si lo que buscas es leer territorio común, te incitaría a no quedarte; no obstante, si te quedas, es probable que al leer mis palabras logres empatizar con ellas o identificarte.
Esta es la historia de la víctima de un secuestro, una que desconocía que estaba secuestrada.
El inicio se remonta a cuando la víctima era solo una niña con la piel del color de la inocencia y con un corazón tan grande como sus ganas de comerse al mundo. Un día que para todos a su alrededor era poco más que común fue cuando ella notó que su hogar ya no se sentía como suyo. Visualizó que las cuatro paredes que normalmente la rodeaban ya no eran las mismas que habían sido... Ese día notó que dentro de esas paredes había alguien con ella que noche tras noche le decía lo insuficiente que siempre sería en los distintos aspectos de su vida.
Así fue como esa niña aprendió que los abusos y maltratos también podían ser psicológicos. Así fue como entendió que un cardenal en el corazón no se desvanecía con una simple compresa fría. Entonces sus ganas de comerse al mundo fueron reemplazadas por el sentimiento de que el mundo la consumía a ella.
Había momentos en los que una efímera felicidad aparecía en sus grandes y expresivos ojos marrones, y otros tantos en los que solo la fingía. Aun así, esta niña poco a poco crecía, viviendo la mayor parte de sus días con una tristeza enmascarada de alegría, que cada vez le iba abriendo paso a la costumbre y a la monotonía. Los días se volvieron meses y los meses... sin darse cuenta se volvieron años.
A la niña le pasó el tiempo y se convirtió en una joven mujer con un patrón de vida al que ya se había acostumbrado. No era feliz, en gran medida, porque no reconocía nada de sí que le agradara en esa cárcel que habitaba... Aunque tampoco había mucho que le disgustara. Simplemente había perdido la esencia de quién era y de por dónde caminaba. Seguir en ese lugar ya muy poco le importaba, pues, mientras permaneciera ahí encerrada, estaba segura de que no había mucho que pudiera hacer para decepcionar a los que amaba. Quizás era un sacrificio necesario... quizás era merecido, o al menos eso era lo que ella pensaba.
Si has llegado a este punto, tal vez solo tengas ganas de juzgarla o te preguntes por qué nunca intentó hacer nada, así que me corresponde explicar que por muchos años esas paredes fueron todo lo que ella conoció y, además, desligarse de quien la tenía en un secuestro continuo le era imposible. Luego de tanto tiempo ya no encontraba salida y, en consecuencia, tanto su vida como lo que habitaba en ella se tornó gris.
Alguna vez, esta joven mujer usó sus labios de seda para contar que, luego de seis años de encierro infernal, un rayo de luz con forma humana cambió su vida. Si bien después de tanto tiempo tuvo la fuerza para levantarse y enfrentar a quien la había aprisionado, esto no fue solo obra suya. Logró mirar las grises y desgastadas paredes a su alrededor y notar que estaban a punto de derrumbarse; logró ver que necesitaba salir de ese lugar. Fue ella quien abrió la puerta hacia la paz, pero fue su rayo de luz ambulante quien le dio la llave para hacerlo. Ella transformó su camino y comenzó a verlo florecer, aunque siempre supo que aquel primer paso que dio se lo debía a alguien más... A alguien que sí la supo ver. Entonces entendió que no hay personas que te salvan, sino personas que te dan las herramientas para salvarte.
Conozco muy bien la historia de esta joven mujer y de las cuatro paredes de las que fue prisionera... Unas paredes que en realidad eran su cuerpo. Un cuerpo que me pertenece. Esta es la historia de cómo fui cautiva de mis propios maltratos o, más bien, me gusta pensar que es la historia de cómo aprendí a encontrarme, tras haberme perdido por intentar no perder a otros. Fui quien secuestró por mucho tiempo aquellas ganas que tenía esa pequeña niña de comerse al mundo y quien le arrebató la esencia de la persona que ahora me enorgullece ser. Pero también fui yo quien encontró las alas de la liberación y aprendió a ser lo blanco de aquel gris que por muchos años tiñó las paredes que habitaban mi alma.
La realidad es que hoy el alma de aquella joven mujer sigue encerrada en el mismo lugar de siempre, solo que ya no está aprisionada en ese lugar que nunca había sentido como su hogar. Y yo... nunca había admirado a aquella mujer tanto como ahora.




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