Un adiós inesperado. Por Francelis Contreras
- ccomuniacionescrit
- 13 mar 2022
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 17 mar 2022

Durante el temido reinado de la pandemia del Covid 19, recibí una estupenda noticia en medio del caos. Quedé embarazada por segunda vez. Esto me llenó de tanta emoción, que apenas me enteré, fui corriendo a casa de mis padres a darles la noticia.
—Papá… Papá…
—Estoy en la cocina, hija —respondió terminando de preparar el almuerzo.
—Hola, papito —hablé acercándome a él y le di un beso en la mejilla—. ¿Y mi mamá dónde está? —pregunté.
—Estoy aquí arriba —gritó mi madre, Karen, desde la parte superior de las escaleras—. En un momento bajo, Lily.
—¡Vaya! La doña aún tiene buenos oídos —comenté riéndome junto a mi padre y poniendo las cosas que traía encima del mesón.
—Y no sabes cuánto —completó, al tiempo que apagaba la estufa.
Podía percibir el aroma de la comida, mientras recogía mi largo y oscuro cabello en una coleta alta. Y en la espera de mi madre, me senté a conversar con mi padre, Luis; un hombre corpulento e inteligente que casi pisaba los sesenta años. Sesenta años que lo favorecían, y que estaban llenos de muchas experiencias y aprendizajes, gran parte de los cuales pude disfrutar, afortunadamente.
Transcurridos quince minutos, bajó mi mamá, maquillada y bien arreglada. Se acercó, me saludó y, sin darle tiempo de sentarse en el taburete de la cocina, les anuncié a ambos la dichosa sorpresa. Mi madre reaccionó a la noticia con un grito agudo, mientras que mi papá sonreía. Luego de la emoción, y después de darnos muchos abrazos, me reiteraron una frase ya conocida por mí: cuídate y ten reposo, Lily.
Yo asentí con una media sonrisa ante sus preocupaciones. Sé por qué lo decían. Sé que tenía que cuidarme. Y también sabía que, pese a las circunstancias adversas, debía asistir a mi trabajo. No podía abandonarlo, no podía hacerlo; los pacientes me necesitaban; tanto el hospital como los pacientes requerían de mi labor, y más en esta crisis sanitaria que para entonces llevaba un año.
Por supuesto, estaba convencida de que debía tomar un descanso, pero asistiría al hospital durante el tiempo que mi embarazo me lo permitiera. Médico cirujano decía mi diploma universitario y eso me obligaba a cumplir con mi deber: brindar servicio a la comunidad.
Rápidamente la noticia de mi segundo embarazo se fue difundiendo entre familiares y amigos. Y, del mismo modo, el tiempo pasó volando.
Llegó el mes de julio, época de verano en Estados Unidos. Ya se sentía en Miami el clima húmedo y la temperatura había incrementado. Los casos de Covid iban en aumento y por ende me tocaba acudir con más frecuencia al hospital. Ya tenía cinco meses de embarazo, estaba muy entusiasmada porque venía en camino una pequeña nena.
Mi esposo, John, mi pequeña hija, Melanie, y yo estábamos muy felices en espera de la nueva integrante. Los fines de semana, cuando podíamos salir del trabajo, íbamos a pasear en familia o a comprarle accesorios a nuestra futura hija. Cada vez que salíamos, observábamos que la gente en Florida había bajado la guardia con la pandemia. Andaba por las calles sin tapabocas y no le prestaba atención al distanciamiento social.
Para ese momento ninguno de nosotros se había vacunado. Yo estaba en diligencias a fin de buscar la cita, pero con el trabajo y el tema del bebé se me olvidó. A finales del mes de julio, mi hermano Diego dio positivo al Covid. Y como él vive en casa de mis padres, contagió a papá, quien dio positivo a la prueba una semana después. Con todo eso, decidí que lo mejor era tratarlos a ambos en casa por lo complicado de la situación en los hospitales. Mi hermano se recuperó prontamente, ya que a él lo atendí al instante; sin embargo, mi padre aún seguía en cama.
El mes de agosto se asomó por la ventana y papá aún no mejoraba, solo empeoraba. El 11 de agosto entre mi mamá y yo decidimos ingresarlo en una clínica, porque ya el tratamiento no resultaba. La oxigenación de la sangre le había saturado entre 98 y 95% en esa semana; no obstante, ese día fue de 88%. En la clínica, lo pudieron estabilizar manteniéndole el oxígeno al 100%, pero —con el transcurso de los días— fue bajando progresivamente de 80 a 66%.
El médico, en vista de lo que ocurría, le explicó a mi papá que, si seguía la saturación de esa forma, podría agravar su estado de salud, dado que el oxígeno estaba al 100%, pero sus pulmones no evidenciaban una mejora, es decir, iban de mal en peor.
—Quiero pedir tu autorización para intubarte, si es necesario —expuso el médico; sin embargo, observó que mi padre se negó a ello—. Mira, estás agotado, tienes dolor de pecho y sientes que te falta el aire. Si se necesita intubación, me gustaría tener tu permiso.
—Lo que sea mejor para mí —dijo finalmente mi padre, ya exhausto.
Apoyé la idea del médico a través de una llamada telefónica, también pensé que era lo mejor.
—Es lo más efectivo. ¿Verdad, doctor? —le pregunté.
—Sí, Lily. Una intubación temprana tiene mejor pronóstico que una de emergencia.
Transcurrido el tiempo, como alrededor de una hora, el doctor me volvió a llamar. Me explicó que mi padre no respondía a ningún medicamento. Había bajado su saturación por debajo de 50%, es decir, tuvieron que llevar a cabo una intubación de emergencia.
Me temblaban las manos. Sabía que en ese estado todo estaba complicándose. No sabía qué hacer. No podía ir a la clínica y mucho menos en las condiciones en las que estaba. Yo solo rezaba y ponía a mi padre en oración junto a mi familia.
El 14 de agosto de 2021, alrededor de las seis de la tarde, me llamó de nuevo el médico. El temor me invadió y todo se detuvo. Por un momento sentí cómo mi vida entera se desmoronaba en fragmentos.
—Lily, lamentablemente tu padre tuvo un paro cardiaco… —Se quedó en silencio—. Y falleció mientras dormía.
Todo mi mundo se acabó. Mi padre se había ido. Mi todo se había ido…
Recuerdo que lo sucedido me trajo únicamente una cosa: miedo. Miedo a pensar en que no volvería a hablar con él. Miedo a que no volvería a reírme de sus chistes; miedo a no volver a verlo…
Nos faltaron muchas cosas por hacer juntos… Aun así, agradezco haber hablado con él por última vez antes de que lo sedaran. Logré decirle que lo amaba y acabé obteniendo una respuesta recíproca: “Yo también, mami. Los quiero mucho a todos”.
Sé que él hubiese querido que siguiera con mi vida. Y así lo hice. Por el bien del bebé que esperaba.
Acepté que él ahora descansaba, no obstante, me cuesta creerlo.
Extraño mucho a mi papá.




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