Un 24 portugués antes de la crisis. Por Patricia Soares
- ccomuniacionescrit
- 10 ago 2021
- 3 Min. de lectura

La madre
La navidad para mí, específicamente el 24 de diciembre por la noche, es para disfrutar. Pero siempre hacemos cualquier cosa menos eso: o comemos mucho hasta reventar para luego ir a dormir o limpiamos tanto solo para ensuciar o discutimos de política y crisis para pelear.
Eran las siete de la noche y yo solo quería tomar un vinito, hace tiempo no lo hacía, pero empezó el corre corre. Debíamos dejar limpia la cocina después de la faena de preparar hallacas, el guiso del acostumbrado almuerzo del 25, las broas de miel (galletas portuguesas), la torta negra, el ponche crema casero, el quesillo de plátano, el pan de jamón casero, el desastre del pernil (si desastre, todos le agregaban algo), la tizana, la ensalada de pollo, el dulce de lechosa, lavar uvas, lavar aceitunas, picar queso, hacer rollitos de jamón...
Sí, como lo escuchas, es grotesco pensar en la cantidad de comida que se hace para el 24 y 25, y es que siempre debemos explicarlo. Los portugueses que vivimos en Venezuela tendemos a mezclar tradiciones: para nuestra mitad criolla hacemos recetas venezolanas como Dios manda, pero para nuestras raíces es imperdible recordar la infancia de Madeira. ¡Cómo olvidar la olla de papa con carne llamada “Viñailos”, porque se macera con vino y ajos! Dios qué terrible, un mar de comida y aún no me visto ni termino de envolver los regalos de Santa. Y ya van a ser las diez de la noche.
La abuela
Y llegó el gran día. Y, como siempre, al frente de la batalla para que todo quede perfecto, me despierto desde las cinco de la mañana del 24 en víspera de navidad, con la emoción de agasajar a mi familia. Nuestra infancia fue muy pobre, y la navidad venezolana es tan maravillosa... Ya son cincuenta años viviendo aquí, soy más venezolana que mi hija de 35, pero inevitablemente mi acento portugués no se va ni con las canas bailando al son de Simón Díaz.
Cerca de las siete de la noche, mis hijas están cansadas, y mis nietos están jugando y dando vueltas por la casa, pero yo siempre de pie, porque cada navidad recuerdo cómo a los siete años allá en Madeira iba al monte, descalza, a esta misma hora y con un clima muy frío al estilo Junquito, a buscar leña para calentar unas papas hervidas que hacía mi santa madre; papas que regalaba la vecina, junto al cochino, que tanto esperábamos ver cómo se juntaban los hombres a descuartizarlo.
Nuestro 24 era muy distinto al de ahora. Yo, pequeña, buscaba leña y agua en tobos afuera de la casa, algunas manzanas que aguantaban invierno en el árbol, hierba para aliñar el caldo, arrastrábamos el baúl de madera, muy pesado, para sacar los vinos y confites macerados con celo (por lo exóticos que eran), poníamos la mesa y repartíamos los platos. Para nosotros esa era la alegría en medio de la humildad. Esa imagen siempre pasa a esta hora por mi cabeza, mientras, mecánicamente, me pongo mi mejor vestido y se hacen las diez de la noche. Todo perfecto para la familia que amo.
La niña
“Navidad, navidad, linda navidad” es mi canción favorita, mi época favorita y mi día favorito. Este 24 de diciembre por fin llegué a la Navidad con diez años; desde siempre mi mamá decía que cuando cumpliera diez podía pedirle a Santa un celular. ¡Y qué trauma, cuando digo Santa! Porque empieza el tiki titiki de mi mamá y mi abuela, que no es Santa que es el niño Jesús.
Contaba los minutos y mi mamá tenía una cara de pocos amigos, ni le pregunté si me bañaba y vestía, pero como ya eran las siete de la noche, decidí, discretamente, bañarme solita, y al salir, pregunté si me ponía el pantalón de la graduación de mi hermana o el vestido de la boda civil de mi tía, y por ahí refunfuño mi mama “lo que tú quieras”. Pues decidí irme por lo cómodo, pero no por ello dejaría de ser la niña más hermosa del edificio, tengo mis accesorios, los zarcillos que me regalaron en mi cumpleaños, la pulsera de mi mejor amiga, el maquillaje de mi hermana y el cintillo de gatito de Farmatodo no podía faltar.
Mi abuela estaba como un militar haciendo revisión de todo, y pasando lista mental, es una mujer impresionante, qué va, yo jamás tendré tantos hijos, como para organizar estas comelonas, y como a mí no me gustan ni las aceitunas ni las pasas ni las alcaparras ni las frutas confitadas... Huácala, esas comidas portuguesas tienen de todo y me asfixia, yo solo quiero escuchar las campanadas de la media noche y ver a mis dos amigos a Santa o al Niño Jesús, pero que uno de los dos llegue con mi soñado celular.




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