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Tres pasos al más allá. Por Adrián Garrido


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1.Enrique

Transcurría el año 2002 y Enrique enfrentaba una dura situación: a su esposa Ismenia le habían diagnosticado cáncer de mama en etapa terminal. El cáncer ya había hecho metástasis en el cuerpo de la esposa, por lo que Enrique corría desesperado en busca de ayuda. Buscaba y buscaba por todos lados el dinero suficiente para pagar todo el procedimiento médico. Consiguió ayuda de su familia y la de su esposa para poder cubrir todos los gastos, pero aún seguía bastante ansioso y atemorizado, y no era para menos, pues cada día que pasaba, las esperanzas de salir de esta situación ilesos se extinguían como la llama de una vela en una noche fría. Las hijas de Enrique se encontraban ausentes dentro de aquel naufragio. Una de ellas vivía en Chicago desde hacía algunos años y la menor, a pesar de vivir en Caracas, se mantenía al margen, ya que la situación la abrumaba. Los días pasaron, y Enrique, al borde del colapso, se encontraba en un estado incluso peor que el de su esposa. Su corazón no pudo soportarlo más y sencillamente decidió detenerse. Murió de un infarto. Su deterioro psicológico lo llevó al deceso, y pasó a la eternidad antes de que su esposa Ismenia lo hiciera.


2.Ismenia

El 2002 para Ismenia fue uno de esos años en los que pareciera que la vida y el destino se ponen de acuerdo para hacerte vivir todas las experiencias posibles en menos de doce meses. Pero sin duda, el acontecimiento más fuerte que la mujer tuvo que atravesar fue cuando le diagnosticaron cáncer de mama. Ismenia se había descuidado y había decidido realizarse el procedimiento médico cuando la enfermedad estaba sumamente avanzada y había hecho metástasis. Ya no quedaba esperanza alguna que pudiese rescatar aquella felicidad que le había sido arrebatada tan repentinamente. Cada día que pasaba era un día menos para ella, para despedirse, para apreciar cada pequeña cosa y terminar de forjar recuerdos que pudiese llevarse a la otra vida. Había algo que lograba sacarle una pequeña sonrisa entre tanto infierno por el que le tocaba caminar, y era que su amiga Romelia, suegra de una de sus sobrinas, pasaba por el mismo proceso que ella, por lo que habían formado una gran amistad, se acompañaban y apoyaban. La última sentencia había llegado, y ya la de túnica negra le tocaba la puerta con el fin de llevársela. Ismenia tenía el espíritu aplastado luego de la muerte de su esposo Enrique meses atrás. El único consuelo que le quedaba era ver a sus hijas antes de partir. Su hija menor, a pesar de toda la incomodidad y el miedo que sentía, decidió acompañarla en sus últimos días; pero faltaba alguien ahí: su hija mayor que se encontraba en Chicago. Ismenia ya tenía un pie en el otro lado, pero se rehusaba a irse sin antes despedirse de su hija que se encontraba a tantos kilómetros de distancia. Después de varios días, la hija, a la que tenía tantos años sin ver, hizo acto de presencia en aquella habitación donde solo se respiraba tristeza. Ahora sí, Ismenia pudo partir en paz la mañana siguiente.


3.Romelia

Romelia había vivido a lo largo de su vida muchas batallas duras que, como dicen muchos, ayudan a formar el carácter. No fue hasta el año 2002 que le llegó su más grande y última batalla. Romelia tenía una enfermedad conocida como Mieloma múltiple, lo que se puede traducir como un cáncer en las células de la medula ósea. Ni el haber sido inmigrante a Venezuela ni el nunca haber conocido a sus padres ni el cargar con un esposo problemático y seis hijos la habían derribado tanto como lo hizo el sentirse tan frágil, sentir como si sus huesos estuviesen hechos de cristal, como si con cada toque y cada abrazo se le quebraran al menos tres de ellos. Atravesó todo ese cruento camino de recuperación: quimioterapias, exámenes, tratamientos y la angustia de todos quienes la querían. Pero era afortunada: estaba rodeada de una gran familia que seguía haciéndose más grande, un trabajo, un título en derecho que estaba a punto de sacar y una amiga llamada Ismenia, quien atravesaba un proceso muy similar al de ella y le había regalado una buena amistad. Romelia logró superar todas estas adversidades y había conseguido el título en la carrera con la que siempre soñó. Pero, como bien sabemos, al gigante que nos usa como piezas de ajedrez no le gusta que le ganemos en su propio juego. Pocos meses después Romelia recayó. Esta vez la de túnica negra no la dejaría escapar como en su último encuentro lo hizo. Romelia no se podía mover, quedó sentenciada a una silla de ruedas, ya que apenas podía mantenerse en pie. Cada vez se volvía más frágil y ya no le gustaban las muestras de afecto, pues un simple roce le causaba un dolor indescriptible. Para completar este martirio, le llegó la noticia de que su amiga Ismenia había fallecido, la misma que le daba apoyo y la entendía más que nadie. Romelia perdió la batalla meses más tarde.

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