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Todo por un sueño. Andrea Muñoz


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Se amaban profundamente, tanto así que ponían sus corazones en la mano uno por el otro. Solo había un pequeño problema, se encontraban muy distantes, en continentes distintos, a muchas horas de diferencia.


Seis de la mañana y suena la alarma del despertador. Ella la apaga, se para de la cama y se dirige al baño, con una cara de rascacielos, sin ganas y sin ánimos de nada. Se mira al espejo y ve a un cuerpo flaco, medio alto, con el cabello castaño por la cadera, ojos de miel y la piel pálida como la nieve. Tenía los ojos pesados por el cansancio y el estrés que había sentido toda la semana y a eso se sumaba la tristeza porque tenía mucho tiempo sin ver a una persona muy importante para ella.


Su día fue más de lo mismo, desayunó con cereal, fue a la universidad, vio sus clases con mucho aburrimiento y regresó a casa. Al llegar encontró un pequeño paquete en la mesa del comedor. Con mucha calma lo abrió y no pasaron ni cinco segundos cuando, tras levantar la mirada, sus ojos se empañaron y las lágrimas resbalaron por sus mejillas sin poder controlarlo. No podía creer lo que estaba viendo.


Al otro lado del mundo se había despertado él, de golpe, a causa de una pesadilla en la que ella había sufrido un accidente. No iba a poder verla ni tocarla nunca más. Se paró de su cama y se miró al espejo: un chamo alto de tez morena, corpulento, cabello negro corto y unos ojos color mar. Tenía una mirada asustadiza, nerviosa, de preocupación; no podía dejar de pensar en que quería verla, no podía permitir que algo le pasara y que él no la hubiese podido ver más, ni abrazarla, besarla y tocarla. La extrañaba demasiado.


Decidió salir de su casa directamente a una agencia de viajes y, sin fijarse en el precio, compró el primer pasaje que encontró para ese mismo día en la noche. Regresó a su casa y, emocionado, empacó sus maletas; recogió todo y se fue al aeropuerto. Estuvo más de doce horas en un vuelo y ya le dolía la espalda, pero todo el esfuerzo, el dinero y el dolor valían la pena. Consiguió la manera de llegar a la casa de ella, sus padres lo recibieron y se quedó esperándola en la sala junto a un regalo que le había comprado.


Cuando ella llegó a casa, vio el regalo, lo destapó, y al mirar su contenido había una nota que decía: “Una sorpresita, mira hacia arriba”. Fue en ese instante cuando sus ojos se ahogaron en lágrimas. Salió corriendo a abrazarlo, duraron minutos así. Se sentían bien, se complementaban uno con el otro.

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