Sustos que dejan marca. Por Gabriela Angulo
- ccomuniacionescrit
- 28 abr 2021
- 3 Min. de lectura

El 13 de septiembre de 2018 hubo una situación traumática para algunos, aunque para otros hoy es solo un mal recuerdo. Era un día normal, como cualquiera. Andrea y Samantha regresaban del colegio, pero hacía un calor infernal como si se tratara de Maracaibo. Ese día les había tocado usar el transporte público porque su automóvil, un Optra, se dañaba a cada rato. Cada vez que debían irse por su cuenta hasta la casa, caminaban con otros estudiantes hasta la parada del autobús. Justo ese día ellas salieron más temprano de sus clases porque una profesora tuvo inconvenientes con el transporte y no pudo llegar. Las personas con las que acostumbraban dirigirse a la parada sí tenían sus clases completas y les tocó a ellas dos ir acompañadas por el Espíritu Santo. Aunque podían pedir cola para que las llevasen a sus casas, prefirieron buscar otras alternativas en lugar de molestar.
En el camino, se consiguieron a una amiga de un año superior a ellas: ¡Gaby, espera! –gritaron mientras aceleraban el paso para alcanzarla. La avenida Las Palmas en La Florida es una calle muy sola, así que mientras más personas vayan juntas, mejor. Al llegar a la esquina de la parada, Gaby se separó de ellas, ya que iba en dirección opuesta a la de Samantha y Andrea. De repente, se escucharon unos gritos aproximadamente a cuatro metros de donde estaban, ambas se voltearon y se horrorizaron del susto por lo que vieron: un secuestro. Todo fue tan rápido que solo pudieron notar como un hombre mal vestido se metió al carro de alguien sin importar que hubiera dos personas adentro; aceleró descontroladamente rozando con otros carros y perdiendo el control. Casi atropelló a Gabriela que estaba en la otra calle, casi a mitad de su cruce.
***
Al despedirme de unas amigas que me conseguí en el camino a la parada ‒cuenta Gabriela‒, esperé que hubiera pocos carros para poder cruzar, porque en esta calle nadie respeta el semáforo. Cuando iba a cruzar, escuché ruidos de cauchos quemándose, gritos y otro ruido que no llegué a distinguir. Me volteé rápidamente para saber qué pasaba y vi un carro descontrolado dirigiéndose hacia mí. Sin pensarlo, corrí lo más rápido que pude y me lancé a la acera que tenía al frente. Tuve muchos raspones en la rodilla, piernas y brazos, pero para mi suerte el carro no me atropelló.
Muchas personas se acercaron a ayudarme y me preguntaban cosas. Yo realmente no las escuchaba por el estado de shock en el que estaba, todo pasó tan rápido que no entendía. No fui la única herida, había otras personas que también estuvieron cerca de ser atropelladas. Nada grave. Al levantarme, vi que Samantha y Andrea se acercaban a mí preocupadas y asustadas; tenían mi bolso y me dieron agua. Ya no seguí en estado de shock, pero aún temblaba del susto; la policía se acercó a preguntarme cómo estaba y si llegué a ver la cara del señor en el auto.
–Todo pasó muy rápido, no llegué a ver casi nada, solo que el carro era de color azul oscuro, no entiendo qué pasó” –dije temblando–. ¿Qué pasó?
–Bueno, señorita, lo que pasó fue que un antisocial aprovechó el descuido de un hombre que dejó su carro mal parado y se lo llevó con las dos personas que estaban adentro –explicó el policía–. Por suerte una patrulla estaba cerca y estamos en plena persecución –aclaró.
–¿Me puedo ir?
–Sí, no tiene nada más que hacer aquí.
***
Gina estaba tomando un café mientras veía una novela llamada La Reina del Flow. De repente escucha que abren la puerta del apartamento y entra su hija lastimada, sucia y algo temblorosa junto a otras dos chicas.
–¡Hija! ¿qué sucedió? –pregunta Gina, acercándose, desesperada y preocupada al ver el estado de su hija.
–Señora Gina, lo que pasó fue que hubo un secuestro cuando estábamos en la parada de la camionetica, y justo cuando Gaby estaba a mitad de camino para cruzar, el carro donde iban el secuestrador y los secuestrados casi la atropella; ella salió corriendo y se lanzó para llegar a la otra acera –cuenta, nerviosa, Samantha a la madre de Gabriela–.
‒Andrea, ¿podrías llamar a mamá? –le pide Samantha a su hermana– debe estar muy preocupada porque no hemos llegado. Aprovecha también y le explicas lo que pasó.
No se supo cómo terminó el suceso, preferían no saber más del asunto por miedo a meterse en problemas.
A partir de ese día, Samantha, Andrea y Gabriela no volvieron a irse solas a sus casas; si una salía antes, esperaría a las otras para irse juntas con el transporte que les contrataron. A Gabriela no le costó superar aquella tragedia, pero prefiere no volver a andar sola. Fue un susto muy grande tanto para su madre como para el resto de su familia.




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