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Su primera mascota. Por Paola Hülsen


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Un jueves por la mañana del 5 de octubre de 1978, todo parecía normal. Los niños tenían que madrugar para ir al colegio, la gente estaba acelerada por llegar a tiempo a los trabajos, algunos aún somnolientos o amargados por las colas matutinas.


LUCÍA

La mañana de Lucía, madre de tres niñas, transcurrió así:


Llevé a las niñitas al colegio con el ajetreo de siempre, luego salí a caminar cerca de mi casa como de costumbre. Después, llegué rápido a preparar almuerzo, ya que mi esposo había invitado a un amigo para que comiera con nosotros.

Apenas ellos se fueron, acosté a mi hija menor de cuatro años para que durmiera la siesta, aproveché y me bañé, solo me había dado tiempo de ponerme la ropa interior cuando sonó el teléfono en mi cuarto y atendí. Mientras hablaba con mi amiga Nancy, repentinamente entró a mi cuarto un hombre al que nunca había visto, tenía una chaqueta de cuero en el brazo. Levantó la chaqueta y me mostró un revólver que tenía escondido allí.

Al ver eso, así como en las películas, yo me desmayé. Me hice pipí del susto. Tirada en piso, el hombre me agarraba y me decía: “Venga, venga párese”. Y yo le decía que no podía caminar. Le rogué que no me hiciera daño.

En eso, el hombre se percató de que el teléfono estaba descolgado y de que alguien estaba oyendo, inmediatamente agarró el teléfono y le desconectó el cable, lo lanzó al suelo. Lo rompió.

Lucía estaba viviendo algo aterrador, solo su amiga y ella sabían que algo malo estaba pasando. Para el resto de Caracas seguía siendo un día cualquiera.


ELBA


Elba, la hermana mayor de Lucía, había tenido una mañana similar a la de su hermana, sus tres hijas se habían ido al colegio con el transporte escolar a las 6:30 a.m., como de costumbre. Por los momentos, lo único que hacía que el día de Elba fuese diferente era que su hija mayor, Alexandra, estaba cumpliendo quince años.

Alexandra salió ese día temprano del colegio por lo que su mamá la fue a buscar y la llevó a casa de sus abuelos para que la vieran y almorzaran juntos. Era un día tranquilo.

Luego del almuerzo, se fueron a su casa ubicada en la terraza “D” de Terrazas del Club Hípico. Al llegar, Elba recibió una llamada de su mamá, preocupada porque había recibido una llamada de Nancy, la amiga de Lucía, quien le contó que algo raro estaba pasando en casa de Lucía.

Como ya habían almorzado, Elba y Alexandra se fueron en el carro a casa de su hermana, que quedaba cerca, en la terraza “A”. Elba cuenta que, al pasar por allí, sucedió lo siguiente:


Llegamos a la puerta y desde el carro toqué la corneta varias veces, pues veía que la camioneta de mi hermana estaba allí. Pasados unos minutos, salió la señora que limpiaba la casa (que no me conocía, porque era nueva) acompañada de un hombre. La mujer me dijo: ‒La señora no está. Le contesté, inocentemente, ‒pero allí está su camioneta. Con mi respuesta, me percaté de que había un hombre sentado en el suelo al que nunca había visto. Se me quedó mirando. Se volteó un poco y vi que tenía un revólver escondido detrás de la espalda. Inmediatamente le contesté: ‒Ah bueno, gracias, y retrocedí.

Al instante bajé la calle y en la redoma de la zona, diagonal a la bomba de gasolina, había un puesto de policía de la PTJ, me bajé y le dije al oficial: ‒¡Ay señor! ¡Por favor, es urgente! ¡Necesito que me acompañe a casa de mi hermana, algo está pasando, hay gente sospechosa en la puerta de la casa!

Me pidió que esperara un momentico, que iba a pedir refuerzos. Solo eran dos policías. Se cambiaron el uniforme por unas camisas estilo hawaiano, con flores. Nos dijeron que nos montáramos en el carro de ellos, porque ya mi carro había pasado por allí y podían sospechar de algo al ver que regresaba. Nos montamos en el carro los dos policías mi hija y yo. Alexandra estaba muda del susto.

Al estar a cuadra y media de la casa de mi hermana, los policías nos dijeron que nos bajáramos para ir caminando, mientras ellos nos seguían.

El policía nos advirtió: ‒Tengan mucho cuidado porque aquí se puede armar una balacera. Al llegar a la puerta de la casa, vimos al hombre del arma escondida jugando metras en el piso de la entrada. En eso, uno de los policías que nos seguía sacó el arma, lo apuntó y le dijo: ‒Párate de ahí.

Entré a la casa y vi que había una camioneta cargada de cosas, una pick-up. Vi también que estaban saliendo unos hombres de la casa con un trapo amarillo cubriéndoles la cara. Parecía que se iban. De repente empezaron los disparos. Cuando escuché los tiros, me lancé al piso sobre mi hija. Los ladrones corrieron por el terreno y brincaron el muro de la parte de trasera del jardín. Yo corrí con mi hija, cuando encontré la oportunidad, hacia una especie de anexo donde se guardaban los juguetes de las niñas que quedaba en el patio. Empujé a Alexandra hacia dentro, agarré el baúl de juguetes y con eso trabé la puerta. Por la ventana veía más o menos qué pasaba, pero por los disparos me daba miedo asomarme.

Esperamos allí como media hora, sin movernos, hasta que oí que los policías dijeron que ya todo había pasado.

Subí a ver a Lucía, a mi papá, a mi hermano Manuel y al chofer. Todos habían estado arriba retenidos, luego de haber ido a ayudar a mi hermana.


CUMPLEAÑOS


Al llegar a la casa, Alexandra no quiso ni picar una torta, al igual que su madre estaban impactadas por el susto que se habían llevado en la tarde. Horas después, sus hermanas volvían del colegio e ignoraban el aterrador suceso que había ocurrido. Sus primas tampoco fueron a celebrarlo, en su casa había ocurrido el desastre.

Sin embargo, alrededor de las siete de la noche, llegó la hermana de su tío a llevarle un regalo que la haría sentir mejor: un nuevo acompañante que protegería a la familia de cualquier susto. Su primera mascota. Brandy, el cachorro pekinés.

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