Sombras en Venezuela. Por Andrea Veroes.
- ccomuniacionescrit
- 28 oct 2020
- 4 Min. de lectura

Hace pocos días estuve conversando con un amigo acerca de la delincuencia en mi país, y utilizó la siguiente frase ‘’Si no te han robado alguna vez, realmente no vives en Venezuela’’, lo que me llevó a pensar sobre el temor que sentimos al salir de casa.
Una vez, cuando cursaba el último año de bachillerato, caminaba hacia mi colegio; estaba como a dos cuadras. Para ese entonces, ya conocía desde el nombre del director hasta cuántos hijos tenía cada una de las personas encargadas de la limpieza. Estando a menos a una cuadra del plantel, vi que había un hombre sospechoso a pocos metros de la entrada. Mi corazón comenzó a acelerarse, pero mantuve la calma y continué caminando como si nada. Al pasar justo en frente de él pasó lo que temía que pasara: me agarró de espaldas, me pegó contra su cuerpo, y me puso una mano en el cuello ahorcándome y ordenándome que le entregara mi teléfono. Sonaba muy desesperado. Fue un momento de shock para mí, no supe cómo reaccionar y de mi boca solo salió: “¿Cuál teléfono? Yo no tengo teléfono”. A todas estas, tenía mi celular metido en el bolsillo trasero de mi pantalón; ya lo sé, pésima mentirosa.
El joven era solo unos centímetros más alto que yo, tenía una gorra que le tapaba la cara, usaba ropa holgada y su olor no era el de un perfume Hugo Boss ni siquiera el de un desodorante. Pese al forcejeo, yo escuchaba gritos a lo lejos, e inmediatamente reconocí que eran los de Claudia, la señora de limpieza, que decía ‘’déjala tranquila, deja en paz a esa muchacha’’, mientras aceleraba el paso para llegar a nosotros. Entonces, rápidamente el ladrón me soltó y comenzó a correr.
Siempre le agradecí ese gesto a aquella mujer valiente que se preocupaba por cada uno de los estudiantes de mi colegio. No era la primera vez que ella era testigo de un caso así. Yo seguía nerviosa y asustada, aún en estado de shock, y Claudia, con esa aura angelical que la caracterizaba, me llevó adentro del colegio y estuvo un rato conmigo, esperando que me calmara, mientras me contaba historias de su niñez para distraerme. Simplemente un ángel.
***
En otra ocasión, un grupo de hombres se metió a robar en mi casa. Yo estaba en la universidad, pero aquella tarde mi novio pasaría por mí para llevarme a casa. En el camino se me ocurrió un plan: le propuse ir al Junquito, un lugar muy bonito, cerca de Caracas, reconocido por su buen clima, vegetación, fauna y flora. Él me secundó en mi locura y aceptó. Les avisamos a mis padres y nos encaminamos a la aventura. Pasamos un día fenomenal y cuando comenzó a hacerse tarde decidimos regresar. Unas cuadras antes de llegar a casa, me llamó mi papá preguntándome dónde estaba y diciéndome que los habían robado. Como mi papá siempre ha sido una persona bromista, decido no creerle, pero le pido a mi novio que se apresure. Al llegar, encontré todo destruido, gavetas abiertas, muebles al revés, cuadros en el suelo, ropa y cajones en el piso, los cuartos llenos y más llenos de ropa tirada. Me contaron que unos hombres entraron justo cuando mi papá iba saliendo, algunos tan altos como un poste y robustos como una montaña, llevaban armas e iban muy bien vestidos, eran muy irrespetuosos y, a pesar de que mis padres no se negaron a nada, los amarraron, les taparon las bocas y los pusieron en cuartos diferentes, asustándolos y amenazándolos con que les harían daño. Eran personas groseras, sucias, sin sentimiento ni conciencia. Incluso defecaron en uno de los baños y dejaron colillas de cigarros por toda la casa. Mis padres, a pesar de aquel mal rato, le agradecieron a Dios que yo no estuve en ese momento. Yo amo a mi país, a mi gente y su cultura, pero hay personas que me avergüenzan como paisanos.
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Salir de noche en mi ciudad es parecido a un acto suicida para muchos, no solo tienen miedo los que salen, sino los que esperamos en casa también. Exponerse a la oscuridad de Venezuela es solo un acto para valientes y torpes al mismo tiempo, y no por el miedo a El Coco como el de los niños, sino a otro tipo de cosas o más bien personas que aprovechan la oscuridad de su alma para usarla como camuflaje en las sombras de Venezuela.
Espero algún día que en mi país no exista ningún tipo de maldad y que la oscuridad nos deje salir a las calles libremente a pasear tanto de noche como de día. Porque, no se crean, en el día también puede haber oscuridad y almas negras escondidas en sombras. Espero algún día poder caminar por parques o bulevares tranquila y sin ningún tipo de miedo, sentarme en un banco de alguna plaza vieja para observar las pequeñas cosas que hacen a mi país más bonito y que hacen que me olvide del resto, ver a los novios abrazarse, a los niños jugar y a los viejos recordar.




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