Por una foto. Por Diego Romero Corredor
- ccomuniacionescrit
- 22 mar 2021
- 4 Min. de lectura

-Gabriel, quiero montar en twitter una foto en la que salga yo al lado de un carro costoso, con unas llaves en mi mano, y acompañarla de un texto que diga que, por fin, después de tanto trabajo, logré comprarme mi propio llavero -dijo Jesús con una sonrisa a punto de explotar en carcajadas.
Gabriel solo respondió con otra sonrisa. Esto no estaba fuera de lo habitual, pues Jesús y su grupo de amigos son de los que bromean hasta en momentos en los que no se debe; por lo tanto, aquellas palabras se quedaron durante mucho tiempo en eso: un simple chiste más de su repertorio.
Gabriel, Jesús, Daniel y Gustavo no se guardan todas sus bromas para ellos, tal es su pasión por el humor que se suelen juntar en las noches, que es cuando normalmente disponen de tiempo, para crear diversos contenidos con el fin de compartirlos por las redes sociales. Y, casualmente, ese fue el caso aquella noche. Estos muchachos estuvieron desde las seis de la tarde grabando un sketch humorístico que luego subirían a Youtube. Todo fluyó como era de esperarse, grabaron el video y alrededor de las diez de la noche, cuando habían finalizado, decidieron dirigirse a casa de Gabriel.
Iban todos juntos en el carro de Gustavo, el más grande del grupo. Estaba siendo un viaje lleno de chistes y risas, como es casi rutina. Y, de repente, vieron en una esquina un bonito carro azul con una raya blanca en el medio del capó. Era un Mustang, y se ajustaba perfectamente a las características que necesitaba Jesús para lograr su plan. Los cuatro, durante meses, debatieron por mucho tiempo si la culpa de lo que pasaría más adelante fue de Gabriel por tomarse en serio el comentario de Jesús o de Jesús por decirlo. Pero el hecho es que decidieron, por unanimidad, que debían estacionar el carro en el que iban cerca de aquel Mustang, y hacer realidad la fotografía que tanta diversión les había causado solo con imaginársela. Y así fue, en menos de un minuto lo habían logrado, o bueno… al menos eso creyeron, pues de tres fotos tomadas, dos salieron borrosas y en la otra no se veía el llavero.
Luego de esto, se montaron en su carro, Gustavo pisó el acelerador y de inmediato escucharon el estruendo de una sirena y el reflejo de luces rojas y moradas en el parabrisas.
- ¡Ciudadano! Pare el vehículo, repito, Pare el vehículo -exclamó un policía.
Ahí fue cuando se dieron cuenta de que era una patrulla con dos policías, los cuales, durante unos minutos de negociación con el grupo de pequeños humoristas, se negaron a buscar otra solución y llevaron a los muchachos directo a un módulo policial por, en palabras de uno de los policías, “desacato a la autoridad”.
Los cuatro acabaron en la misma celda; una pequeñita pequeñita que fue testigo de cómo los temas de conversación fueron pasando junto con las horas de la noche y sus esperanzas de salir de ahí pronto. Estas esperanzas terminaron muriéndose de un tiro en la cien cuando uno de los policías les informó que pasarían la noche completa en el módulo.
Pero resulta que la pequeña celda no fue la única testigo, pues en ella también se encontraba otro hombre que terminó por unirse a Jesús, Gabriel, Daniel y Gustavo en muchas de sus conversaciones. Los cuatro amigos le contaron al sujeto que estaba en la celda que hacían comedia con frecuencia, y este, lleno de curiosidad, empezó a hacerles decenas de preguntas, desde cómo se hace un chiste hasta otras más personales.
Un rato después, y luego de un largo silencio reflexivo en el que todos parecían pensar en lo ocurrido, el desconocido rompió el hielo con una pregunta.
- ¿Ustedes creen en la santería? -dijo, aumentando la tensión en la celda.
-Bueno, de que vuelan, vuelan -respondió Jesús con cautela.
Ninguno quería opinar, pues consideraban que era un tema delicado, sobretodo para hablarlo con un desconocido en una celda. Pero este hombre estaba decidido a conversarlo y empezó a desahogarse con los muchachos.
-Hace poco me llegó una carta de mi mamá, dónde me comentaba que había conseguido una bolsa negra enterrada en el patio de la casa. La bolsa contenía un pan podrido, una moneda quemada y un dedo humano -dijo el hombre mientras sus compañeros de celda lo miraban con los ojos bien abiertos.
Este siguió con su historia. Les contó que la madre decidió llevar la bolsa a un brujo, pues ella estaba segura de que se trataba de santería. Y, efectivamente, el brujo reconoció rápidamente el contenido de la bolsa y lo catalogó como un trabajo de santería para traerle desgracias a la familia.
-Supuestamente, el pan es para que falte comida y la moneda para que falte el dinero -explicó el desconocido. Y se calló.
Después de eso, en la celda no se escuchaba ni las respiraciones, la historia los había dejado más incomodos de lo que ya se encontraban. Pero unos minutos después, uno de ellos, específicamente David, se armó de valor.
-¿Y el dedo? -preguntó, lleno de curiosidad, a su compañero de celda.
-¡Te lo metes por el c...! -gritó con fuerza el hombre.
Y así, fue como, de un momento a otro, el silencio se convirtió en una sinfonía de carcajadas.




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