top of page

Pinto Salinas. Por Samuel Jiménez Pérez


ree

Antecedentes:

Y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca.

Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos”.

Jeremías 15:19 (RVR 1960).


Para muchos el nombre de Pinto Salinas les recordará al famoso poeta y político venezolano que luchó de manera clandestina contra la dictadura de Pérez Jiménez. A otros les vendrá a la mente el famoso barrio de Caracas que está ubicado entre San Bernardino y Maripérez. Para mí el nombre de Pinto Salinas me recuerda los años que estuve en ese lugar. Te explico.


Nací en el seno de una familia cristiana. Asistíamos todos los domingos a la iglesia, iglesia en la cual tenían la obra social en alta estima; siempre repetían: “Qué mejor manera de mostrar el amor de Dios que ayudando a los que más lo necesitan, a los que no te podrán pagar”. No quiero decir que para ayudar hace falta ser religioso o cristiano en mi caso, solo digo que crecí con esa enseñanza toda mi vida.


A la edad de 15 años tomé la decisión de involucrarme en alguna de estas actividades, nadie me obligó, solo sentí la necesidad y aún no sé por qué. Por cuestiones de organización me correspondió con el equipo que trabajaba en el barrio Pinto Salinas. Mis padres no tuvieron inconveniente alguno pues íbamos en equipo y con todas las medidas pertinentes pues Pinto Salinas tiene una fama muy particular.


El ambiente en Pinto no es nada agradable. En Caracas hay dos centros de distribución de heroína y este lugar es uno de ellos. Te podrás imaginar cómo es un lugar así, no solo es la droga sino todo lo que ella trae consigo, sin embargo, logré acumular buenas anécdotas y conocer gente maravillosa, gente de calidad, gente que vale la pena conocer. Esta experiencia me enseñó a ver lo bueno en medio de tanta maldad.



El malentendido:


“¿Saben por qué hay guerras y pleitos entre ustedes?

¡Pues porque no saben dominar su egoísmo y su maldad!”.

Santiago 4:1 (TLA).


Mayo de 2017. Tenía 20 años. Todavía asistía regularmente a las jornadas sociales que realizábamos en Pinto Salinas. Cada vez podía asistir menos porque las cosas de la universidad ocupaban la mayoría de mi tiempo, sin embargo, yo soy de los que cree que cuando quieres puedes, simplemente buscas la forma.


En la avenida principal de Pinto Salinas, esa que conecta Sarría y la Urbanización Simón Rodríguez con la avenida Andrés Bello, en la esquina antes de entrar a la calle Real de Pinto, frente al puesto de pastelitos de la señora Maricarmen, se encontraba el punto de droga de una mujer, tenía más o menos 50 años.


Ella dormía y comía allí, se bañaba en una “casa” que tenían sus compinches al final de la calle Real. Desde que fui la primera vez a las jornadas la veía en esa esquina siempre; no fue sino hasta que la señora Maricarmen nos dijo que ella vendía droga, pero que también consumía, que entendí el porqué. Se la pasaba siempre con bastantes harapos encima, con un puñal y con un niño de 12 años que más adelante me enteré que era su hijo. Que diferente era su vida a la mía.


Subiendo yo por el callejón La Trujillo, vi a su hijo peleando a puño limpio con los morochos (otros niños de la zona). Cuando los vi los separé, pero uno de los morochos aprovechó y le metió una mano en el ojo al hijo de esta mujer. De nuevo los separé hasta calmarlos. Seguí mi camino, orgulloso de mí porque separé una pelea, de niños, pero pelea al fin. No sabía lo que me esperaba.


Bajando por la avenida, esa que conecta Sarria y la Urbanización Simón Rodríguez con la avenida Andrés Bello, pasé al frente de donde estaba esta mujer. Había algo diferente en ella, en sus ojos. De lejos me miraba raro. Cuando estuvimos frente a frente, sacó un cuchillo y con una voz gruesa y ronca empezó a pegar gritos diciéndome:


- ¡Maldito, eres un maldito, ven para que te reviente a puñaladas!


Todos voltearon: los transeúntes, los otros indigentes, los de los quioscos cercanos; pero como si de algo cotidiano se tratase siguieron en lo suyo. Los transeúntes siguieron caminando, los quiosqueros vendiendo, y los indigentes hurgando en la basura. Parecía que todos, menos yo, sabían que aquella mujer estaba en un “arrebato” por la heroína.


Me quedé tieso, ni siquiera me moví para correr. Kelly (quien era mi compañera de jornada) que estaba a mi lado me agarró fuerte el brazo y me decía: “¡Vámonos Samuel, vámonos!”, pero yo no reaccionaba. No podía creer que una persona a la que solamente habíamos ayudado nos saliera con esto. Muchas veces yo mismo le había apartado platos de comida a ella y a su hijo. Era una rara sensación. Por su puesto que estaba asustado pero lo que sentía no era simplemente miedo, sino también rabia, frustración, impotencia. En lo que la mujer se calmó logré reaccionar e irme. No dije nada. Nadie hizo nada y gracias a Dios no pasó a mayores. Eso se quedó así. Más adelante me enteré que su hijo le había dicho que yo le había dejado el ojo morado en la pelea con los morochos.



La mayor enseñanza:


“Si no tengo amor, de nada me sirve hablar todos los idiomas del mundo.

Si no tengo amor, soy como un pedazo de metal ruidoso;

¡soy como una campana desafinada!”.

1Corintios 13:1 (TLA).


Julio de 2017. Ya estaba considerando dejar de asistir a estas jornadas, ya me habían pasado muchas cosas y era mejor evitar. Kelly, desde aquel accidente, siempre que bajábamos por la avenida, esa que conecta Sarria y la Urbanización Simón Rodríguez con la avenida Andrés Bello, me decía que cruzáramos la calle para no toparnos con la mujer con la cual hace semanas habíamos tenido el inconveniente. Ese día no lo hicimos. Pasamos frente a ella. Estaba cabizbaja, triste, se le notaba. Me le acerqué un poco más para ver si estaba dormida nada más, pero no, así que la saludo y le digo: “Épale chama ¿cómo estás?” como si nada hubiese pasado.


–Te puedo dar un abrazo – le pregunté temblando por dentro.


Se me queda mirando y con los ojos llorosos me dijo: “Si”.


Al abrazarla inmediatamente sentí un escalofrío en todo mi cuerpo, era como si por ese momento sintiera su tristeza, no importó su olor, su pinta, o lo que las demás personas fuesen a pensar; pensándolo bien fue muy extraño. Nos separamos, nos despedimos y Kelly y yo intentamos darle algunas palabras de aliento. Desde ese día siempre me saludaba, el malentendido había quedado atrás.


Tenía toda mi vida asistiendo a la iglesia y no fue hasta ese día, 20 años después, que entendí lo que domingo tras domingo me habían estado enseñando. Que la mejor forma para hablar del amor es demostrándolo. Eso fue lo que Jesús hizo, ni una sola vez dijo que nos amaba sin embargo su vida fue la mayor demostración de que sí. Entendí el cómo alguien está dispuesto a amar más allá de las ofensas. Entendí que no amas a alguien de verdad sino hasta que estás dispuesto a perdonarle. Había vivido mi vida yendo a la iglesia, pero fue ese día, con una mujer cuyo nombre ni sabía, en un lugar lejos de mi comodidad, que entendí de qué trata todo el mensaje de ese tal Jesús. De nada servía mi religiosidad si no amaba.

Comentarios


bottom of page