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Pequeño gato negro. Por Valeria Cañizales.

Actualizado: 25 nov 2023


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Era 1839 cuando el esposo de Amanda murió por tuberculosis. Había un ambiente lúgubre en su hogar. Deprimida, solía caminar por el bosque azul que rodeaba su pequeña morada para no sentirse tan sola.


En una de sus largas caminatas por la colina escuchó un maullido. Era un pequeño gatito negro, tan oscuro como la noche, que se encontraba atrapado en una raíz que sobresalía del suelo. Se acercó al animalito y, con cuidado, lo sacó del estancamiento de la raíz. Sonrió y el gato empezó a jugar a su alrededor; era torpe, solía tropezarse con facilidad. ¿Cómo tan pequeño, podría sobrevivir solo? Alguien debía cuidarlo y Amanda decidió que sería ella.


Lo cuidó, lo alimentó y lo ayudó; en realidad, ambos se ayudaron. El gatito la alejó de la depresión, de la soledad. Amanda volvía a vivir… Pero, en una noche lluviosa, el gato huyó despavorido por una de las ventanas del hogar.


Al despertar, Amanda se dio cuenta de que volvía a estar en soledad; la huida del gato y la pérdida de su esposo la sumieron en una depresión incontrolable: dejó de comer, de dormir, de sonreír. Un día se paró decidida, tomó una pequeña cuerda, un banco y fue directo al bosque: “¿quién me extrañaría?”, pensó. No tenía hijos ni familia cercana, por lo tanto, nadie la podría extrañar.


Hizo el nudo especial, se encargó de amarrarlo bien, subió al banco y respiró tres veces. Ya no estaría sola, sino rodeada por los árboles azules que vivirían por siempre con Amanda entre sus ramas.



Microrrelato creado a partir de “Bajo un uvero” de Armando Reverón.




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