Pensé que mi vida había llegado a su fin. Por Andrés Antonini
- ccomuniacionescrit
- 25 feb 2022
- 3 Min. de lectura

Salía de la Universidad Metropolitana después de haber dejado a mi novia en clases e iba velozmente a mi casa. Comenzaba a lloviznar en la autopista. Los carros bajaban la velocidad por el resbaloso asfalto. Estaba apurado, era un jueves, un jueves que me había comprometido con mi novia para dejarla en su universidad y luego debía llegar yo a mis clases virtuales. Había poco tráfico, es decir, podían pasarse los carros sin ningún problema, sin embargo, reduje la velocidad. En ese momento, pensaba en lo que siempre me preguntaba mi madre cuando me enseñaba a conducir: “¿Qué prefieres? ¿Llegar tarde o no llegar nunca?”.
Al rato, aunque el tráfico empezó a fluir, aún lloviznaba y el piso cada vez se sentía más mojado y aceitoso. Después de unos minutos, iba por mi vía sin molestar ni a una hormiga, cuando, de un momento a otro, mis ojos apuntaron al retrovisor y vieron una Toyota Fortuner blanca, con cauchos enormes y una suspensión que la hacía parecer un monstruo. Enseguida uno de mis cinco sentidos se activó y me dije “Andrés, esto no va a terminar bien”. Me encontraba mirando aquella camioneta por mi retrovisor, cuando, sin exagerar, percibí que el chofer iba a 120 kilómetros por hora en el asfalto resbaladizo, pasando de carro en carro y en un auto muy elevado. El balance de la situación no arrojaba un pronóstico nada positivo.
Cada vez la Toyota se acercaba más a mí. Transcurrieron como diez años en mi cabeza, pero en realidad fueron apenas treinta segundos. Lo único que deseaba en ese momento era que el auto se alejara y yo pudiese seguir por mi vía sin molestar a nadie. Y así fue, el auto pasó muy rápido, tras lo cual bajé la velocidad y no esperé ni cinco segundos para suspirar, tranquilizarme y decir “Gracias a Di…”.
No hubo tiempo de terminar la frase. La Toyota, de un segundo para otro, estaba frente a mis ojos coleándose y dando vueltas cual rollo de papel en el piso, al tiempo que los pasajeros salían disparados por las ventanas. En ese momento actué en cámara lenta, como si el tiempo me hubiese brindado ayuda. Veía la camioneta acercarse muy lentamente, aunque en realidad se dirigía hacia mí muy rápidamente. Por instinto, mi pie se movió con rapidez para hundir el freno lo más fuerte que pude; nunca había pisado algo con tanta fuerza. Enseguida el asfalto mojado hizo que mi auto empezara a patinar, pensé que también me colearía junto a la camioneta; pero fue como si el destino hubiese dicho “hoy no te toca pasar por esto”. Y, en efecto, luego del frenazo, el carro se estabilizó; la camioneta chocó contra una baranda de la autopista y pasó como a treinta centímetros de mí. Luego de tanta adrenalina, lo primero que pensé fue “No puedo creer que me haya salvado de esto”, mientras miraba hacia atrás. En eso, enderecé la mirada y ¡BUM!... De un momento para otro todo se oscureció. Abrí los ojos en el hospital y me enteré de que me había estrellado contra un carro que había frenado para ayudar a los demás.
Al final, las cosas suceden por algo, y yo le agradezco a Dios que puedo contarlo. Además, con esa experiencia aprendí que la vida puede cambiar en un segundo. Y que la responsabilidad frente al volante es muy importante. Debemos tener conciencia al conducir y pensar en los demás para no perjudicarlos.




Comentarios