Para problemas graves, soluciones sencillas. Por Victoria Yépez.
- ccomuniacionescrit
- 6 nov 2020
- 2 Min. de lectura

Extraño. Así lo describía todo el mundo. Usaba lentes y siempre conseguía tenerlos sucios. En el colegio lo molestaban; en la casa, nadie lo soportaba. La impaciencia de su madre llegó un día a tal punto, que, siguiendo el ejemplo de la temible Tronchatoro, le lanzó un martillo. Por suerte (o quizás por experiencia), Javier Eduardo cerró la puerta de su cuarto en ese instante, y el martillo quedó ahí clavado. Asustado, salió para ver cuánto había sido el daño.
−Ah, creí que había sido peor –dijo el niño−. A eso le pongo una calcomanía y ya… –pensó mientras encogía los hombros.
***
Javier Andrés estaba triste, estaba muy triste. Lloraba desconsoladamente en su pupitre, mientras los demás hacían su regalito del día del padre.
−¿Qué te pasa, Javier? –preguntó la maestra con mucha inocencia.
−Mi papá está muerto –respondió entre sollozos.
La maestra se confundió un poco. Ella conocía a la familia de este niño, y no se había enterado de ninguna muerte. Sin preguntar más, tuvo una idea.
−Hazle el regalito a tu mamá –aconsejó a Javier mientras le daba un abrazo.
***
−¡Voy a matar a Javier Andrés! –escucharon los vecinos de abajo.
−Este chamo me tiene harta –dijo, mientras sostenía en sus manos una bolsita llena de contenido blanco, polvoriento y sospechoso.
Olivia estaba decidida, iba a darle su buena lección. Levantó el teléfono para decirle que se viniera a la casa, marcó, pero mientras más sonaba el tuuu, tuuu, tuuu, más sentía que estaba haciendo algo mal. ¿Cómo podía reclamarle a su hijo por una bolsita cuando le permitió a su esposo mucho más que eso?
Trancó inmediatamente. Al rato llegó Javier y al verla tan tranquila le preguntó qué le pasaba.
−No me pasa nada hijo, solo pensaba en lo orgullosa que estoy de ti.
***
Javier Méndez era un tipo desagradable, de esos que son grandes tanto en cuerpo como en ego y hacen que cualquier situación sea incómoda. Otra cosa grande que tenía eran los problemas. Había decidido irse por los caminos del dinero fácil y peligroso. Muchas veces le había salido bien todo, pero esta vez fue diferente.
−Javier Andrés, párate.
−¿Qué pasó, papá? –preguntó el niño aun medio dormido.
−Hijo, me tengo que ir. A partir de hoy, tú eres el hombre de la casa. Cuida a tu mamá y a tu hermano.
−Pero… ¿Por qué te vas? ¿Más nunca te voy a ver?
−No. Para ti, yo estoy muerto –sentenció el papá.
Agarró sus cosas, y así como los miedos, salió por la puerta en medio de la madrugada, para no volver más.




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