Pandemia petrolera. Por Carmen Villanueva.
- ccomuniacionescrit
- 23 sept 2020
- 3 Min. de lectura

Por primera vez, en mis cortos 18 años, he visto la ciudad de Caracas pasar adversidades como ha venido ocurriendo los últimos dos años en el interior del país con el tema de la gasolina. Por la pandemia, para el mes de marzo, quedé ´´atrapada´´ en la capital, ya que el asno miraflorino decretó cuarentena radical, principalmente en Caracas y los estados vecinos. Luego de pasar cincuenta y cinco días sin salir de la casa de mis abuelos (lugar donde me estaba quedando durante esta etapa de la cuarentena), tuve la oportunidad de retornar a la región donde habito con mi familia. Desde que salimos de la urbanización hasta alcanzar la salida de la ciudad, por la altura de Tazón, el sentimiento de asombro e incredulidad me arropó por completo: filas kilométricas de automóviles que llenaban las calles, avenidas e, incluso, algunas de las autopistas, se encontraban a la espera de que las estaciones surtieran combustible. Jamás imaginé que la gran capital por fin viviría lo que el interior del ya país sufría.
Hace dos meses, tuve que tomar la decisión de arriesgarme junto a mi madre y quedarnos a dormir en una de las colas de las estaciones de servicio para poder surtir gasolina. Por el número de la placa nos tocó el día sábado. Recuerdo que esa noche no logramos dormir bien, ya que estábamos pendientes de despertarnos. A las dos de la madrugada decidí levantar a mi madre para arreglarnos y partir camino a una de las bombas más cercanas a nuestro hogar. Luego de echarnos un bañito para quitarnos un poco el sueño, preparar la vianda para comer algo más tarde y llenar un buen termo con guayoyo recién colado nos fuimos. Al llegar a la cola nos estacionamos y mi madre apagó el carro; justamente nos tocó un trozo de la avenida donde estaba todo completamente a oscuras y la zona era conocida por lo no muy segura que era. Mi madre estaba un poco nerviosa, porque éramos las últimas de la fila, pero luego de encomendarnos a diosito y a la virgen nos sentíamos ´´seguras´´, aunque teníamos todos nuestros sentidos en modo alerta. Una hora y media más tarde, dos automóviles se estacionaron detrás de nosotras, lo que nos generó más tranquilidad. A las seis de la mañana el catire, mientras ascendía, nos calentaba. Cabe destacar que todavía la cola no se había movido ni un centímetro. Mientras tanto, mi madre y yo entablábamos una conversa, bebíamos del guayoyito que aún seguía caliente, y, para nuestra suerte, nos llegó una llamada que nos cayó del cielo: ´´sí sí, perfecto, ya me voy para allá… sí sí, entendido, te llamo al llegar´´, respondió mi madre y, luego de colgar, se acomodó rápidamente, encendió el carro y nos salimos de la cola. ´´Me llamó tu tía, que me fuera ya mismo para la estación que me van a surtir gasolina y full tanque´´. Lo jocoso de la situación es que nos habíamos quedado a dormir en una cola (por tan solo veinte litros de gasolina) por pura diversión.
Hoy en día nada ha cambiado: siguen las colas quilométricas para surtir gasolina en los vehículos al tiempo que grupos de personas en los alrededores de la cola instalan mesas de dominó y encienden radios portátiles para atenuar la espera. Lo único nuevo es que la gran mayoría carga tapabocas, aunque los usen como un collar. En fin, parecen estar adaptándose a este nuevo tipo de vida que, según ellos, consiste en ´´mantener la distancia, usar tapabocas y siempre cargar alcohol para las manos´´, mientras se espera la llegada del combustible.




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