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No había tiempo. Por Astrid Tabate Castellanos


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No es la primera vez que se me acaban las esperanzas, pues. Digo… ¿a quién no le ha pasado alguna vez?... La diferencia entre tú y yo es que tú tienes tiempo de recuperarlas, mientras que a mí me toca conformarme con que alguien, allá afuera, es dueño de mi destino.


Dejar la celda por estar en un hospital esperando un implante de corazón, que no llegará, no eran los planes que tenía para mis cincuenta y cinco años de edad. Todo empezó cuando dejé que mi marido se convirtiera en el dueño de mi futuro, yo solita me condené cuando dejé que mi odio por él fuese más importante que mi libertad.


¡Está llegando! Pensaba que no había tiempo de tener esperanza... Pero sí la tengo, de hecho, ha dejado de ser abstracta para tener la forma de una cava de aproximadamente unos 25 cm de largo, con un color entre crema y blanco, cargada por el médico que había explicado lo difícil que sería conseguir lo que ahora justamente tiene en su mano derecha. —301. 302. 303. 304... aquí es, la habitación 305.


No era para mí... Por supuesto, siempre iba a estar por encima de mí alguien que tuviese familia, hijos, una vida por delante... Jamás le darían un corazón a una mujer que tiene condena perpetua.


Uno. Dos. Tres. De pronto se empiezan a acelerar los latidos cada vez más hasta que realmente me doy cuenta de que la máquina avisaba que ya era demasiado tarde para una oportunidad... Siempre lo fue, fallé una vez y desde ese momento me condené a perderlas el resto de mi vida.


Mi fiel compañero, lo veía a lo lejos en la pared de la habitación. Quien fue siempre muy objetivo con su opinión, me decía esta vez que ya me quedaba poco... Traté de hacer una alianza con él a ver si lo convencía de ir un poco más lento, pero no. Él siempre ha sido muy justo y con su tic tac se despidió de mí.... O yo de él...



Microrrelato creado a partir de “La persistencia de la memoria”, de Salvador Dalí.

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