No es feliz sin el brillo. Por Fabiana Caraballo
- ccomuniacionescrit
- 29 ene 2021
- 2 Min. de lectura

Ana Luisa tiene un espejo en su cuarto que brilla cuando ella está feliz. Para saber su estado de ánimo, ella se para frente a él: si no brilla, algo pasa. El viernes, su padre, luego de invitarla a comer unas hamburguesas con papas fritas, le dijo que debía parar el pico porque a ese paso iba a dejar de caminar para empezar a rodar.
Ana Luisa se quedó pensando en ese comentario; finalmente, hizo caso omiso, pues sabía que ella estaba en perfecto estado. Para salir de dudas, y a escondidas, fue a su cuarto y se plantó frente al espejo. El espejo no brilló. Ana Luisa empezó a sudar, preguntándose por qué no brillaba si ella era una persona feliz. A lo mejor lo que le dijo su papá era cierto: estaba gorda y empezaría a rodar como una pelota, redonda y ancha. Tenía dos cauchos de camión como panza y sus piernas parecían dos perniles de los que se comen en la cena del 24 de diciembre. Pero, por alguna razón, ella se sentía bien. De todas formas, seguía sin explicarse el porqué de la ausencia de brillo en el espejo.
Ana Luisa pensó que, quizás, si se cortaba una de las lonjitas de su panza, el espejo brillaría. Y así hizo, buscó el cuchillo más afilado de la cocina y se cortó una parte del abdomen. El espejo no brilló. Se cortó la otra parte, con mucho esfuerzo y mucho dolor, y quedó planita cual modelo del calendario Polar Pilsen. Nada, aún sin brillo. Cortó el costado de su pierna derecha y de su pierna izquierda. Seguía sin brillar. Ya estresada, fue por sus brazos. –¡Claro! –dijo. Sus brazos, como alas de murciélagos, también necesitaban un cambio, era eso. Se agachó, puso su ancho brazo izquierdo en un banquito de madera y se cortó el exceso de piel flácida; con mucho dolor lo repitió con el derecho. Ahora sí brillaría el espejo. Ya había cortado casi todo su cuerpo empelotado y ahora tenía ángulos perfectos. Pero el espejo se negaba a brillar. Se molestó, pataleo y lloró de frustración. Quería ver su brillo, anhelaba ver su brillo.
En ese momento, su papá apareció junto a la puerta abierta de su cuarto y le vio su nuevo abdomen, sus nuevas piernas y sus perfectos brazos sin flacidez. La felicitó, le dijo que estaba orgulloso de ella y la invitó a comer un helado para celebrar su nuevo cuerpo. Ana Luisa se emocionó y empezó a dar saltitos de alegría, cambió su frustración por una sonrisa. A su papá le había gustado, ya había dejado de ser gorda y ahora irían a celebrar. De repente, empezó a brillar el espejo. Ella no lo podía creer, era el mejor día de su vida. Rápidamente se paró frente a él, con la mitad de su cuerpo ensangrentado, tajos de piel largos colgando a los lados de sus piernas y sus brazos, y con mucho dolor en todo su cuerpo, se sintió tranquila y plena porque el espejo brillaba como un diamante. Y eso solo significaba que ella estaba feliz.
Microrrelato inspirado en la obra "Mujer frente al espejo" de Picasso.




Comentarios