Ni por más que pisé chola. Por Crisleidy Longa Villalba
- ccomuniacionescrit
- 19 feb. 2021
- 3 Min. de lectura

Esa noche llegué a mi casa, como a eso de las 9:00 y me tiré en la cama a ver una película, ¡pun! Relajado, y en ese momento mi prima Valeria rápidamente entró al cuarto.
—¡Mira!, ¡mi abuela dice que no puede respirar y que la lleven al médico rápido!
Me levanté corriendo, agarré mi camisa, mis zapatos, me puse el short, bajé rápido al carro, donde me estaba esperando mi primo, Pepe, quien nos fue a avisar lo que estaba pasando; prendí y nos fuimos ¡ruuuun! Cuando llegué frente la casa de mi abuela, Pepe se bajó aun cuando yo ni había frenado, y me gritó:
—¡Sube, sube, ve dando la vuelta que yo ayudo a sacarla!
Di la vuelta arriba al final de la calle, bajé y frené al frente de la casa; estaba viendo hacia dentro y no salía nadie. De repente, Pepe venía corriendo.
—¿Qué pasó? —le pregunté.
—¡BÁJATE!, ¡para ese carro y bájate para que nos ayudes a cargar a mi abuela que no podemos, yo no puedo, weon, está pesada! —me respondió Pepe.
Puse el freno de mano, pruuun, me bajé y salí corriendo. Cuando llegué al cuarto estaba mi abuela tumbada a la orilla de la cama, sin fuerzas, con el cuerpo totalmente relajado, con la pijama más fresca, la respiración agitada y con mucha dificultad, y mi primo Fernando tratando de sujetar sus brazos.
—¡AGÁRRALA POR LAS PIERNAS! —me gritaba Fernando.
—¡NOOOO, PERMISO! —le respondí.
—¡QUE LA AGARRES POR LAS PIERNAS! —insistió.
—¡QUE NO, TE DIJE! —repliqué.
Levanté en peso a mi abuela, como a un bebé, mientras mi primo Fernando le sostenía la cabeza; salimos lo más rápido que pudimos hasta el carro, la bajé, logré meterla en el carro como hasta la mitad, le dije a Fernando que la acomodara, di la vuelta, me monté al volante, se montó Pepe de copilotó, Fernando a la derecha y mi tía Mercedes a la izquierda, prendí y nos fuimos ¡fuuun! Una sola carrera.
Íbamos en el camino a la altura de la Planta y le pisé chola a ese carro, escuchaba los quejidos de mi abuela, miraba a Pepe, Pepe me veía, en la parte de atrás, Fernando le daba aliento a mi abuela y le decía que estábamos llegando, mi tía lloraba y le decía que se calmara, vi a Pepe, y de un momento a otro todo quedó en silencio, un silencio estremecedor y rotundo como si se hubiese apagado hasta el carro. Pepe se inclinó hacia la parte de atrás del carro con el celular en la mano y alumbró a ver cómo iba mi abuela, alumbró y se regresó en silencio, lo miré de reojo y vi que tenía cara de tragedia. De inmediato me di cuenta de que iba grave mi vieja.
Me acomodé, me rodé un poquito hacia adelante en el asiento, saqué la cabeza por la ventana y volví a pisar chola a ese carro, mientras visteaba el tablero y seguía la velocidad, iba a 130 km/h, luego 140 km/h, agarré la curva popular de Ganga y volví a pisar chola al carro, al voltear vi que iba a 160 km/h y comencé a decirle a mi abuela que ya íbamos llegando que aguantara, que aguantara.
—Fernando no decía nada, decía mi tía Mercedes.
—Se durmió mi tía, se durmió, se durmió, pero ya estamos llegando.
Llegamos al final de la vía, agarré una curva bastante marcada y casi nos estrellamos contra el sobreancho de la vía, frené, enderecé y agarramos la recta hasta llegar al hospital. Al llegar al hospital tocando corneta repetidamente no salió ni un mosquito; rápidamente se bajó Pepe corriendo a buscar una silla de ruedas, la trajo, cargamos a mi abuela y la sentamos en la silla, la llevamos a un cubículo (nosotros mismos la cargamos para acostarla en la camilla, porque el personal no tenía la capacidad), le colocaron unas pinzas para realizarle un electrocardiograma y salimos del cubículo a esperar los resultados.
Finalmente, en vista de que no nos daban respuesta volvimos a entrar al cubículo a ver qué estaba pasando, y al llegar nos encontramos a los enfermeros y doctores luchando para poner el papel correspondiente a la máquina para poder ver los resultados, intentaron e intentaron hasta que lo lograron, seguido de eso imprimieron el primer resultado y nada, el segundo y nada, el tercero y nada; ninguno de los especialistas entre comillas que estaban en la sala supo dar respuesta.
—Entonces, ¿qué pasó?, ¿se me murió mi abuela?, preguntó Fernando.
Una subida de hombros y un bajón de cabeza fue el único gesto que vimos de una enfermera. Ese hospital fue un caos…




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