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Los Verde: campo de guerra . Por Samantha Silvi


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Aún recuerdo el 13 de junio de 2017, tenía tan solo 16 años y estaba a punto de graduarme del colegio. Era un martes caluroso, había salido temprano de clases a causa de las protestas. Me sentía agotada, me encontraba en plena tesis y estudiaba para dos exámenes, ya no podía más, la angustia de saber si mis seres queridos iban a volver no me dejaba estudiar.


Mientras trataba de dormir, recuerdo escuchar el sonido de un ventilador, parecía el de un helicóptero cuando está a punto de aterrizar. Volteé mi rostro para poder ver hacia la ventana y noté la pequeña luz, era un dron, nos estaban vigilando.


—Magda, están aquí, hay unas tanquetas afuera, no paran de echar tiros, los muchachos no pueden más, estamos solos —le dijo mi mamá a mi tía por una llamada.


Abrazaba fuertemente a mis perras, en busca de protegerlas, hasta que oí caer la primera bomba de gas.


—¡Mamá tiraron la primera bomba! —grité mientras tomaba en mis brazos a mis perras y salía de mi cuarto.


Mi mamá seguía en el balcón hablando con mi tía por el celular.


—Magda, acaban de tirar una bomba… ¡MAGDA METIERON LA TANQUETA, METIERON LA TANQUETA! ¡NO TE VENGAS, LLAMA A ALEJANDRO Y QUÉDATE EN CASA DE LOS MUCHACHOS!


Ese fue el detonante para que la residencia entrara en pánico total. Podía oír a los vecinos correr para cerrar las puertas con candados, se escuchaban los tiros pegar contra las ventanas. Fuimos invadidos por el mal, por el terror, por el diablo en persona.

Cerramos las cortinas de los ventanales de la sala, las puertas de los cuartos, cerramos con llave la puerta, amontonamos los sillones para impedir que entraran a nuestro apartamento.

La angustia jamás se fue, más bien empeoró cuando nos quedamos sin luz, los guardias nacionales la habían cortado.

1…2…3… Boom, boom, boom. Así sonaba la reja de las escaleras al son de los golpes. Podía oírlos subir como ratones buscando queso, sus pisadas era fuertes tan duras que resonaban en el pasillo.

Primera parada, piso 1.


—¡Abran, abran la puerta, no haremos nada! —gritaba un guardia desde la puerta del pasillo.


—Resistirse a la inspección los hace cómplices de traición a la patria —dijo otro hombre a lo lejos.


¿Traición a la patria? ¿Cuál? Si quienes nos invaden son los mismos que juraron proteger al pueblo.

Los guardias, a ver que nadie les abría, empezaron a golpear la puerta y la pared del pasillo. La puerta de metal jamás iba a poder destruirse, pero la pared sí era capaz de ceder. Los golpes eran tan fuertes que se podía sentir como el piso temblaba.

Temía por mi vecina, estaba al lado de la puerta del pasillo, podía sentir los golpes a quemarropa. Mis ojos se aguaron de tan solo pensar que le sucediera algo a esa señora, estaba sola y sin protección.


—Mami, la vecina del 11 está sola —le dije a mi mamá.


—Sí, Sami, está solita la señora —susurró.


1...2...3... Boom, boom, boom.

Podías oír las balas, los gritos de desesperación, el llanto de las madres desconsoladas buscando proteger a sus hijos, las maldiciones, las tanquetas destruyendo todo a su paso.


—Vámonos marico, de aquí no vamos a sacar nada —se escuchó desde el pasillo.


—Nos quedan 16 pisos por revisar, de aquí sacamos a unos cuantos carajitos y decomisamos un par de cosas —respondió otro de los hombres que estaba allí.

Se sentían las pisadas rápidas de los guardias nacionales por las escaleras, se habían ido e iban en búsqueda de una nueva presa. Entraron al piso 2, se llevaron a la hija de los vecinos del apartamento 22. Subieron al piso 3, no se llevaron a ningún vecino pero sí decomisaron algunos aparatos electrónicos o simplemente por maldad los rompían. Siguieron así por todos los pisos, en busca de algún guarimbero, llegaron al piso 8 y entraron al apartamento del vecino árabe a quien le robaron 400$ en efectivo, un teléfono y le quebraron su televisor, todo con la finalidad de hacer maldad.


Mientras todo esto sucedía, yo estaba en mi apartamento con mi mamá, tratando de llamar a mi hermano y pidiéndole a Dios que no llegara esa noche a la casa y se quedara en casa de un amigo o de mis tíos. Pasaron 4 largas horas, las tanquetas seguían afuera de Los Verdes, nos pusieron la luz, pudimos cargar nuestros teléfonos y preparar la cena. Desde el balcón de mi hogar aún se escuchaban los tiros que lanzaban, los gritos de los vecinos y el llanto de una mujer a quien le habían sacado a su hijo a la fuerza.

Mi tía pudo llegar a la casa, pero Alejandro no, no sabíamos nada de él desde la mañana.


—La calle está llena de humo y cachazos —dijo mi tía mientras se desvestía.


El teléfono de la casa sonó repentinamente, mi mamá contestó rápidamente, era mi tío Carlos diciéndonos que mi hermano había llegado a la Baralt y que iba a quedarse allí hasta que el humo gris pasara.


—Alejandro se quedó sin celular, el perolito se le quemó, se quedó atrapado en Las Mercedes, pero como pudo llegó hasta Chacaíto, tomo un tren hasta Teatros y llamó a Nene para quedarse ahí en la Baralt —nos comentó mi mamá en el cuarto.

Me senté en mi cama, mi mirada estaba perdida en algún punto de mi cuarto, suspire y conté hasta 10. Mi teléfono no paraba de sonar, tenía varios mensajes que me preguntaban lo mismo: “¿Estás bien?”, pero hubo uno en particular que me hizo molestar. La delegada del curso había mandado un mensaje diciendo que teníamos examen de Química y que no podíamos faltar.


—Mamá, mañana tengo examen de Química —dije desde mi cuarto.


—¡Tú estás loca, Samantha, tú mañana no sales de aquí, toda la residencia está rodeada por guardias! —gritó—. Quédate quieta, mañana hablamos con tu profesor.


Luego de hablar con mi madre, me acosté en mi cama viendo hacia el techo, mi pecho se trancó y mis ojos se llenaron de lágrimas. ¿Cuándo llegará el día en que tengamos libertad?, me pregunté. Mi mirada seguía fija en el techo, mis lágrimas caían silenciosas por mis mejillas y reflexioné sobre mi situación; era bendecida, tenía un hogar, una cama y en mi mesa no faltaba la comida, mi hermano estaba con vida y a salvo, mi madre y mi tía estaban a mi lado. Pero igualmente sentía que me faltaba algo y ese algo es la libertad.

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