Lo inesperado de la vida. Por Antonio de Bernardo
- ccomuniacionescrit
- 12 feb 2021
- 3 Min. de lectura

LOS AÑOS PASAN Y LAS PERSONAS CRECEN, es el camino común que seguimos. En ese camino vivimos tanto buenos como malos momentos, pues así es la vida, un equilibrio ambiguo en el que las experiencias no tan gratas suelen ser las que nos ayudan a mejorar y nos hacen crecer como personas. Soy prueba viviente de ello.
Estaba yo en el colegio, precisamente en tercer grado. Era un niño bastante activo y afortunado; siempre rodeado de amigos, hablaba mucho en clases y parecía no temer a ser el centro de atención ante una gran cantidad de personas. Supongo que por esa razón mi maestra me eligió para participar en un acto cívico, junto a tres talentosas compañeras. Era algo simple: estar disfrazados de latas de refresco y aprendernos un texto sobre el cuidado del planeta. Yo, ante la propuesta, simplemente acepté.
Desde ese día pasaron algunas semanas en las que estudié, además, creé un grandioso traje de Pepsi Cola con ayuda de mis padres, todo el plan parecía salir a la perfección.
El día llegó; rumbo al colegio iba repasando lo que debía relatar al pie de la letra. A la entrada, las maestras juntaron a los protagonistas y nos prepararon. Luego de que pasaron los de primer y segundo grado, nos tocó a nosotros. Mis compañeras con una gran confianza lo hicieron realmente genial, pero cuando me tocó a mí, apenas observé que los de primaria me miraban, me puse rojo como la frambuesa y se me olvidó absolutamente todo. ¿Absolutamente todo? Sí, así de grave, incluso terminé leyendo, con ayuda de mi profesora, el texto que debía aprenderme y, entre lágrimas, intenté sacar adelante el acto.
Fue embarazoso ver a todos, desde los más chicos hasta los más grandes, y pensar en lo que ellos podrían decir de mí, pero en la vida eso es una constante: preocuparnos por lo que alguien pensará de nosotros; también suele suceder lo que me ocurrió, tener todo preparado y que en un segundo se desmorone cual galleta de soda.
Y así fue, no pude controlar mis nervios. Además, cuando le conté a mis padres, afirmé padecer de "miedo excéntrico", y las risas no faltaron, por supuesto. De hecho, así es como lo recuerdo hoy, como algo gracioso y un aprendizaje, después de todo no me afectó tanto.
Considero que a veces sufrimos más de la cuenta por asuntos que no tienen mayor relevancia y terminamos permitiendo que eso nos destroce completamente, aunque, para ser justos, pasar por esa clase de situaciones nunca será cómodo.
Después de esa triste actuación, el tiempo pasó y no me costó para nada izar la bandera enfrente de todos, hacer exposiciones (incluso a más de un salón) o dar discursos en mis clases en la universidad. Fue sin duda una mala experiencia, pero son esas las que dejan un aprendizaje; nos solemos enfocar en lo malo para buscar no repetirlo o evitar que vuelva a ocurrir, el miedo a volver a fallar recorre constantemente nuestra mente.
Esta historia es parte de lo inesperada que es la vida, ¿quién lo diría? A pesar de mi mala experiencia, ahora soy estudiante de Comunicación Social, una carrera en la que mostrarse al público puede ser algo fundamental. En ocasiones suponemos que lo inesperado nunca podrá pasar, en ocasiones ignoramos esa constante de la vida, que lo voltea todo en un minuto, y ese cambio puede indicar un giro radical en el futuro.




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