Lección de valentía. Por Juan Ara Bello
- ccomuniacionescrit
- 12 feb 2021
- 5 Min. de lectura

Espero contar con su falta de apuro.
Se empieza a principios de febrero y naturalmente no tengo nada que hacer, recién estoy en vacaciones de la universidad y no metí verano (programa intensivo para alumnos psicopáticos) porque tengo algo de respeto por mí mismo; además, vengo de terminar una relación –mía, en caso de que se lo pregunten–, por lo que tengo aún más tiempo que llenar. Tenía ciertas ganas de conseguir un trabajo, sobre todo por una cuestión de entretenimiento, algo así como ir a un campamento y que además me pagaran, pero nunca lo concreté. Mientras estaba en ese sufrimiento de ver a mis amigos todos los días, ir de fiesta y ver películas hasta tardes horas de la noche –Horrible, lo sé–, recogí el hobby de ir a montar patineta los domingos a mi amada Cota-mil, una experiencia que me empezó a cautivar más de lo normal.
Ajá.
Estaba “enfiebrado”, como diría mi mamá que digo yo. Pensaba en montar patineta todo el día, pero solo podía hacerlo los domingos, ya que era el único día que abría mi preciada pseudo-autopista, lo que complicaba mi meta de aprovechar cada segundo de esa vacación. “¿Pero, por qué no montabas en la calle, Juancho?” –Eso había que leerlo con voz boba, si no lo habían entendido–. Primero, me daba miedo, ¿OK?, en la calle es donde viven los carros; segundo, ese pequeño vehículo es más para lanzarse en bajadas y cosas así. Después de una buena cantidad de aburrimiento y de mucha impotencia, decidí intentar hacer trucos con la patineta que no estaba hecha para hacer trucos.
Fui un fracaso. La gente en los videos y en las películas lo hace ver tan fácil, es ridículo. “Es la patineta” –me decía yo–, para obviar el hecho de que esto simplemente no era lo mío; lo cierto es que sí influía, eso me llevó a pensar que al lograrlo con esta dificultad iba a tener alguna ventaja sobre aquellos que no la habían tenido, algo así como lo del camino angosto.
Estuve en eso unos días, también exploré ir a un parque para patinetas. Esa fue otra experiencia, tenía años sin lanzarme de una rampa y ni un gramo de protección, así que obviamente tenía miedo. El día salió bien, me divertí, le vi los ojos a la muerte y solo me hice un poquito de pipí. En la tarde de ese mismo día, mi papá me prestó una patineta vieja de él, yo estaba en éxtasis, me monté en ella e hice el truco en el primer intento, un crack le salió el hijo. Ya tenía todo como para ser ese patinetero que me había propuesto, me entraron hasta ganas de escuchar hip-hop de los noventas y de ponerme ropa holgada.
Era un hombre alcanzado, tenía todo lo que en ese momento quería. Tuve sed y tomé agua –sigo hablando de la patineta, agarren el ritmo–. Tuve la decencia de esperar al día siguiente para salir con el nuevo juguete, y fui al mediodía. Mi mejor amigo estaba en las mismas, no tenía mucho que hacer, ambos estábamos emocionados y me quería acompañar; solo tenía que hacer una diligencia, pero me alcanzaba en el parque al rato. Me iba a traer una muñequera izquierda, ya esa extremidad había sufrido hace unos años y había que ser precavidos.
¿Quién dijo miedo? Me lancé apenas llegué, desde la pequeña un par de veces; y, para mi propia sorpresa, tomé la decisión de explorar terrenos. Ya el día anterior lo había hecho, era –discutiblemente– un webo pelado, así que iba a tomar un paso más allá. No me morí porque papá Dios no quiso.
Auch.
Sí, muy duro. Sí, me caí. Me encontraba sentado en el piso, quieto unos segundos procesando la situación. Me dolía todo. Empecé a palpar mi cuerpo para ver si me dolía más en alguna parte y sentir si me había roto algo. Mi muñeca izquierda estaba en dolor, no estaba deforme ni nada, pero si me daba, me dolía. Estaba sentado como un bebé en el piso, tocando ambas de mis muñecas buscando diferencias entre ellas, no sabía si “eso” que tal vez podía ser una pequeña disimilitud, era un hueso desplazado.
Me sentía como un idiota, Dios. ¿Por qué tenía que ser tan valiente? ¿Por qué no pude haber continuado mi rutina de ser un adolescente cobarde que ni se atreve a hablar con niñas? Supongo que me estaba probando algo a mí mismo. Pensé sobre eso y más mientras me recostaba de la rampa a donde me tuve que arrastrar.
Luego de abrir Instagram un rato y odiarme, decidí llamar a mi mejor amigo e informarle de la situación. Le dije con una voz inocente que creía que me la había roto, él me dijo que me buscaba y me llevaba a la clínica, le dije que no, que yo podía manejar mi carro sincrónico y que solo eran 4 cuadras. Mientras manejaba llamé a mi mamá, no fue fácil hacer todo ese multitasking con una mano, pero el universo no me iba a dejar tener otro accidente, ya estaba bueno. Entró en pánico, estaba a mitad de pintada de pelo y no se podía levantar e irse a ayudar a su bebé. La calmé diciéndole que Omar (mi amigo) me iba a acompañar y ayudar.
Me encontré con Omar en la entrada de la clínica, coincidimos. Me reí apenas lo vi, él no se rio, solo a mí me parecía cómico. Entramos a la clínica y estábamos preguntando dónde era la zona de emergencias como si habláramos del baño. Al llegar, tuve que asomarme por un mostrador lleno de enfermeras, me miraron preocupadas y confusas, una estaba disfrutando de su almuerzo. Dije: “Hola, creo que me partí la muñeca”. A lo que ellas respondieron: “A ver”. Para ese momento ya estaba hinchada, y casi que orquestadamente las caras de las enfermeras cambiaron a alivio, habían resuelto el caso de los extraños niños que entraron de una manera tan cordial a la sala. Me guiaron a un cuarto y dejé a mi amigo encargándose del seguro, yo confiaba en él, siempre ha sido el amigo útil y capaz de hablar con personas detrás de mostradores.
Estuve solo un buen rato, aproveché y me leí un cuento corto que mi amigo había querido que me leyera, no tenía señal. Omar llegó y me dijo que mi mamá se estaba encargando de eso, él no tenía ni idea. Le comenté sobre el cuento, le dije que estaba chévere; me preguntó si había entendido el final, le dije que claro y procedí a explicarlo. No lo había entendido. Culpé al shock.
Estuve ahí varias horas, acompañado de mi mejor amigo, mi mamá y mi hermano. Hice todo lo posible por ahorrarles sufrimiento, sonreía y me reía, contaba chistes y me burlaba de mí mismo. Fue un poco más difícil cuando estaba terriblemente adolorido, pero con las drogas todo mejoró.
Resultó ser una fractura leve, no se desplazó el hueso. Me pusieron un yeso y me mandaron para mi casa.
En retrospectiva fue una tarde divertida. Salí casi ileso del incidente y tenía una buena historia para contar. No me arrepiento en lo absoluto de mi ignorante y momentáneo ataque de valentía, me enseñó que iba muy bien siendo cobarde, y que hay cierto control que se puede tener en las situaciones que aparentan ser incontrolables.




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