Las pastillas rosadas. Por Anny Castellano
- ccomuniacionescrit
- 20 jul 2023
- 4 Min. de lectura

El suicidio se da de diferentes maneras, no todos son a causa de depresión y no todos tienen como síntoma la ignorancia del sentido de la vida. A pesar de ser esa la causa principal y mayoritaria, no calza con la mía. Mi causa de suicidio o, mejor dicho, “intento de…”, no va de la mano con eso. Lo mío fue impulsividad, un arrebato insensato y con todas las emociones a flor de piel.
Juzgar a alguien por cometer semejante acto es algo completamente inapropiado y desconsiderado, pero no se preocupen por ello, están a salvo conmigo. Yo me juzgo, y no sé si me juzgo más por haberlo hecho de una manera tan explosiva o por no haberlo terminado. Verán, yo siempre fui una cobarde, lo único que atravesaría mi cuerpo es una aguja de unos pocos milímetros con fines decorativos, pero jamás algo como una bala o un cuchillo; tampoco me lanzaría de varios pisos ni haría nada que me produjera algún tipo de dolor. Así que sí, soy una cobarde y la verdad no me avergüenza, y es que es normal no querer ninguna de las cosas anteriores, la gente normal piensa así.
Y es lógico preguntarse, después de tan significativa confesión, algo como “Entonces, ¿qué te llevó a hacerlo?”. Pues, la verdad, la única razón que me pudo haber llevado al infinito y más allá soy yo, yo y mi cabeza. Verán, no me voy a autodiagnosticar, ya que lo único que les puedo decir es que soy increíblemente perfecta (y con esta afirmación les comento que también soy una incoherencia); los profesionales de salud saben (más o menos) qué es lo que está sucediendo conmigo, pero por razones estrictamente morales no seré yo quien lo diga; porque si ellos no me lo dicen a mí, ¿por qué se los diría yo a ustedes?
Pero como soy benevolente, voy a saciar sus dudas y curiosidades. Mi cabeza no es neurotípica, mi cerebro no funciona como la norma establecida por la humanidad. Mi cerebro se pasea por pensamientos intrusivos, siento las cosas con la intensidad de mil soles, tengo una sensación de angustia constante, es como la sensación de vértigo que te da cuando estás en las alturas, como si el estómago se te vaciara por completo y pegara una ventisca fría, tiendo a saltar de polo a polo, si de emociones se trata. Y así voy, luchando con Pepe. Vamos a apodar a mi cerebro Pepe, la abreviatura de Petunia.
Petunia y yo, casi nunca nos llevamos bien, ella a veces muestra absolutamente todo lo malo que puede haber en mí y me convierte en un monstruo que trepa por las paredes y come gente. Sin embargo, yo amo a Petunia, ella forma parte de mí o quizás yo soy parte de ella, no lo sé, pero estoy segura de que la dueña del control debería ser yo, solo que ella se escabulle y me lo arrebata cuando menos lo espero. Es supremamente escurridiza.
Mis emociones no tienen la culpa, ellas quizás son las víctimas de una negligencia parental. Quiero acotar que mis papás no son malos, solo que nunca me enseñaron a manejarlas. Mi papá es un alcohólico con problemas de ira, es alguien a quien solía ver como un superhéroe. Mi madre solo quiere jugar a la casita, y te aplica la ley del hielo cuando se enoja, y te voltea los ojos como una niña de 15 años con su rival. Los dos me aman profundamente, pero el amor no es suficiente. No culpo a mis padres, solo establezco el contexto y el origen de los trastornos mentales.
¡Ay!, se me olvidó contarles cómo fue que pasó todo… vale, vale. Cuando todos los síntomas se me juntan, las cosas se empiezan a ver un tanto negras, se tienden a ver como que todo significa el final de la existencia. Para mí es ver como un apocalipsis apoteósico que se me viene encima, y es ahí cuando digo “quiero dejar de existir”. Simplemente colapso, soy tan delicada como una bomba a punto de erosionar. Entonces, agarré el puñado de pastillas antialérgicas que quedaban en el frasco y me las empiné como si de una cerveza se tratara. Esperé a que mi consciencia sucumbiera a los deseos de la muerte, pero en realidad sucumbió a los efectos de la droga. Mi cuerpo respondió inteligentemente a la intoxicación, vomitó lo que no le correspondía y me salvó de agentes dañinos. ¡Qué loco el cuerpo humano!, ¿verdad?
Bueno lo cierto es que no coordinaba mis movimientos, se me nubló la vista, no pude emular o emitir una oración con tan siquiera un mínimo de sentido. Mi mamá me auxilió como a eso de las 4 de la madrugada, me encontró en un angosto baño intentado hacer pipí. A mí se me había olvidado por qué yo estaba así, yo no tenía idea de la dimensión en la que estaba, hasta que por fin me di cuenta de que las pastillas no habían acabado conmigo, o por lo menos no de manera tan literal, solo me habían drogado. La dosis no fue suficiente, todo fue falta de planificación e investigación.
Al final terminé en la sala de urgencias con una aguja del largo de un lápiz por la mitad. Hoy por hoy todavía pienso en el suicidio, aún pienso que quizás fue la respuesta ante el agotamiento de lo que implica convivir con Petunia.




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