Las llaves que no abren. Por Victoria Yepes.
- ccomuniacionescrit
- 26 oct 2020
- 2 Min. de lectura

Descuidado y con los ojos desorbitados a causa del alcohol y la falta de sueño, Rubén Ávila se engullía una empanada de carne mechada en una calle de La Trinidad. La noche había sido larga y divertida, y como buenos caraqueños, Rubén y sus panas fueron a desayunar algo antes de recogerse en sus casas.
El público presente era una mezcla extraña de personas madrugadoras: gente paseando a sus perros, trotadores, leedores de periódico y, por supuesto, otros amanecidos. Terminaron de comer, pagaron, y cuando llegó la hora de entrar a los carros, se escuchó:
−No consigo mis llaves –dijo Rubén entre dientes.
−¿Cómo que no las consigues? Acabo de verlas –respondió alarmada una de sus amigas –. Seguro las tienes, busca bien.
La verdad es que nadie se alarmó… Rubén pierde sus llaves cada segundo, sus bolsillos parecen ser fabricados por quien hizo el bolso de la mismísima Mary Poppins. Al principio nunca están, pero luego de una buena inhalación y una buena exhalación, las consigue.
Esta vez fue diferente. Nadie sabía dónde estaban las benditas llaves, hasta que un desconocido del equipo de los amanecidos dijo:
−Epa chamo, creo que tus llaves se cayeron en la alcantarilla.
−¿En esa? –preguntó Rubén apuntando a una alcantarilla municipal, con candado, inmensa, asquerosa y con pinta de que no se abría desde 2007.
−Esa misma –respondió el amanecido con una expresión de risa y lástima en la cara.
Efectivamente, ahí estaban. Yacían en el fondo de ese agujero negro, que se veía más negro por la sombra de todo el mundo intentando ubicarlas mejor. La tapa de la alcantarilla estaba sellada. Los que vendían las empanadas, le dijeron a Rubén que eso jamás se había abierto, y eso que ellos trabajaban ahí desde 2001… El panorama estaba tenso. El pobre no sabía qué hacer. Pero como buen grupo de venezolanos, todo el mundo se organizó para ayudarlo. Los empanaderos halaron por un lado, los amanecidos empujaron, los paseadores de perro auparon y, por fin, lograron abrirla.
Rubén se armó de valor, se quitó el asco y bajó por la escalera de la alcantarilla. Porque sí, la alcantarilla era tan profunda que tenía escalera. La verdad, Rubén se lució con su actuación, la misión terminó perfectamente y, después de dos horas de esfuerzo, Rubén recuperó sus llaves. Tranquilo, se montó en su carro y se fue a descansar… Pero no pudo dormir, porque cuando llegó se dio cuenta de que las llaves de su casa tampoco las tenía.




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