Las cosas pasan por algo. Por Andrea Muñoz Badillo
- ccomuniacionescrit
- 19 mar 2021
- 2 Min. de lectura

Ella simplemente recibió los papeles que el señor de cabello blanco tenía en la mano, se volteó y con un nudo enorme en la garganta empezó a caminar. En una esquina se encontraba una señorita a quien le preguntó dónde se encontraba la salida del recinto. Una vez afuera, volteó para ver el enorme edificio que estaba dejando atrás, tantos sueños, tanto esfuerzo y tanto dinero ahora estaban en la basura. Sin poder aguantarlo más, las lágrimas empezaron a recorrer su rostro tan rápido como dos carros de carreras peleándose por quién llegaba primero a la meta. Cruzó la calle y se encontró con la persona que la estaba esperando al otro lado.
Se encontraba en una ciudad que no conocía, con 18 años de edad y sin papá y mamá para apoyarla. Patricia, la amiga de sus padres, que se había ofrecido a acompañarla, la abrazó y ambas se dirigieron a la parada de autobús. Se sentó en y en ningún momento las lágrimas pararon. No dejaba de pensar en qué iba a hacer ahora, su sueño de escapar de un país que la limitaba demasiado se había arruinado porque un señor de más de sesenta años había decidido negarle la visa de estudiante sin ni siquiera recibir ningún papel de los que ella había preparado. Además, ya no iba a poder visitar a su familia, pues también le habían quitado la visa de turista. Mientras más pensaba más era la rabia que sentía por lo que decidió calmarse y llamar a su mamá mientras iba camino a la casa de Patricia.
La llamada funcionó como relajante, porque, al fin y al cabo, como mamá no hay ninguna. Al llegar a la casa, llamó a su mejor amiga y con ella se puso a analizar la situación: por un lado, estos últimos meses arreglando papeles para irse la había pasado muy bien con sus amigos; salían, se divertían. En segundo lugar, su familia directa se encontraba allá, por lo tanto, no se iba a tener que despedir y, por último, tenía un cupo asegurado en una de las mejores universidades del país.
De todas maneras, la rabia y la tristeza por el tiempo y el dinero perdidos no se iban. Un amigo que vivía en el país al que ella tuvo que trasladarse para solicitar la visa la llamó y la invitó a comer para que se distrajera un rato; ella aceptó. Esto logró que se olvidara un poco de su situación.
Pasaron los días, los meses y ya casi dos años después, ella supo que definitivamente todo tiene una razón y un porqué, cuando algo sucede de una manera es porque de la otra no convenía o porque algo mejor se viene. En esos dos años, en los cuales se tuvo que quedar en su país, trabajó en un campamento al que adora y donde la experiencia fue increíble, conoció mucha gente nueva, empezó a estudiar una carrera que le gusta y ama, tuvo una relación muy bonita con una persona y, junto con su familia, agarró una pandemia por un virus que podía ser mortal, pero estaba en su país, no en uno extranjero con gente desconocida. En ese momento ella se dio cuenta de que “las cosas pasan por algo”.




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