La vida y las cadenas. Por David Simoes.
- ccomuniacionescrit
- 16 oct 2020
- 6 Min. de lectura

Son las 5:00 a.m. Todavía está oscuro. Suena la alarma estruendosamente y le grita a Gocho que es hora de abrir los ojos porque ya es de día. Este abre su par de ojos curiosamente grandes y, como cualquier persona normal que vive en el siglo XXI, lo primero que hace es agarrar el aparatico luminoso para comenzar a navegar entre unas dos o tres redes sociales que funcionan como una suerte de reinvención del diario.
Entre todo el flujo de información que recibe de golpe; se entera de que María está de viaje. Sigue moviendo el dedo de abajo a arriba. Pedro tiene un nuevo bar, ¿será que sí le funciona? El dedo sigue como un péndulo. Selfie de Juana. Selfie de Carlos. Selfie de Marcos. La abuela Carlota le desea un día cargado de bendiciones a toda su familia. Like. El tío Pedro posteó una imagen de un fajo de billetes en el piso con un membrete que anuncia lo siguiente: “Comparte y hoy te encontrarás esto en la calle”. Es mejor compartirlo por si las moscas.
Son las 5:30 am. Gocho hace un amago de levantarse, pero la pereza lo sostiene y lo aferra a la cama. El calor húmedo de Cartagena te deja todo pegajoso en la mañana. Es mejor levantarse de una vez para echarse unas gotas en el cuerpo y llegar temprano a trabajar. Camina al baño. Se mira en el espejo. Atiende sus necesidades primarias. Entra a la ducha y siente los disparos helados de la regadera (en la Ciudad Heroica nadie tiene calentador). Se cepilla los dientes. Se viste rápidamente, porque ya es tarde. Sale del apartamento. Baja las escaleras. Atraviesa el portal. Cruza la calle. Por fin llega al trabajo.
Son las 6:00 a.m. La panadería donde trabaja Gocho ya está en funcionamiento. Entran y salen los costeños a buscar el café y el desayuno antes de ir a laborar. Un tinto, dos tintos, tres tintos, unos huevos pericos, seis cascaritas, tres fritos; más o menos así va la mañana. Gocho es el encargado, inspecciona la cocina, la panadería y la tienda. Todo se mantiene en orden. Se para a ver al paisano que atiende la caja, también migrante y mucho más joven que él; pero al fin y al cabo es su mano derecha en el trabajo. Le habla.
–Papá, ahora en la tarde vamos al centro comercial a comprar unas cosas para la panadería. ¿Todo bien?
–Será. Igual no tengo nada que hacer –responde el muchacho mientras le cobra a un vigilante–. Son 5.000 pesos.
»Mira, Gocho. Vamos en buseta. ¿No? Mira que no hay plata para el colectivo.
»Sí, es lo que toca –dice, y después se echan a reír.
Son las 3:00 p.m. Todos sudados y cansados, por fin se sientan a comer. Gocho y su secuaz, después del voleo del almuerzo.
–Papá, a las cuatro salimos pa la calle.
–Dale, pues. Limpiamos el local y nos vamos. ¿Será que por allá nos comemos algo?
–¿Y usted tiene pa eso? –responde Gocho sorprendido.
–Bueno, hace rato que no me como nada en la calle; pa algo por ahí me alcanzará.
Son las 5:00 pm. Tras un millón de vueltas en la buseta, los dos panas llegan al centro comercial. Gocho ya con la cabeza perdida entre las cosas que tenía que comprar, mientras calculaba si le alcanzaba con lo que se había traído de la caja de la panadería. Su Sancho, por el contrario, va aprovechando la salida, viendo emocionado las vitrinas de las tiendas y pensando en que trabajar en Colombia es una mierda; no alcanza para nada.
Llegan al gran almacén para buscar las cosas que estaban por comprar. Pasillos y pasillos de mercancía y un montón de gente comprando, parece el Metro de Caracas en hora pico o, en el caso de Cartagena, el Transcaribe a cualquier hora.
–Gocho, toda esta gente de dónde saca tanta plata. Definitivamente somos unos pelabolas –dice el muchacho con tono cómico.
Caminan entre el mar de gente. El muchacho se rezaga un poco y se sorprende al ver a Gocho desaparecer rápidamente entre la multitud, fue como en esas películas de terror donde los protagonistas son arrastrados de repente por el fantasma o por el monstruo. El muchacho acelera el paso en dirección al lugar de desaparición de su amigo y al llegar lo ve alzarse con dificultad del suelo.
–¿Qué te pasó Gocho?
–Mira lo que me conseguí –Le muestra un billete moradito.
–¿¡Uno de 50.000!? –expresa el muchacho con gran sorpresa y se lo quita de las manos para ver si está completo y si es de verdad–. Y está completico. Se le habrá caído a alguien. ¿Será que preguntamos?
El muchacho intenta alzar el brazo para empezar a preguntar, vox populi, si alguien había extraviado el billete, pero Gocho se lo ataja antes de que pueda hacer algo.
–¿Usted está loco? –le suelta mientras se le dibuja una sonrisa burlona en el rostro–. Aquí preguntamos eso y van a salir por lo menos tres costeños diciendo que los 50.000 son suyos.
–Y entonces, ¿qué hacemos?
–Ya nos toca gastarlo.
–No me parece –le dice el muchacho con profunda preocupación–. ¿Y si el que lo perdió lo necesita?
–Ajá, pero igual no hay forma ni manera de encontrar a tal persona –le espeta con actitud de superioridad–. Usted no entiende que eso fue una cadena que compartí esta mañana.
–¿Una cadena?
–Sí, esas que dicen que compartas la imagen para recibir plata, y mira aquí está la plata –dice mientras alza el billete.
»Hoy me acompaña la suerte.
»Además, no hay de otra. ¡Vaya pensando qué quiere comprar!
–Mira, hace rato que no me como un helado en una heladería de verdad –dice el muchacho resignado–. Me hace sentir mal usar ese dinero, pero como tú dices “no hay de otra”. Ambos cruzan una mirada que concreta la conversación y sentencia el veredicto; los dos están de acuerdo. Continúan en la tienda como dos ovejas más dentro del corral.
Son las 6:00 p.m. Llegan los colegas contentos a la plaza de comidas. El muchacho enseguida fija rumbo hacia la heladería. Dos conos de dos bolas, es lo que escogen. Mientras buscan una mesa, Gocho va maquinando qué va a hacer con los 20.000 pesos que le sobraron. ¿A la panadería? ¿Al supermercado? ¿A la tienda? ¿A la licorería? En eso llegan a la mesa. El muchacho jala su silla y se queda congelado.
–No lo vas a creer –dice con voz pausada y con una expresión de incredulidad que dominaba su rostro.
–¿Qué es? –responde Gocho con desesperación y decide acercarse a la silla para ver él mismo qué pasa.
Gocho lleva su mano por debajo de la mesa, al asiento de la silla. Termina su diminuta expedición y, con los ojos bien abiertos, comienza a contar un fajo de billetes envueltos en un papel de factura. El muchacho agarra la factura y Gocho se sienta para contar más cómodamente.
–Hay 45.000 pesos –dice finalmente.
–Aquí dice que la compra la hicieron a las 5:27 p.m. –menciona mientras ojea la factura–. ¿Qué hacemos?
–Ya te lo dije, esto es por lo de la cadena –dice emocionado–. Esto nunca me había funcionado así.
–Ya va, con esto no nos podemos quedar –reacciona con racionalidad–. Eso fue alguien que vino a comer y se le cayó el vuelto cuando se sentó. Esto no es de nosotros.
–Bueno, para que te quedes tranquilo te propongo algo; nos vamos a comer los helados, esperamos diez minutos y si no llega nadie a reclamar la plata bajamos al supermercado y compramos lo que nos haga falta. Mita y mita.
–Dale, será –farfulla el muchacho con resignación una vez más.
Los helados iban desapareciendo poco a poco. El muchacho atento miraba a todos lados y Gocho relajado solo saboreaba.
Son las 6:45 p.m.
–Ajá, ya pasó el tiempo. ¿Vamos?
–Será –responde el muchacho.
–Definitivamente, la cadena funcionó –dice Gocho para sí mismo, con la sensación de haberse ganado la lotería. Mientras el muchacho lo mira con desaprobación.
Son las 7:00 p.m. Los dos hombres entran al supermercado. Ambos con un par de sonrisas dibujadas en sus rostros. Ninguno puede creer nada de lo que ha pasado.
–¿Viste?, al final comimos helado e hicimos mercado y todos felices –dice Gocho.
–Menos los que perdieron su plata –replica el muchacho.
–Ese fue el destino que me puso esa plata ahí, esa fue la cadena que compartí esta mañana y ya.
–Ya deja lo de la cadena, esto fue pura casualidad.
–Mucha casualidad para ser verdad –dice Gocho en aras de convencer a su amigo.
–Mira que sí, me voy a tener que poner a compartir esas vainas yo también –bromea el joven.
–Eso no es un chiste, sin esa cadena no estuviésemos aquí comprando. Debes tener fe.
–Si tú lo dices…
Son las 9:00 p.m. Gocho por fin toca cama y piensa en que esa misma mañana no se imaginaba que el día terminaría así, que la suerte y el destino se toman las manos si se sabe aprovechar ciertas oportunidades, que siempre se debe tener una fe de hierro, y atraer las buenas energías y el positivismo. Si nos pasamos el tiempo pensando en que nada es posible, que las cosas no son verdad, terminas siendo un incrédulo infeliz, y sin nada. En el fondo Gocho sentía que no había sido la cadena lo que le había dado el dinero, más bien había sido pura cosa de él, de sus buenas energías. Pero ese es un tema del que nunca estará seguro.
Son las 10:00 p.m. Es hora de dormir y Gocho extiende su mano hacia la mesita de noche para alcanzar su aparato proveedor de noticias. Vuelve a navegar entre sus redes sociales, con la esperanza de conseguir otra cadena para compartir. ¿Se cumpliría nuevamente? Eso es algo que no se puede saber.




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