La verdad nunca se oculta para quien sabe leerla. Por María Valentina García Ainagas.
- ccomuniacionescrit
- 23 oct 2020
- 2 Min. de lectura

Curiosa, María preguntó —Y dime, papá, ¿qué quieres que vea? —¿Qué ves tú?, respondió él. —Yo veo a un hombre con la cara tapada por una manzana, nada más. —Eso es lo que ve todo el mundo. ¿Quieres ver solo lo que ven todos los demás?
Sabía Luis que su hija, María, nunca era conformista; siempre quería saber más. Ese cuadro, El hijo del hombre, de René Magritte, era la obra indicada para darle una lección de vida. Ávida de respuesta, inquirió —Dime, ¿entonces qué significa? —Cierra los ojos, le pidió él. En el acto, María cerró sus ojos. —¿Dime, aun sin verme tú me amas? —Sí, claro que te amo. —¿Dime, aun sin verte, sientes que te adoro? —Sí, lo sé porque lo siento. —Tú me dijiste que tu frase preferida de El Principito era “lo esencial es invisible a los ojos”.
Ahora abre los ojos. ¿Qué ves detrás de la manzana sobre el rostro? La niña miró la manzana verde que impide ver el rostro de El hijo del hombre, y respondió. —No sé. Y con tono sarcástico, dijo —Qui vis ditris di li minzini… Obvi… No puedo ver.
Su padre, quien conoce muy bien a su contestona hija, agregó: —Incluso cuando no veas mis actos, aun cuando no mires mi rostro, si un día se torna gris el horizonte y nada parece tener sentido, como una manzana flotando sobre tu rostro, yo estaré siempre allí, de pie, inamovible, imperturbable. Aun con mis pecados y mis demonios. Incluso cuando creas que es absurdo lo que se muestra ante tus ojos, me vas a encontrar. Más allá de la manzana me vas a encontrar, aunque pienses que no te contemplo con mi mirada.
Callada en principio, pensó y respondió —Lo esencial, lo invisible, lo oculto está vivo, aunque no lo miren mis ojos. Gracias papá. Te amo.




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