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La sangre llama a la sangre. María Valentina García Ainagas.


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Desde niña siempre he sido amante de la historia, sobre todo la del Holocausto. A los doce años empecé a investigar sobre el judaísmo. No entendía por qué, pero la religión judía me llamaba mucho la atención. Aún me encanta leer y aprender sobre ella, aunque hoy la veo con otros ojos. Toda mi familia es católica, pero a mí me interesaba el judaísmo y no el catolicismo. Hay un dicho que reza La sangre llama a la sangre, y creo que hoy puedo entender su sentido.

Siempre hablé mucho de mi historia familiar materna. Y un día alguien me preguntó por qué nunca hablaba sobre mi historia familiar paterna. La verdad es que no lo hacía porque no sabía casi nada de mi familia paterna. Por eso, hace dos años, aproximadamente, decidí investigar.

Mi abuelo tiene un aspecto muy europeo: alto, blanco, rubio y de ojos azules, por mucho tiempo supuse que era de familia extranjera; no obstante, nunca me había interesado en preguntar. En una ocasión le propuse a mi papá ir a visitarlo. A él le extrañó, porque solo lo vemos una vez al año, el veinticinco de diciembre, en su cumpleaños, pero lo convencí y al siguiente fin de semana fuimos a su casa. Mi papá tampoco sabía sobre el origen de mi abuelo, y mucho menos tenía idea de la historia que nos contaría.

Como siempre, mi abuelo nos recibió con los brazos abiertos. Para el momento de la visita tenía 93 años. De lento caminar, diabético y con problemas intestinales, nada de eso había borrado su sonrisa y su amor por nosotros. Mi papá y yo estábamos sentados en la sala, en un mueble de cuero, y él en su silla de madera forrada en cuero negro. Le dije que yo quería saber sobre su historia familiar, se alegró por mi interés y me preguntó qué quería saber. Pero apenas comencé mi interrogatorio sus ojos se llenaron de lágrimas. Entonces nos empezó a contar:

En el año 1920, Antonio Isabel Arveláiz y su esposa Carmen García Olivero, originarios del país vasco, llegaron a Venezuela. Se establecieron en una pequeña comunidad del estado Guárico, el municipio Pedro Zaraza, localidad en la que nacerían sus doce hijos: Josefina, Ramón Rafael, Trinidad, Marcos, Argenis, César, Mirna, Carmenza, Nelly, José del Carmen, Manuel y Efrén.

Ramón Rafael, mi abuelo, nació el 25 de diciembre de 1925, en Zaraza, Guárico. Era el segundo hijo del matrimonio, vivió una infancia feliz y tranquila como cualquier otro niño de la comunidad, según me contaba. Pero cuando me narraba esto, había algo en su rostro que me decía que algo estaba ocultando, así que le pregunté y jamás olvidaré la respuesta que me dio:

—Fui un niño muy feliz dentro de mi familia, pero los muchachitos de la zona me echaban mucha broma porque mis papás eran muy raros –dijo.

—¿A qué te refieres con raros, abuelo?

—Eran judíos –respondió.


Los tres nos quedamos en silencio por un momento. Yo no podía creer lo que me estaba diciendo. Cuando pasé el momento de sorpresa, le pedí que me siguiera contando.

Al nacer Trinidad, la tercera hija del matrimonio, debido al gran rechazo que sufrían por parte de la comunidad local, se vieron obligados a cambiar de religión, dejando de lado el judaísmo para convertirse a la religión católica. Se casaron, bautizaron a los tres niños que tenían y a los siguientes por la fe católica. Cambiaron de costumbres, de oraciones, hasta de alimentación para poder integrarse a la comunidad.

Mi abuelo jamás había hablado de eso, había intentado esconder el origen judío, no quería que sus hijos fueran sometidos al rechazo que él, sus padres y sus hermanos sufrieron.

Ese día, mi abuelo me pidió que no dijera que tengo origen judío, me dijo que las personas suelen ser muy intolerantes con los seguidores de esta religión. Así lo hice, no hablo mucho sobre el tema, muy pocas personas saben esta parte de mi historia.

En Venezuela, a pesar de que la Constitución ampara la libertad de culto, el antisemitismo está arraigado en la sociedad, además de ser promovido por algunos líderes políticos.

Quizás algún día, nadie tenga que esconderse por la fe que profesa. Quizás algún día, exista una verdadera libertad de culto. Quizás algún día, historias como estas no se tengan que repetir y las familias puedan orar en paz a cualquier Dios.

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