La Palomita Medina. Por Sara Medina
- ccomuniacionescrit
- 15 feb 2021
- 4 Min. de lectura

Esa madrugada del 29 de agosto de 2019 íbamos camino al Hospital General Dr. José Gregorio Hernández en Los Magallanes de Catia. Sara, (una chica con una boca tan pequeña en la cual, ni las muelas de juicio podían desarrollarse normalmente) debía asistir a una cita con el doctor que le haría la operación maxilofacial para sacarle las cordales. Ya a las 5:30 a.m. estábamos esperando para ser atendidas. Nos avisaron que el odontólogo se iba a tardar un poco más de lo esperado y decidimos desayunar; así que fuimos a sentarnos a un lugar al aire libre donde había bancos y mesas de cemento gris. Ahí la encontramos, arrinconada en el piso frío, temblando, una paloma marrón que, al parecer, tenía un ala rota.
A Sara le encantan los animales y para ella fue inevitable ir a revisar a la pobre palomita.
—Sara, no toques a ese animal —la regañé—, las palomas tienen muchas enfermedades.
—"Ay abuela, déjame, es solo ver y ya, no la voy a agarrar" —me respondió con un tono de fastidio. Mientras Sara se acercaba, la pequeña ave se desesperaba por no poder escapar; no se acercó mucho para no asustarla más de lo que ya estaba, observó la situación desde la distancia. Estaba sucia, cojeaba de una de sus patas y, efectivamente, tenía un ala rota.
Nos sentamos a comer, saqué de mi cartera una arepa para Sara y otra para mí; ya le veía las intenciones a Sara de desmenuzar un pedazo de arepa para darle de comer a la paloma herida.
—Come en paz, Sara Medina —le dije y ni me respondió. Como me lo esperaba, cuando ya casi terminaba la arepa, Sara desmenuzó el último pedazo que le quedaba y con cuidado se lo acercó lo más que pudo. La palomita comía desesperada, estaba hambrienta. Nos quedamos un rato allí con ella y sucedió lo que temía: Sara se la quiso llevar a la casa
—No. ¿Eres loca? ¿Cómo vamos a tener una paloma? No, ya tienes muchos animales ¿Acaso no te basta con los tres perros y el morrocoy y los periquitos? —le refuté, pero seguía insistiendo.
—Hagamos un trato, una apuesta, no sé cómo llamarle ¿Si va? —comentó y ni me dejo responder—. Si entramos a la consulta y salimos y todavía la palomita está aquí, me dejas llevármela a casa —insistió—. Yo acepté pensado que alguna otra alma generosa se la iba a llevar primero o, simplemente, un gato hambriento pasaría antes de que saliéramos de la consulta.
El doctor nos llamó, entramos y atendió a Sara, solo la evaluó y coordinó conmigo cómo sería la operación la siguiente semana. Duramos aproximadamente media hora en la consulta. Sara estaba ansiosa por salir e ir a buscar a la paloma en planta baja, y apenas terminamos fuimos a ver. Aún estaba allí, asustada y temblando. Sara desocupó su bolsito y la agarró con cuidado y la metió allí, no lo cerró por completo para que pudiera respirar, y nos fuimos a casa.
Al llegar, Sara llamo a Paola, su mejor amiga que estudia veterinaria y comparte el mismo amor por los animales que ella. Juntas la bañaron, la revisaron y la curaron.
—Está pichona —explica Paola señalando sus plumas marrones y blancas—. No podía ni caminar, había que inmovilizarle la pata y el ala derecha para que se le curara y entre todos nos inventamos algo para hacerlo. Mi esposo, abuelo de Sara, picó una botella en la cual cupo perfecta, la metimos en una caja de zapato, con un trapo, agua y comida cerca. Pasaron aproximadamente dos semanas para que se recuperara y luego la mudamos a una jaula grande. Ya se había recuperado, no volaba y a veces se volteaba porque la pata le fallaba, saltaba y caía boca arriba
La rutina es extraordinariamente monótona. Por las noches duerme en su jaula y por el día la sacamos y pasa todo el día caminando por el jardín comiendo piedritas para que su aparato digestivo funcione adecuadamente; o a veces solo se echa en la tierra con los perros y el morrocoy, o donde sea que le pegue el sol; en raras ocasiones entra a la casa, aunque a la mamá de Sara no le gusta y la saca con la escoba. Hace pupú donde le place. Pone dos huevos al mes, sin vida alguna dentro de ellos. Hace travesuras: picotea los cactus miniaturas que Sara tiene en el jardín hasta sacarlos de su maceta. Se baña en cualquier charco que encuentra. Le fue muy fácil relacionarse con Chanty, Zabache y Boni, nuestros perros; se acuesta con ellos, los persigue, le pica las patas y a veces come de su comida; ya parece un perro, es peor, se la lleva mejor con ellos que con nosotros; a Sara siempre la pica cuando la agarra. Su comida favorita es el pan, cuando tiene migas de arepa o arroz prefiere comer cualquier basura que se encuentre por allí. Sube y baja las escaleras, no vuela aún, creemos que es porque llegó pichona y nunca aprendió a volar o quizá porque el ala nunca le funcionó correctamente, no sabemos; no sabemos ni el nombre, Sara nunca le quiso poner nombre para no encariñarse por si volaba y se iba, pero se quedó y le dice “La Palomita”, y así la llamamos todos. Lo que sí sabemos es que se volvió parte de la familia y aquí está sin más, cayó en buenas manos.




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