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La niña soñadora. Por Carmen Gil


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Los seres humanos, definitivamente, somos capaces de conectar con otros a través de nuestros sueños y aspiraciones, sin importar la edad que tengamos. Desde pequeña Virginia soñaba con viajar y conocer el mundo, grandes deseos, considerando que jamás había salido de su ciudad natal en el oriente de Venezuela. No puedo imaginarme el entusiasmo que debió sentir la niña cuando, en agosto del año 2000, sus padres, que la conocían como la palma de sus manos, le anunciaron que harían un viaje en carretera por Venezuela.

Virginia salió de su casa con su muñeca de trapo preferida, no podía dormirse ni soñar si no la abrazaba en las noches. Se subió al carro y cerró la puerta. Su padre al volante, concentrado en el camino, su madre llevando el hilo de la conversación en el asiento de al lado, entusiasmada y alegre. Condujeron por horas hasta que llegaron a su primera parada, Barquisimeto.

—¡Aquí no venimos como turistas! Solo nos quedaremos esta noche y mañana seguimos nuestro viaje. Preferimos quedarnos aquí que en Caracas, sí... –dijo su madre al teléfono, mientras la voz de su abuela se escuchaba distante, al otro lado de la línea. —¡Virginia apúrate! Ven hija, dame la mano –La niña soñadora se bajó rápido del auto tomada de la mano de su madre y agarrando su muñeca de trapo con la otra. En seguida se dio cuenta de que estaban en un hotel muy alto, pensó que quizás serían capaces de alcanzar el cielo.

El padre de Virginia se acercó al mostrador para pedir una habitación, Virginia y su madre esperaban sentadas en un sofá que estaba en la recepción. Una amable señorita con un uniforme que la identificaba como parte del personal del hotel se acercó y con una sonrisa les hizo señas para captar su atención.

—Estoy aquí para recoger sus maletas, las guiaré a su habitación —La señorita miró con curiosidad a Virginia y a su madre que se habían levantado del asiento y a su padre, que se acercaba para ayudarlas a colocar las maletas en el carrito, volvió a mirar a Virginia con ternura y se acercó a ella, mientras señalaba algo en el sofá—, ¿ella también viene con ustedes?, ¡no la vayan a olvidar!

—¡Mi muñeca! La necesito para dormir, casi lo olvido.


***


La ruta estaba trazada: Barquisimeto, el pueblito de La Puerta, Mérida y, por último, Coro. Virginia, la niña soñadora, estaba fascinada con todo lo que veía a través de la ventana del carro, tenía un cuaderno donde dibujaba los paisajes y los animales que dejaban atrás en la carretera. De noche, abrazando a su muñeca de trapo, soñaba con los lugares a los que irían y las cosas que aprendería, quería conocer el mundo, conocer algunas ciudades de Venezuela era un buen comienzo.

En Mérida conoció el Museo de Ciencias, Los Aleros, La Venezuela de Antier y su favorito, La Montaña de los Sueños. Se subió a todas las atracciones, comió helado y aprendió muchas cosas.

—Esa muchacha no suelta esa muñeca, lo peor es que nosotros tenemos que cargar con ella también p’ arriba y p’ abajo. ¡Lo que uno hace por los hijos! —comentó, con gracia, la mamá de Virginia a su abuela, a través del teléfono. Desde que el viaje había empezado, hablaban todas las noches. —Hoy la llevamos a la Montaña de los Sueños e igual quiso llevarse la muñeca, hasta el papá tuvo que cargar con la muñeca esa, mientras Virginia se montaba en un carrusel—. Se escuchó un “así son los niños” en respuesta.

Un día antes de partir al siguiente destino, el padre de Virginia, serio y callado, pero consentidor como solo él podía ser, pensó que sería buena idea llevarla a un último sitio antes de irse.

Virginia se bajó del carro bastante curiosa ante la gran cantidad de gente que se encontraba en ese sitio.

— ¿Dónde estamos? —preguntó.

—Pronto lo sabrás —dijeron sus padres mientras le tomaban las manos a Virginia y se veían con complicidad.

Virginia notó que había mucha gente, mucho ruido, tiendas, mesitas, se dio cuenta de que, probablemente, estaban en un mercado. Caminaron un poco y al girar en una esquina, se vio rodeada de vitrinas y mesas con muñecas de trapo, muy parecidas a la suya. No lo podía creer, eran hermosas, quería nombrarlas a todas y llevarlas con ella. Decidió que compraría muchas, se sintió feliz, siempre había querido conocer el mundo pero nunca pensó que conocería un lugar tan sorprendente como ese.

—De todos los lugares a los que fuimos, este ha sido el mejor. ¡Gracias mamá y papá por traerme al paraíso de las muñecas!


***


El viaje continuó su curso. La madre de Virginia estaba al teléfono con una amiga, le comentaba anécdotas graciosas a su amiga en el teléfono mientras se peinaba su cabello en una cola. Estaban en su último destino, Coro, lugar que llamaba, particularmente, la atención de Virginia debido a los famosos médanos de los que había escuchado tanto.

Virginia acompañada, ahora, de dos muñecas de trapo y unas trenzas en su cabello, similares a las de sus muñecas, subieron al carro. El clima era caliente, debían asegurarse de que sus largos cabellos no estorbaran.

Su padre al volante condujo al famoso parque nacional al ritmo de canciones de The Beatles que sonaban en la radio del auto desde que el viaje había dado inicio, mientras la mamá de Virginia bromeaba con que el disco iba a rallarse de tanto que lo habían escuchado.

La hermosa vista dejó a Virginia, la niña soñadora, sin palabras. Simplemente no podía creer que había visto la nieve del páramo de Mérida y la arena caliente de Coro en un solo viaje, para una niña que jamás había salido de su ciudad natal, conocer tan deslumbrantes lugares fue un sueño hecho realidad.

—¡Este es, sin duda, el mejor lugar al que hemos ido! Ni siquiera me importa el calor —expresó Virginia emocionada desde la cima de un médano. Más tarde su madre le preguntó si ya había encontrado un buen nombre para sus muñecas de trapo, la que siempre la había acompañado y la nueva que habían adquirido en el mercado de Mérida.

—Venir a Mérida y a Coro fue increíble, espero poder conocer otros lugares, pero como este fue mi primer viaje, esos serán los nombres de las muñecas que me ayudan a soñar.

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