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La casa de los cambios. Por Sabrina Fereres.


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Julieta ha pasado días muy extraños en su casa, el color de las paredes cambia cada mañana, el piso se transforma de madera a cerámica y las ventanas muestran un paisaje diferente cada vez que mira a través de ellas. Tampoco su ropa era igual a la que solía utilizar y la grama del patio iba y venía: unos días se convertía en un gran lago y al otro era simplemente grama. Pero lo más extraño era que no se veía ni una persona trabajando en ese amplio campo que tenía para sembrar. Todos habían desaparecido.

Luego de días pensando en todo ese desorden que había dentro y fuera de la casa, recordó aquel cuadro que su abuelo le había regalado. En algún momento él le había dicho que si llegaba a moverlo en la casa comenzarían a suceder cosas extrañas. Ella nunca le creyó.

Se trataba de la pintura de un hombre muy elegante con rostro de manzana verde. Días atrás ella había decidido quitarlo, porque no quedaba bien con su decoración. Sin embargo, cuando Julieta recordó aquello que le había dicho su abuelo, prefirió sacarlo del antiguo armario de cosas por regalar donde lo había guardado.

Así, tomó el cuadro y lo devolvió a su lugar. Algo mágico pasó: las paredes volvieron a ser blancas como las nubes, el piso retomó la piedra de mármol pulida, la grama jamás volvió a ser agua y las ventanas solo mostraban el paisaje de aquella hacienda en la que Julieta vivía; su ropa volvió a ser elegante y las personas que trabajan para ella regresaron. Ese día, al anochecer, escuchó una dulce voz: “Te lo dije”. Entonces, Julieta entendió que su abuelo le decía las cosas por alguna razón. Ese cuadro mantenía el equilibrio en “la casa de los cambios”.

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