La casa de las paredes amarillas. Por Isabela Torres
- ccomuniacionescrit
- 24 ene 2024
- 2 Min. de lectura

I
A Emilia siempre le gustó estar en casa. Era un hogar silencioso. El ruido de la ciudad no estaba presente. Podía observar El Ávila de punta a punta. Sentía el sol que se filtraba a través de las cortinas y la brisa fresca que golpeaba su rostro. De vez en cuando las guacamayas pasaban para completar el paisaje. Hoy, Emilia ya no ve esa casa de paredes amarillas que perdura en sus recuerdos.
II
Se acercaban los días para su cumpleaños y en su lista de deseos Emilia solo pedía dos cosas: cenar ese mágico pasticho que hacía su madre y reunirse con sus amigas para picar la torta. Parecía que trataba de ignorar algo que la atormentaba: una enfermedad que ataca sin previo aviso. Siendo una niña de trece años, es difícil culparla.
III
Emilia sopló las velas y celebró junto con sus amigos. Sin embargo, notó que mientras los días pasaban su madre empeoraba cada vez más. Estaba pálida. Sus palabras eran cada vez más difíciles de entender y sus ojos ya no reflejaban esa calidez que la caracterizaba. Sin saberlo, esas serían las últimas velas que soplaría a su lado.
IV
Aprendió lo que era el dolor a una edad muy temprana. No cuenta con nadie, o al menos eso cree. Se siente culpable. Sus pensamientos la invaden de arrepentimiento. ¿Por qué no la abrazó más fuerte? Sus sueños se convirtieron en un lugar seguro al que recurre frecuentemente. Puede observarla una vez más.
V
Emilia evita pensar en el ayer. Los recuerdos son muy dolorosos. El refugio que alguna vez llamó hogar ahora no existe. Solo ve cuartos vacíos, fríos, silenciosos. A veces me gustaría decirle a la pequeña Emilia que todo pasará. Que el mundo no acabó cuando tenía trece años, prometerle que algún día encontraré ese lugar que mi madre y yo habíamos construido. Y espero que tenga esas cálidas y acogedoras paredes amarillas.




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