La bella y el bocón. Por Oriana Romero
- ccomuniacionescrit
- 5 abr 2021
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Ahí se encontraba ella, con sus ojos chiquitos ocultos entre los gruesos mechones de su lacio y obscuro cabello. Después de recibir la noticia de su gran amiga de la universidad no paraba de pensar qué haría. Su amiga se casaría y ella todavía le lloraba al novio que hacía ya tres años la había olvidado.
Ana no sabía qué hacer; aunque no había mucho que pudiera elegir. Tendría que ir a la boda de su amiga, con pocos ánimos; y para colmo, ayudarla a planificarlo todo. Se encontraba muy feliz por ella, claro está, pero en su interior el dolor la carcomía; no era la primera amiga que desposaba a un guapo hombre con asombroso futuro, y ella recibía los ramos de todas, pero nunca conseguía a su príncipe azul.
El día llegó y, decidida a no asistir, se dirigió a su trabajo donde su jefe le insistió el deber que suponía cumplir, y hasta le ofreció la tarde libre para esto. Con pocos ánimos y arrastrando los pies se obligó a prepararse para la boda civil, no a razón de la amistad que compartía, sino por la responsabilidad de ser uno de los testigos del matrimonio. Se bañó y sin mucho esfuerzo puso un poco de maquillaje en su rostro, completando el look con un hermoso vestido tipo lápiz color negro que ceñía su hermosa figura juvenil.
No es relevante mencionar todo el jaleo previo a la llegada a la casa donde se casarían. Ya en el lugar, los minutos pasaban tan lentos como un caracol trasladándose, y con esto la ansiedad crecía deprisa. El primo del novio, quien fungiría de testigo por la otra parte, estaba retrasado, pero parecía no importarle.
La actitud de este al llegar reveló que sin duda no era de su interés si había hecho esperar o no a la multitud. Y de bocón, gritó a voces para que todos lo escucharan: “Y, ¿dónde está con la que me voy a casar?”, en referencia a la joven que lo acompañaría a testificar la boda.
Ana puso los ojos en blanco, “¿Quién se cree este?”. Por su cabeza millones de pensamientos pasaron, ninguno de ellos positivo. Al acercarse, con su sonrisa gigante y ojos alegres, el bocón, como Ana decidió nombrarlo, se presentó muy caballeroso y divertido: “Un placer, Julio”. Ana rechazó por completo sus encantos masculinos. Él se asombró un poco por esta actitud, pero no le dio mucha relevancia; el casamiento tuvo lugar y fue entonces cuando empezó la pequeña fiesta.
La música retumbaba en la casa, junto con las charlas y los pasapalos que formaron el ambiente. Hablando entretenidamente, a Ana ya se le habían subido los ánimos y se meneaba ligeramente al ritmo de la melodía. Sin perder tiempo, Julio se acercó y la invitó a bailar con su mirada brillante y activa.
En las cornetas sonaba “Amores como el nuestro” de Jerry Rivera, eso Ana lo recuerda vivazmente; con pasos fuertes, decididos y muy movidos, Julio envolvió a Ana y decidió lanzar su primera pregunta, poco usual para iniciar una conversación: “Y dime, ¿qué cosas no te gustan?”. Así comenzó una plática divertida, casual y nada común, que terminó junto con la fiesta.
Julio, muy caballeroso, se ofreció a llevar a Ana a su casa, y ella en espera de un paseo romántico nocturno dijo que sí, sin rodeos. Gran sorpresa se llevó cuando en uno de esos carros que llamaban lanchas, el padre, la madre, la abuela y la hermana de Julio, esperaban pacientemente a que se uniera al apretujón en dirección a su morada.
Y fue así como comenzó una historia de amor, que hasta el día de hoy no tiene fin.
Y 25 años empezaron…
Luego de un par de salidas, Ana y Julio se convirtieron en novios, compartiendo momentos divertidos, románticos y llenos de sentimientos y recuerdos.
Aunque no hay que dejar de lado los problemas que puede sufrir una relación. Poco a poco, Ana notaba lo apegado a su familia que era Julio, pero no de una manera tierna y linda, sino más bien un poco obsesivo y dependiente; las citas de la pareja se basaban en acompañar a los padres del novio a cualquiera que fuere la tarea del día, cosa que irritaba un poco a Ana que deseaba pasar más tiempo a solas con su novio. Es importante recalcar que Ana no esperaba un cuento de hadas, pero no hubiese estado de más una pequeña muestra de interés por pasar tiempo con ella a solas, algunos días de la semana.
Julio, un hombre robusto de piel blancuzca, pasaba su tiempo jugando softball, un par de tragos con sus amigos y el resto con su padre y su madre haciendo diligencias. Dejaba muy poco tiempo para dedicar a la bella Ana.
Al principio de la relación, Ana se emocionaba cada vez que Julio la invitaba a salir, se vestía y maquillaba con esmero, con la esperanza de asombrarlo. Lo que no esperaba era asombrar también a sus suegros. Cada vez que los veía sentados en la parte delantera del automóvil, sus ojos color avellana mostraban una mueca de fastidio. Y así fueron pasando los meses, entre salidas casuales acompañadas por los padres de Julio, nada muy especial.
Aunque no hay que obviar las partes hermosas y románticas de la relación y la increíble personalidad de Julio, que había enamorado perdidamente a Ana, todo se derrumbaba cuando el novio salía con una de las suyas, como aquella vez que Ana esperaba con ansias el fin de semana para compartirlo con él, pero se enteró de un viaje que Julio y sus padres harían al día siguiente. Pocas cosas la habían enojado más, parecía que todo era más importante para Julio que pasar tiempo con ella, y más aún le disgustaba que no le había mencionado el viaje, ¡sino un día antes!
La mente de Ana se había vuelto un revuelo de pensamientos, enlistando razones por las cuales terminar la relación con Julio, ya estaba decidida; cuando volviera de Barquisimeto se lo diría y cortaría con él, sin más.
Aquel lunes de junio llegó y Ana trabajaba aburrida bajo las órdenes de un jefe mandón y amargado. Se tomó un pequeño descanso en el que se dirigió al baño. Al volver a su escritorio, Julio se encontraba en su silla, con una gran sonrisa.
Sin mucha palabrería, ni saludos, ni rosas, ni anillos, y mucho menos arrodillarse, Julio pronunció, casi como una orden: “Me quiero casar en agosto”. Perpleja, Ana asintió por la emoción del momento, pero atónita aún por la forma tan poco romántica de esa pedida de matrimonio, cosa que recordaría por el resto de su vida.
Y así fue. La feliz pareja se casó el 11 de agosto de 1995. Dos años después tendrían a su primer bebé, quien cuatro años más tarde tendría su acompañante y último miembro de la familia. Esa soy yo.




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