¿Ir o no ir al campo? Por Juan Angulo Hernández
- ccomuniacionescrit
- 6 sept 2021
- 3 Min. de lectura

Para un amante del fútbol, asistir a un compromiso en el estadio de tu equipo favorito es maravilloso. Es a lo que aspiramos todos los fanáticos: estar presentes en los momentos importantes y poder vivirlos desde dentro. En el año 2016 mi papá y yo tuvimos la oportunidad de ir a un juego de las eliminatorias del mundial de Rusia 2018. Jugaba la Vinotinto contra Bolivia en el estadio Monumental en Maturín, Monagas. Y no hay nada que uno disfrute más que un juego de la selección. Y si es en vivo, mejor. O eso pensé yo.
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Cargados de ilusión y de camino al estadio, notamos cómo en cuestión de minutos un bululú se iba arrinconando en la entrada de la zona Este. No había orden ni organización. Algunos cantando, otros con tambores y trompetas, pero el grupo que más predominaba estaba al frente de las rejas de entrada cual ejército espartano, gritando y quejándose. Era una marea vinotinto que se hacía más grande con el transcurrir de los minutos, porque los guardias encargados de controlar el paso no permitían entrar, y cada vez faltaba menos para el inicio del partido. Se creó un ambiente muy tenso de un momento a otro y mi papá concluyó que la única forma de entrar al estadio era con ese grupo, así que nos escurrimos como serpientes dentro del gentío y logramos colocarnos a unos diez metros de la entrada, al lado de unas barandas. Pasaban los minutos y a lo lejos notamos que la gente que debía ingresar al estadio por otras zonas venía corriendo hacia la de nosotros. En eso, empezaron a empujar agresivamente y a hacer presión contra las rejas para tumbarlas y entrar. Mi papá me gritó “Agárrate duro, coño”, pero, a pesar de concentrar todas mis fuerzas en mis brazos y piernas para quedar parado, sucedió lo inevitable.
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Todo ocurrió tan rápido que no me dio tiempo de reaccionar. La reja cedió y en cuestión de minutos, una avalancha empezó a pasar por encima de los demás sin importar nada. A mi papá y a mí nos arrastró el empuje de la multitud y nos caímos junto al grupo que estaba adelante. Los guardias, encargados de mantener el orden, no pudieron hacer nada para detener la estampida, así que empezaron a sacar a la gente que quedaba atrapada abajo, entre ellos, mi padre y yo. Lograron sacarnos después de tanto agite y nos alejamos de ahí.
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Ambos teníamos las palmas de las manos y las rodillas rotas, sangrando. Luego de un rato nos dimos cuenta de que también habíamos perdido los zapatos, y mi papá su teléfono. Me dio un ataque de nervios y me puse a llorar, mientras veía personas preocupadas, gritando, corriendo, intentando salvar a quienes habían quedado atrapados en la ola. No recordaba haber estado tan asustado en mucho tiempo. De la nada aparecieron dos ambulancias que fueron directo al caos, de ellas se bajaron tres médicos mientras un guardia gritaba, a todo pulmón, “¡La niña! ¡Suban a la niña!”.
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Decidimos irnos del estadio y ver el juego grabado en la casa. Quién podía pensar que la ilusión de ver a su selección en vivo y en directo se convertiría en un episodio lamentable y del que salieron quién sabe cuántas personas perjudicadas y heridas. Para nuestro consuelo, le ganamos 5 a 0 a Bolivia. Pero perdimos la oportunidad de verlo en vivo por la ineficiencia de unos y por el descontrol de otros.




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